sábado, 31 de marzo de 2012

SOÑAR Y SOÑAR

Martin Luther King dijo: "Tengo un sueño" y a partir de ese momento muchas cosas cambiaron.
Ahora nosotros decimos: "Tengo sueño" y nada cambia. Pasamos noches en vela porque los problemas no nos dejan dormir, porque en unas horas comenzará un nuevo día en el que tener que enfrentarnos a todo lo que nos rodea. Y, aunque parezca mentira, en esas horas que pasamos sin dormir, estamos soñando despiertos, estamos solucionando nuestros problemas, buscando la mejor salida para todo y autoconvenciéndonos de que todo se va a resolver cuando empiecen a salir los primeros rayos de sol.
Esas noches solitarias, en compañía de nuestra mente, de nuestros proyectos, de nuestras ilusiones; esas noches en que hacemos mil planes y encontramos mil y una soluciones; esas noches en que los ojos se niegan a cerrarse porque saben que más allá de la oscuridad viene la luz y, con ella, todo es posible.
Podemos decir que tenemos sueño porque no hemos dormido nada, porque las horas han seguido pasando mientras nuestra cabeza no paraba de dar más y más vueltas, porque hemos imaginado, por un momento, la solución a todos los problemas que tenemos en nuestra vida, porque hemos tenido tiempo suficiente para analizarlo todo y darnos cuenta de que podemos plantarle cara a la vida y seguir.
Al igual que Martin Luther King podemos hacer que las cosas cambien en nuestra vida, en todo aquello que nos rodea y enfrentarnos a los problemas, que no puedan con nosotros porque somos más fuertes, porque podemos luchar, porque tenemos fuerzas donde no sabemos que las teníamos, porque tenemos sueño porque  hemos tenido un sueño.

viernes, 30 de marzo de 2012

APRENDIENDO DE LA TELE

Aunque la televisión no es un aparato que me guste mucho y sólo recurro a ella para ver algún concurso o alguna película, exceptuando, por supuesto, al doctor House, llevo unos días viendo un programa llamado "De buena ley", en el cual las personas van a intentar arreglar sus diferencias mediante un laudo.
He de decir que me sorprendió ayer al ver que nada giraba en torno al dinero, que ninguna de las dos partes en conflicto solicitaba ni un sólo céntimo.
Una joven de veintiún años pedía a su madre que volviera a aceptar en su casa a su padre, el cual las abandonó hacía tres años y, ahora, volvía convertido en mujer, ya que era transexual.
Me sorprendió el entusiasmo de la joven en defender a su padre y su nueva situación física y no me sorprendió la actitud de la madre preocupada por el "qué dirán" y alegando que eran la comidilla del barrio.
Quizá muchos de los que somos más mayores que esa joven, deberíamos aprender muchas cosas de las que dijo y valorar a las personas por eso: porque son personas, no porque sean hombres o mujeres, homosexuales o heterosexuales, transexuales o firmes en su sexo. La joven en cuestión alegó que su padre había cambiado de aspecto, pero que tenía el mismo fondo. Eso me sorprendió y me hizo ilusión ver que quedan personas que siguen mirando lo que hay dentro y no el caparazón que nos rodea.
Yo tengo amigos y amigas homosexuales y, nunca, los he tratado como si fueran diferentes. A mí me tiene sin cuidado con quien se va cada uno a la cama, mientras sean verdaderas personas y me traten con el mismo respeto con el que yo lo hago.
Deberíamos dejar ya de tratarlos de enfermos mentales, porque creo que, desgraciadamente, el término está mal empleado y cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, siempre y cuando sepa que sus derechos terminan donde empiezan los del otro.
Me gustó ver como una joven valoraba el apoyo moral de su padre y se sentía "muy orgullosa" de tener el padre que tenía.
De vez en cuando, y aunque parezca mentira, aprendes algo viendo la tele.
Por cierto, la persona que ejercía de árbitro le dio la razón la joven.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Y LOS GRITOS SE CALLARON

