domingo, 19 de mayo de 2013

LA ÉPOCA DEL YO


No es que quiera pasar por alto los problemas que a la mayoría de personas de este país nos preocupan cada día, pero creo que tras el paro, los desahucios, la corrupción, etc, se esconden muchas más cosas.
De un tiempo a esta parte he ido observando como todos nos estamos deshumanizando y, en ese todos, me incluyo yo también.
Los problemas de los demás son eso, problemas ajenos que podemos comprender e incluso sentir cierta lástima, pero rápidamente pasamos a centrarnos en lo que realmente nos importa: yo.
Durante un tiempo hemos estado luchando contra las injusticias que nos rodean, hemos gritado, nos hemos enfrentado a todo y a todos por intentar que las cosas mejorasen, pero visto que no hay ningún cambio en perspectiva, hemos pasado a olvidarnos de que vivimos en una sociedad, en un conjunto de personas, y únicamente nos centramos en nosotros.
Ya no existe la solidaridad. Ya nadie quiere saber de los problemas ajenos porque bastante tiene con los propios. Ya nadie quiere involucrarse en acciones altruistas porque encuentra la callada por respuesta y las personas que nos rodean se tornan ojos que no ven, oídos que no oyen y espaldas despectivas.
La tan consabida ayuda al prójimo ha desaparecido y se ha transformado en ayudarse a sí mismo y olvidar que hay personas que se encuentran en situaciones peores, pero ¡qué más da!, no es mí problema.
Da miedo pensar hasta qué punto de deshumanización hemos llegado: si vemos a alguien pidiendo en la calle ni nos molestamos en mirar, porque lo vemos, pero no lo miramos; si hay iniciativas altruistas respondemos con un simple clic al “me gusta” del ordenador y nos damos por satisfechos; si vemos a algún conocido que está sin trabajo, cruzamos de acera para no “tener que aguantar” su situación y rogamos por no encontrarnos en su lugar.
Las personas han desaparecido. Somos simples animales solitarios que luchan por sobrevivir en esta jungla de vida y que sólo conocen una palabra: yo.

sábado, 11 de mayo de 2013

DE VERGÜENZA. ISTA YE A MIA FABLA

Resulta vergonzoso y sumamente ridículo que en ésta que "ye a mia tierra", los políticos, en lugar de preocuparse por la situación en la que nos encontramos, los ya consabidos paro, recortes, desahucios, etc, se dediquen a la solemne tontería de cambiar el nombre de las lenguas que hablamos.
Recuerdo mis años de universidad, ya lejanos, en los que mis profesores de lengua española, todos ellos catedráticos, nos enseñaban que en Aragón se habla el español, la fabla y el chapurriaú.
Ahora resulta que cuatro politicastros de tres al cuarto saben más que esos catedráticos que me enseñaron a hablar correctamente el español y consiguieron que todos distinguiéramos entre una lengua y un dialecto (cosa que seguramente ellos no tendrán ni idea).
Si mi querido profesor de latín levantara la cabeza, probablemente volvería a la tumba al ver el ridículo que hacen estas personas. Sus clases sobre la evolución del latín hasta llegar al español y a la fabla eran geniales, y nunca olvidaré cómo nos repetía que en el siglo  XVII se produjo la palatalización; de la h en español pero no en fabla y, por eso, nosotros seguimos fablando, comiendo farinetas y y terminando fartos de comer.
En mi casa toda la vida se ha hablado el español, y siempre hemos empleado palabras de fabla: así escobamos y lo recogemos con el badil, fregamos con el agua en un pozal, mi hija lleva en el estuche un tajador y yo le carraño si le pega un empentón a algún amigo.
No me voy a alargar en algo que todos los que viven en mi tierra ya conocen, porque es nuestra vida, nuestro idioma.
Me siento ridícula viendo cómo se pierde el tiempo en las Cortes de Aragón discutiendo sobre temas sin importancia que no van a llegar a ningún sitio, puesto que todos seguiremos empleando la palabra fabla para referirnos a la lengua del norte de nuestra tierra, al español como a la lengua común de todos y al chapurriaú como al dialecto que se habla en la franja.
Lo que realmente me resulta vergonzoso es lo que sus señorías habrán cobrado por estar discutiendo sobre este tema y no ocuparse de lo que realmente es importante en estos momentos en Aragón. Ni me planteo el porqué lo hacen: es evidente que todos ellos cobran lo suficiente como para llegar a fin de mes y de algún modo tienen que justificar su condición de diputados.
Vayansé a su casa si no saben hacer otra cosa más que discutir sobre lo que los catedráticos de universidad afirman, personas realmente preparadas para ello y no ustedes, señores políticos de mi tierra, que necesitan tener el papel delante hasta para dar los buenos días leyéndolo.
Si me he atrevido a escribir sobre este tema es por mi condición de filóloga, por el hecho de que mi padre naciera en la franja y porque, sinceramente, me siento avergonzada de los políticos que dicen representarme.

jueves, 2 de mayo de 2013

LA SOLEDAD DE UN PARADO

1 de mayo. Manifestación. No hay más de mil personas. Y ahí, entre medio de esa pequeña muchedumbre que grita por sus ideales, que protesta, que reclama, ahí en medio me lo encontré.
Estaba solo. De su boca no salían gritos. Ninguna protesta, ninguna indignación.
Nos saludamos y lo único que me dijo fue: "¡Qué día más triste!".
Comprendí sus palabras. Yo tengo la suerte de tener un trabajo, de poder acudir cada día a mi rutina y salir de un infierno que se alarga años y años y no tiene ninguna perspectiva de solución.
Hablamos durante un rato. Procuré sacar temas sin importancia y encontrar en mi cabeza alguna que otra tontería con la esperanza de que sus labios esbozaran una sonrisa. Ardua tarea.
Nos volvimos a ver por la tarde. Creo que los amigos están para eso. Después de un rato de conversación sobre temas sin importancia, por fin exclamó: "Qué solo me he sentido hoy".
Estaba convencido de que nadie iba a ir a esa manifestación a darle un puesto de trabajo; que no habría nadie que le ayudara a encontrar rápidamente un sitio en el que escapar de su infierno, pero confiaba en que fueran muchas las personas que hubieran salido a protestar  por lo que él y no sólo él, sino más de seis millones de personas de este país están viviendo.
Llegar a fin de mes o no ya no importaba. Poder salir o no a tomar algo a algún bar tampoco. Lo que realmente importaba era la soledad con la que se había encontrado. Ver que a la mayoría de las personas les daba exactamente igual el gran problema que nos rodea. Saber que pocas entienden la desesperación de sentirse aislado en un mundo en el que la comunicación une, pero también separa. Saber que no existe un apoyo moral a una situación insostenible que te va mermando y te hunde como persona.
Poco puedo hacer yo por ayudarle. No tengo para darle un trabajo; pero sabe que puede contar conmigo en esos momentos en que la soledad y la frustración se hagan más y más grandes.
Espero que tomemos conciencia de que un parado es, ante todo, una persona con sentimientos, con inquietudes, con ganas de vivir, con una alegría perdida que quizá un día no muy lejano vuelva a encontrar.
Mientras tanto, seamos ese hombro en el que apoyarse y démosle unos minutos de comprensión, de sonrisa y, sobre todo, de solidaridad en su tristeza y en su soledad.