martes, 8 de noviembre de 2011

BUENOS MOMENTOS


He vuelto a esa casa en la que aún viven todos mis recuerdos; esa casa en la que fui feliz; esa casa en la que siempre había gente. Y ahora está vacía.
El olor permanece: las tortitas de pan de mi tía, la colonia de mi bisabuelo después de afeitarse, la leña apilada para ponerla en el hogar.
En mi cabeza permanecen muchas más cosas: toda una infancia de buenos recuerdos, de una gran familia unida.
Las imágenes en mi mente se remontan a mi bisabuelo con su bastón y sus gafas con un cristal ahumado, con su faja negra y su boina; mi bisabuela, pequeña, frágil, pero con una fortaleza que ya nos gustaría a muchos tener, despellejando conejos en el corral y diciéndome que no mirara, sabiendo que entre mis pequeñas manos apoyadas en la cara, mis ojos se asomaban entre los dedos para contemplar tan macabro pero a la vez excitante espectáculo; mi abuela, viuda apenas tres meses después de casarse y que vivía por y para su familia,…
Tantas y tantas cosas que los arreglos de la casa no han conseguido hacer desaparecer. Tantos días de juegos en el corral con mis hermanos viendo a mi bisabuelo, plantado en el camino del pozo para que ninguno nos acercáramos. Tantos domingos de volver a casa, oyendo el fútbol en el coche, sentada delante con mi madre, porque éramos muchos y había que distribuirse.
Fueron muchos los buenos momentos que pasé en aquella gran casa y que vivirán para siempre conmigo; pero uno estará por encima de todos; uno que yo vivo en estos momentos: las largas conversaciones de mis bisabuelos entre ellos.
Tengo la suerte de poder conversar con mi pareja, de hablar de todo y de nada y, ante todo, de saber escuchar y que me escuchen.

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