Cuando somos pequeños todo va deprisa, o nosotros queremos que vaya deprisa. Vamos a todas partes corriendo, hacemos las cosas espontáneamente y sobre todo, gritamos.
Los patios de recreo de los colegios deben pasar con creces los decibelios permitidos por la ley, pero da gusto oír esas voces chillonas, penetrantes que, a veces, llegan a taladrarnos los oídos y nos hacen huír.
En los parque ocurre lo mismo: "Mamaaaaaaaaaaa, me voy al tobogán", "me he caídooooooooooooo", y nosotros a dos metros de distancia.
Los niños tienen la necesidad de decirlo todo a gritos, que sus voces se oigan, que se sepa que están ahí, que forman parte de nuestras vidas y del mundo que les rodea.
 ¡ Cuántas veces hemos buscado los padres esas pilas que llevan para que dejen de gritar !.
Llega la adolescencia, y los gritos desaparecen, ahora son mensajes en el móvil o en el ordenador, todo bajo una férrea contraseña y a escondidas de nosotros.
Crecemos, llega la madurez y con ella el silencio; cuanto menos se oiga lo que hablamos mucho mejor. Ya no tenemos necesidad de que el mundo sepa lo que nos ocurre, es más, procuramos ocultarlo y tan sólo alzamos la voz cuando algo maravilloso ha pasado en nuestra vida y queremos que todos se enteren.
¿Y si volviéramos a ser niños y gritáramos? Quizá nos pasaría como a ellos, que siempre habría alguien con una sonrisa mirándonos, alguien dispuesto a levantarnos cuando nos hemos caído porque ya lo hemos gritado, alguien atento a nuestros problemas y a nuestras alegrías. 
Si gritáramos y dijéramos lo que realmente nos sucede, probablemente nos sorprendería ver las personas que se acercan y nos acompañan en nuestros gritos. Pero los modales, la buena educación y el "qué dirán" nos vuelven silenciosos y todos esos gritos que dábamos de pequeños reivindicando nuestro lugar en el mundo y en la sociedad han desaparecido y se han callado.
Siempre nos queda esperar a que llegue la vejez y los problemas de audición hagan que tengamos que volver a gritar y decirle al mundo que estamos aquí y que formamos parte de él.

lunes, 26 de marzo de 2012

UNA TIRITA PARA EL CORAZÓN

Hay dos términos que se emplean en ocasiones a la ligera y no se les da la importancia que realmente tienen: depresión y ansiedad.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos estado tristes por algo; sin saber el motivo había algo en nuestro interior que no nos permitía disfrutar de todo lo que nos rodeaba. Otras veces, nuestro cuerpo ha temblado sin poder pararlo, se nos ha podido dormir una mano, pero han sido momentos de cierta alteración muy puntuales.
No soy médico, pero creo que al igual que cuando vemos a alguien con alguna parte de su cuerpo escayolada, vendada, con un resfriado o con una marca externa de una enfermedad, preguntamos y nos interesamos por su salud, debemos hacer lo mismo con aquellas personas que REALMENTE sufren estas enfermedades que hoy, por desgracia, abundan tanto.
Muchas veces decimos: estoy depre, cuando en verdad estamos tristes; nadie dice me han amputado una mano cuando se ha hecho un corte en un dedo.
Creo que no debemos tachar a las personas que padecen estas enfermedades de cuentistas, de que no tienen nada que hacer, de que tienen la vida fácil y por eso se tienen que inventar algo. Tampoco podemos decir que los psiquiatras y psicólogos son personas que no sirven para nada, más que para dar medicación y llenarlos la cabeza de pájaros. Pensemos por un momento en que tienen que curar algo que no se ve, pero que está ahí y que, por haber tenido la mala suerte de vivirlo muy de cerca, es algo que no deseo ni a mi peor enemigo.
Mucho cuidado con los términos que empleamos, mucho cuidado con las personas que están enfermas, mucho cuidado en cómo catalogamos a los que se preocupan por ayudar.
No juzguemos a la ligera, no veamos tonterías donde hay dolor y sufrimiento, no es fácil poner una tirita en un corazón roto.

LOS POLÍTICOS

Conforme nos vamos haciendo mayores y vamos abandonando el nido que nuestros padres crearon, empiezan a surgir otras personas en nuestro nuevo círculo familiar que vienen impuestas con la pareja que hemos elegido.
No deben existir muy buenas relaciones o, por lo menos, no existieron cuando a alguien se le ocurrió ponerle el nombre de "familia política".
Pasamos a tener un padre político, una madre política y hermanos y hermanas políticos. Y es entonces cuando comienza nuestro comportamiento políticamente correcto.
Desde el día en que somos "presentados en sociedad" procuramos por todos los medios caerles bien, mostrar la mejor de nuestras sonrisas y sacar de nuestro interior hasta esos comportamientos que ya teníamos olvidados.
¡ Pamplinas!. Yo soy como soy, en mi casa y en casa de mi familia política. A mí me interesa lo que opine mi pareja de mí, lo que la quiero, todo lo que estoy dispuesta a hacer por él, y lo que opine el resto de la humanidad me tiene sin cuidado. Si estoy triste lo estaré aquí y en su casa, si estoy alegre también, al fin y al cabo nunca me han gustado las hipocresías y no voy a ser ahora la primera en serlo.
Pero la cosa cambia cuando somos nosotros los políticos, cuando nuestros hermanos o hermanas traen a casa a sus parejas: entonces analizamos; por lo general, somos despiadados y entonces entramos a matar a degüello a aquel o aquella que "ha tenido la osadía de llevarse a nuestr@s herman@s", a nuestros compañeros de juegos y de confidencias.
Surge entonces una barrera invisible que nos hace ser más cautos en nuestros comentarios, en desvelar esos secretos que antes lo hacíamos con la mayor naturalidad del mundo.
Como buenos políticos mostramos lo bonito y ocultamos la realidad, aceptamos a quienes han elegido para compartir sus vidas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar si no tenemos que vivir con ell@s?.
Al igual que los padres esperan la felicidad de los hij@s, debemos esperar también la felicidad de nuestros herman@s y no pretender formar parte de unas vidas que ya no nos pertenecen.
Nuestros compañeros de juegos infantiles ahora son adultos y tienen que luchar por las familias que han creado y esperar de nosotros que estemos ahí, en un segundo plano, por si llegado el momento nos piden ayuda, estar dispuestos a darla.
¡ Qué odiosa es la palabra política !

viernes, 23 de marzo de 2012

BESOS DE YAYOS

Es cierto que los tiempos han cambiado mucho y cada vez con más rapidez, pero yo sigo teniendo en mi memoria el recuerdo de mi yaya, porque no era mi abuela, era yaya.
Siempre que llegaba del colegio estaba en la cocina preparando la comida y guardándome el corrusco de pan que tanto me gustaba, me daba un beso y me preguntaba cómo me había ido en el colegio.
Quizá sean recuerdos tontos, pero son míos y hacen que en mi cara aparezca una sonrisa.
Muchos de los que ya pasamos los cuarenta no pudimos disfrutar de nuestros abuelos porque alguna enfermedad, ahora curable, se los había llevado, porque una maldita guerra se los llevó antes de tiempo o porque la vida lo quiso así.
Tengo envidia de los niños de ahora que pueden disfrutar de sus abuelos, que los van a buscar al colegio, los llevan al parque, saben como camelarlos hasta que les compran todas las chuches que quieren y, si papá y mamá se enfadan, siempre está la casa de los yayos para escapar.
Los yayos dan propina el fin de semana, siempre tienen una palabra amable, les dicen a los padres que no castiguen a sus nietos porque ahora les toca malcriar, les toca dar caprichos y así son felices.
Mi hija mira al cielo por las noches y ve dos estrellas brillando y dice: "hola yayo, hola yaya" y se enfada, porque no le dan besos, pero a la vez sonríe, porque siempre están con ella y llora porque quiere que vuelvan y está feliz, porque dice que ya están juntos y yo le cuento cuánto la querían y juntas vemos fotos y procuro guardar las lágrimas para mis momentos de soledad; nos reímos recordando "cosas de los yayos" y yo, en mi interior, maldigo y me enfado porque a mi hija no la irán a buscar sus yayos al colegio.
La historia se ha repetido y quiero conseguir que se repita del todo, y lo poco que mi hija pudo disfrutar de sus yayos lo lleve siempre en su corazón y en su pensamiento al igual que yo llevo el recuerdo de mi yaya, y de mis labios saldrán esos besos tiernos, sin exigencias, llenos de amor, de complicidad, esos besos que sólo los yayos y las yayas saben dar.

jueves, 22 de marzo de 2012

ESCUELA DE PADRES

En mis tiempos escolares, recuerdo que había algo que se llamaba "Escuela de padres". Ahí acudían algunos padres y les debían dar  pautas para el comportamiento, la enseñanza y la educación de sus hijos: nosotros.
No sé si debió dar mal resultado puesto que lo suprimieron.
El caso es que me pregunto ¿quién enseña a ser padre o madre?.
Los que lo somos actualmente tenemos una difícil tarea con nuestros hijos, al igual que la tuvieron nuestros padres, pero hay algo que cambia completamente: la sociedad que nos rodea.
Cada cuál hará lo que quiera con sus hijos y les enseñará y educará como mejor sepa, al igual que hago yo. La sociedad que nos rodea llena de problemas, fracasos, odios, injusticias, falsos ídolos, etc, ya se encargará de tirar por tierra todo aquello en lo que "trabajamos" diariamente.
Quizá estaría bien que volvieran las "Escuelas de padres", pero no para enseñarnos cómo educar a nuestros hijos, sino para enseñarnos cómo hacer que sobrevivan a esta sociedad y a este futuro que se les presenta. Me gustaría saber quién es el sabio que tiene las respuestas y quién es el valiente que se atreve a enfrentarse a ella sin miedo a ser aniquilado.
Quizá las pautas sean ahora obligarles a  ver las noticias en la televisión, enseñarles a pisotear al de al lado con tal de conseguir lo que quieren, decirles siempre que sí a todo, darles la razón aunque no la tengan.... Crearemos auténticos monstruos, pero serán monstruos líderes, con poder.
¡ Qué pena que hayamos perdido valores !. ¡ Qué pena que nuestros hijos ya no sean niños !. ¡ Qué pena que no podamos volver a los tiempos de antes y ser simplemente padres sin tener que luchar contra la sociedad !.

martes, 20 de marzo de 2012

EL MOMENTO DE LA VERDAD

Cada mañana se despertaba antes de que nadie le dijera nada y rápidamente se levantaba, se vestía, iba al baño a asearse y desayunaba. Todos los días la misma rutina; la rutina de la mayoría de las personas.
Pero aquel  día era especial. Se levantó antes de lo habitual; había dormido mal, despertándose en numerosas ocasiones; algo la tenía intranquila y ella sabía muy bien lo que era.
Intentó pensar en otras cosas: en lo que hablaría con sus compañeros, en lo que comería, en lo que haría al terminar la jornada,... no, mejor no pensar en lo que haría al terminar la jornada, porque todo iba a depender de lo que ocurriera.
Sabía que cada tres meses pasaba lo mismo. ¡Dichoso papelito que todo lo alegra o todo lo fastidia!, pensaba. Pero las cosas estaban así establecidas y no podía hacer nada para cambiarlas.
Sabía ya hasta lo que iba a escuchar de unos labios y de otros según lo que pusiera en aquel papelito. Estaba confiada, creía que escucharía buenas cosas, que sonreirían, que le darían algún beso; pero no pudo evitar llorar de los nervios.
Intentaron calmarla, que no se anticipara a lo que no sabía que iba a ocurrir, pero algo le decía que había desaprovechado parte del tiempo y que ahora, llegado el momento de la verdad, ya nada tenía solución y las cartas estaban echadas.
Se marchó a la hora de siempre y siempre acompañada; llegó a su lugar de destino y se despidió con un beso, como todos los días. Las horas empezaron a pasar, estaba expectante. Hasta la última hora no le dieron el sobre en el que estaba guardado el papelito que ella no debía sacar. Salió del recinto y allí estaba esperándola. Rápidamente le dio el sobre, espero a que lo leyera y vio en su rostro una sonrisa, seguido de un abrazo y un enorme beso.
Las notas habían sido buenas, no había suspensos ni tampoco sobresalientes, pero había notables y bienes y para su corta edad aquello era mucho. Sabía que podía conseguir algún sobresaliente, pero también sabía que a los dos días la angustia que había pasado se olvidaría y volvería a sus juegos, a sus distracciones, a los deberes cotidianos.
¿Qué pasaría si a nosotros, los adultos, nos evaluaran cada tres meses por nuestro trabajo? No espero ninguna respuesta, puesto que la mayoría hemos vivido ya el temido día en que nos daban las notas.

domingo, 18 de marzo de 2012

SOMOS FELICES

Somos felices los que nos alegramos al abrir los ojos y ver que tenemos todo un día por delante.
Somos felices los que un simple café nos hace despertarnos y ver con claridad todo lo que nos rodea.
Somos felices los que estamos un rato bajo la ducha y agradecemos ese agua que recorre todo nuestro cuerpo.
Somos felices los que podemos decir todos los días que nos vamos a trabajar.
Somos felices los que sonreímos cuando llueve y cuando hace sol, cuando el calor aprieta y el frío es insoportable.
Somos felices los que nos alegramos al encontrarnos a alguien conocido por la calle y nos saludamos o nos paramos a hablar dos minutos.
Somos felices los que recordamos con alegría el tiempo pasado e incluso dejamos escapar alguna lágrima.
Somos felices los que vemos a nuestros hijos saltando en unos hinchables y nos uniríamos a ellos en esa diversión.
Somos felices los que disfrutamos de un paseo con los nuestros, aunque sea dar una vuelta a la manzana de nuestra casa.
Somos felices los que un día podemos entrar en un bar a comernos un bocadillo y con él hacemos la celebración más maravillosa del mundo.
Somos felices los que podemos estar horas y horas de tertulia con nuestros amigos en el sofá de casa sin tener que ser hipócritas.
Somos felices los que un plato de nata con fresas nos parece el mejor postre del mundo.
Somos felices los que tenemos por adorno en la nevera de la cocina los dibujos de nuestros hijos en los que aparecemos reflejados con una sonrisa.
Somos felices los que respondemos a la llamada de socorro de un amigo y lo dejamos todo tirado.
Somos felices los que tenemos la casa desordenada y estamos tumbados en el sillón viendo una película y comiendo palomitas de microondas.
Somos felices los que cantamos en casa sin saber el motivo.
Somos felices los que soñamos despiertos y nos imaginamos unas maravillosas vacaciones que quedarán en eso, en un sueño.
Somos felices los que acariciamos a nuestra mascota y le hablamos esperando que nos responda, y en ocasiones, lo hace.
Somos felices los que sabemos que las pequeñas cosas son las importantes.
Somos felices los que no decimos quiero más y más y más, si no que quiero vivir con alegría.
Somos felices los que nos hemos caído mil veces y nos levantamos mil una.
Somos felices los que nos miramos al espejo y podemos ver a alguien que nos gusta.
Somos felices los que entendemos que la vida es sencilla y no hay que complicarla.
Somos felices los que intentamos ser personas cada día.
Somos felices los que la vida nos da una patada y nos volvemos para enseñarle nuestra sonrisa.
Somos felices los que queremos vivir y soñar.

jueves, 15 de marzo de 2012

SIN TÍTULO

Cuando comencé a escribir, hace más de veinte años, mi ilusión era publicar un libro. Y mi sueño se hizo realidad: el libro se publicó y se vendió. Fue una presentación maravillosa, llena de emociones, con mi familia y mis amigos y con ausencias señaladas. Dentro de poco se volverá a presentar otra vez y ya será la última.
Lo que más me ha gustado de toda esta experiencia es que no soy tan distinta a los demás como yo creía. Muchas personas me han comentado que se han visto reflejadas en mis relatos, que su vida y la mía son muy parecidas, en fin, que no soy ningún bicho raro.
Pero de todo se aprende. Lo que yo comencé como una forma de expresar todo lo que llevaba dentro, terminó por convertirse en una desagradable lucha por el maldito dinero.
Yo no quiero dinero, ni quiero ser famosa; simplemente quiero expresar lo que siento, lo que pienso, lo que hace que me despierte a las tres de la madrugada y me siente delante de este teclado y deje que los dedos vayan solos y que, unas horas después, alguien me diga que también, en algún momento de su vida, se ha sentido así, que soy una persona como cualquier otra.
Maldito dinero que todo lo corrompe y quita las ilusiones; maldito el momento en que se me ocurrió publicar el libro.
Seguiré con mi blog, escribiendo todo aquello que me pasa por el corazón y por la cabeza; seguiré diciendo lo que pienso, como he hecho hasta ahora; seguiré expresando mis alegrías y mis penas que, como me he dado cuenta, son también las de muchos otros y daré gracias porque, de esta forma, nadie ganará ni perderá dinero, ni convertirán un sueño de niña en unos cuantos euros a los que aferrarse.

martes, 13 de marzo de 2012

UNA PRIMA CON MALA LECHE

Aunque no lo diga el calendario, la primavera ha llegado a nuestras ciudades y todo parece tener un tono distinto. Las tardes se hacen más largas y los parques comienzan a recibir a los pequeños que salen del colegio y, antes de hacer los deberes, pasan unos minutos con el bocadillo en las manos disfrutando.
Pero no sé de quién será prima esta señora que, seduciéndonos con sus colores, sus olores y sus luces, nos trae estornudos, picores y refriados como si fuera para no dejarnos ver lo bonita que es.
Es algo contradictorio que, cuando todo se llena de colores, algunos tengamos que ir con el colirio en el bolsillo para poder ver algo y aliviar nuestros resecos ojos escondidos tras las gafas de sol que nos es imposible quitar.
Es contradictorio que las flores empiecen a desprender su agradable aroma y algunos vayamos todo el día con el pañuelo en la nariz, como un alargamiento de nuestro apéndice, sin poder ni respirar; así que de poder disfrutar del olor de las flores ya ni hablaremos.
Es contradictorio que las tardes se hagan largas, que el sol siga brillando hasta casi la hora de la cena y los más jóvenes se tengan que recluir a estudiar porque se acerca el fin de curso y,  para muchos, es ahora cuando hay que recuperar el tiempo perdido durante todo el invierno.
Es contradictorio que nos queramos unir con nuestra ropa a esos colores tan alegres y dejar atrás la oscuridad del invierno, lo cual provoque que tiritemos de frío por las mañanas al ir a trabajar y sudemos al salir, lo cual hace que terminemos la semana anunciando dos días, en teoría festivos, pero que nos van a tener recluidos en casa estornudando e intentando aliviar el resfriado.
Será muy bonita la primavera, será muy dada a los poemas de alegría, de renacer, de volver todo a la vida, pero creo que en el fondo, tiene muy mala leche.

lunes, 12 de marzo de 2012

MI PROMESA

Una sonrisa en mi cara es lo único que le puedo dar, eso y saber que estoy aquí, que me tiene para lo que quiera.
Pocas personas he conocido tan fuertes en esta vida, sin miedos, disfrutando cada momento, viviendo como hay que vivir; pocas personas lo dejaron todo para ayudarme cuando lo necesité, cuando mi vida era un profundo agujero en el que estaba metida. Y ahí estaba ella, extendiendo su brazo para que yo saliera de aquel pozo, para que me diera cuenta que la vida había que vivirla, que yo era una persona como cualquier otra, que debía vivir y soñar y reír y llorar.
Cuantas noches de televisión juntas, hablando de todo y de nada; para ella la forma de ayudar a una amiga, para mí el hombro en el que llorar e intentar reconstruir todo lo que se había roto en mil pedazos.
Ahora la vida ha querido que todo dé la vuelta, que la maldita enfermedad que nadie quiere nombrar aparezca, que yo tenga que extender mi brazo y decirle: aquí tienes mi hombro y mi cuerpo entero para lo que quieras, cuando quieras, donde quieras.
No he podido ni llorar, a ella no le gustaría; siempre me ha dicho que me ha visto llorar muchas veces y que ya valía, que no merecía la pena, que había que seguir, siempre adelante, siempre con buena cara.
Son tantos y tantos momentos juntas, tantas horas de confidencias, tanta ayuda recibida que me veo incapaz de devolverla. No hay tiempo.
Pero voy a estar ahí, con ella, en lo que se avecina, en esta cuenta atrás que ha comenzado y que me hace enfadarme con el mundo, con la vida. Simplemente estaré, como ella estuvo, como ha estado siempre. Volveremos a ver fotos de hace años, nos reiremos de las mismas tonterías, nos comeremos unas palomitas viendo una película de amor, estaremos como nos gusta: juntas y felices, me encargaré de que así sea y que lo que queda sea la aventura más feliz que se pueda llevar.
Te quiero MA

A LOS QUE ESTAMOS EN EL MEDIO

En nuestras ciudades hay unos lugares preciosos, con colores, con árboles, con bancos... Son sitios pequeños, plazas, algún rincón perdido entre casas. Sitios donde los pequeños juegan, donde se columpian, donde se suben a un tobogán y son el pirata más valeroso del mundo o la princesa que está recluida en una torre. Sitios para soñar y convertirse en lo que no son el resto de la semana.
Hay algunos jardines donde los adolescentes se tumban para empezar a conocer lo que se siente con un primer beso, y un segundo, y un tercero,..., donde hacen planes para un futuro que seguramente se verá truncado en el momento en que otra persona les toque su moldeable corazón.
Algunos de mediana edad se sientan en el suelo a la sombra de un árbol y sacan un libro, sí un libro, y se sientan a disfrutar de una apacible lectura y un rato de tranquilidad en un mundo de prisas.
En los bancos se sientan los mayores, comentan sus vivencias, todo lo que a aquellos que están jugando aún les queda por vivir, todo lo que ha pasado en un suspiro y ahora toca a su fin. Cuando terminan, se levantan con dificultad y emprenden en largo y lento camino de vuelta a casa.
Yo pertenezco al grupo de los que se sientan en el suelo y contemplan a los que juegan. Creo que estoy en medio de dos mundos: he dejado de soñar en ser una princesa y no hablo de tiempos que ya pasaron. Vivo en el presente, en lo que ocurre cada día, en lo que debo hacer. Pero, de vez en cuando, también sueño y me alejo del mundo de cada día para llegar al mundo que me gustaría vivir y me dejo llevar, y sola, ahí sentada apoyada en un árbol, sonrío. Otras veces recuerdo mi infancia y me acerco a los columpios, y si no son demasiado estrechos y puedo apoyar  mis posaderas, me columpio y sigo pensando que puedo llegar a tocar el cielo y con ello alcanzar mis sueños. Y le canto a mi hija las canciones de saltar a la comba, de jugar con las manos, de juegos que no hace mucho eran mi día a día.
Y recuerdo, claro que recuerdo, todo lo que ha pasado ya por mi vida, todo lo que podía haber sido y no fue, todo lo que fue y no tendría que haber sido, y unas veces sonrío y otras lloro, pero disfruto.
Estoy en medio de los que tienen que ser y de los que han sido; de los que tienen futuro y de los que tienen pasado; de los que vivirán y de los que han vivido. Y soy feliz: he disfrutado, he soñado, he besado, he recordado, he vivido y espero, ahora que he dejado los columpios y estoy en el césped, llegar a sentarme en el banco y levantarme despacito. Pero eso será dentro de muchos años.....



domingo, 11 de marzo de 2012

SÓLO PERSONAS

Hay veces en que  me avergüenza ser persona.
Nunca he expuesto en ninguno de los relatos que he escrito mis ideas políticas, mis creencias religiosas, mis inquietudes sociales. Para mí, lo primero son las personas y, de momento, no estoy convencida de que todos los que andamos sobre dos piernas entendamos lo que es esa palabra.
Y ¿a qué viene hoy todo esto?. La respuesta es sencilla: he oído en la radio y leído en la prensa que hoy hace ocho años de los atentados de Madrid. No es tanto tiempo y todos, creo, que aquel día morimos un poco; nos pusimos en la piel de los fallecidos, de sus familias, de los heridos y compartimos su dolor y su pesar. Ha pasado el tiempo, como he dicho, poco tiempo, y las cosas han cambiado. Ahora unos los recuerdan por un lado y otros por el contrario. ¿No eran personas las que murieron?, ¿no eran como cualquiera de nosotros?, ¿no tenían aspiraciones y sueños en la vida como cualquiera?, entonces ¿por qué su recuerdo está dividido?.
Así nos pasa con todo: una vez superado el primer mal trago torcemos las cosas y los que fueron personas dejan de serlo para convertirse en recuerdos que usar, manejar a nuestro antojo o en nuestro beneficio.
No me gusta lo que pasa en esta sociedad que me ha tocado vivir. A mí me gustan las personas que son eso: simplemente personas; las que luchan cada día por lo que quieren y desean, las que tienen sueños, las que ven en lo sencillo algo maravilloso, las que sonríen y lloran.
Mis creencias religiosas harán que yo recuerde hoy a aquellos que murieron en los atentados y que lo haga a mí manera, en soledad, no necesito a nadie más, no necesito discutir con alguien si estará en algún otro sitio o si se habrán reencarnado o si todo terminó. Para mí eran personas, solamente personas, afortunadamente personas.

sábado, 10 de marzo de 2012

PALOMA Y GORRIÓN

La verdad es que soy privilegiada con las vistas que tengo desde mi ventana.
Esta mañana, en la farola que hay justo enfrente, había una  paloma sentada. Estaba toda hinchada, colocada en la esquina de la farola para que todo el mundo la viera. He pensado que estaba preciosa para hacerle una foto. Pero cual ha sido mi sorpresa cuando, por detrás, ha asomado un gorrión. Pequeño, casi diminuto en comparación a la paloma. Ahí estaba el pequeñajo en la parte de detrás. Se movía de un lado a otro sin parar, mientras la "señorona" permanecía quieta, luciendo su porte.
Indudablemente me ha hecho pensar en esas personas que se colocan en lo más alto para ser vistas, para que todo el mundo las contemple y las admire, para que les digan cosas maravillosas; y también, en las personas que prefieren permanecer detrás, que les gusta observar y pasar discretas por la vida, que son inquietas, que tienen aspiraciones más allá de su físico.
Simplemente me ha entrado la risa al ver como el gorrión salía disparado a coger un pedazo de pan que había en el suelo, mientras la paloma asomaba la cabeza y se miraba hacia abajo. Los humanos no somos tan distintos y tenemos mucho que aprender de los animales. Yo me quedo con el gorrión, pequeña, discreta, inquieta, pero con la tripa llena.
En estos momentos en que escribo, la paloma sigue en la farola, esta vez de pie, mirando, y el gorrión se está dando el banquete debajo de un banco. ¡Buen provecho!

viernes, 9 de marzo de 2012

DECIR NO

Cuando somos pequeños nos enseñan a decir no a las personas que no conocemos y nos dicen que vayamos con ellos, a los extraños que nos dan un caramelo en la puerta del cole, a todo aquel que no pertenece a nuestro mundo. Todo ello lo cumplimos al dedillo por el miedo que nos han inculcado.
Llega la adolescencia. Entonces nos enseñan a decir no a las drogas, al alcohol y al tabaco. Pero somos rebeldes y queremos saber por qué tenemos que decir ese no; así que lo probamos. Por lo general nos tomamos un par de copas y terminamos en casa llorando, borrachos, enfermos, pidiendo perdón a nuestro padres que nos ayudan a llevar ese "mal trago". Ha sido nuestra primera vez. Fumamos un cigarrillo a escondidas, nos mareamos y algunos seguimos fumando mientras otros no lo hacemos.
Cuando somos adultos nosotros somos los que decidimos cuando decimos no. Probablemente lo digamos más veces de las necesarias y en las ocasiones menos idóneas. 
Volvemos a repetir la historia con nuestros hijos y les enseñamos a decir no. Ya no decimos no a los extraños, ahora hablamos con ellos y pasan a ser nuestros amigos, así vamos ampliando nuestro mundo. Tampoco decimos no al alcohol, "una copa de vino es sana". Pero creo que lo principal es que muchas veces decimos sí cuando en realidad la respuesta es no; y dejamos pasar el tiempo, y con él que se olvide nuestra promesa. No somos libres para decir no. La sociedad y las circunstancias que nos toca vivir a cada uno nos obligan a decir no, cuando queremos decir lo contrario.
Me gusta decir no. Pero un no verdadero; simplemente porque no quiero, porque no puedo, porque no va con mis ideas, porque quiero decidir yo. Pero visto que no está bien considerado decir un no tajante en según que circunstancias, me quedaré con el lenguaje de mi tierra  y en lugar de no, diré "sí, de cojón", siempre daré lugar a que el tiempo lo borre.

jueves, 8 de marzo de 2012

YO Y CUALQUIERA

Sinceramente ha llegado un momento en mi vida en que, realmente, me importa tres pepinos el qué dirán de mí. Yo soy como soy, con lo que he vivido, con lo que vivo y con lo que me queda por vivir.
Yo soy la que cada día está en mi piel:
la que tiene miedos, 
la que sonríe aunque no tenga ganas para que mi hija se levante con cara de felicidad, 
la que llora cuando siente tristeza,
la que quiere disfrutar de la vida, 
la que espera una caricia y una palabra amable,
la que se vuelve borde y hace daño con una palabra, sin tener que levantar la mano,
la ingenua que piensa que todo el mundo es bueno,
la que espera a la salida del colegio para ver una sonrisa,
la que se pone canciones de amor y sueña,
la que baila sola por casa,
la que utiliza la escoba como micrófono improvisado,
la que ríe y llora a la vez viendo fotos antiguas,
la que pide cinco minutos para mí,
la que llama por teléfono simplemente para decir ¿qué tal?,
la que te puedes encontrar en cualquier calle,
la que es como cualquier otra,
la que sabe lo que no quiere y lo que quiere,
la persona más normal del mundo.

SOY MUJER

Soy mujer porque así lo quiso la vida y el deseo de mis padres.
Soy mujer y me gusta haber saltado a la comba, jugado a cocinitas, peinado a muñecas y soñado con ser una princesa.
Soy mujer y me gusta haber aprendido a maquillarme, a combinar la ropa, a ponerme mis primeros tacones, a discutir porque esa falda era demasiado corta.
Soy mujer y me gusta haber sufrido con los dolores de la regla porque de ellos aprendí a no sufrir en un parto.
Soy mujer y me gusta tener mi casa como quiero: si me da tiempo la tengo limpia, si a alguien no le gusta, le diré donde está el plumero.
Soy mujer y me gusta hablar con mis amigas de cualquier tema, sin miedo a que me critiquen, porque son amigas de verdad.
Soy mujer y me gusta que me llamen mamá, pasarme horas haciendo deberes que ya hice hace años y que ahora tengo que repetir.
Soy mujer y me gusta que me hagan mimos, que me acaricien, que me den un beso cuando menos lo espero.
Soy mujer y me gusta tener que correr todos los días para llegar al trabajo, a atender a los míos y a atenderme a mí.
Soy mujer y me gusta llorar sin tener que taparme la cara, sin demostrar que soy fuerte cuando no lo soy.
Soy mujer y me gusta curar desde un pequeño arañazo hasta un corazón roto.
Soy mujer y me gusta luchar por lo que quiero, por haber llegado hasta donde estoy sólo con mi esfuerzo.
Soy mujer y me gusta tumbarme en el sofá por la noche porque ya no puedo más, pero aún me quedan fuerzas para levantarme y dar un beso de buenas noches.
Soy mujer y me gusta tener que pedir ayuda porque no puedo abrir un bote.
Soy mujer y me gusta que me digan un piropo.
Soy mujer y me gusta decir lo que pienso aunque algunos no lo compartan.
Soy mujer y me gusta.

martes, 6 de marzo de 2012

LÁGRIMAS DE VIDA

Desde el mismo momento en que nacemos las lágrimas caen por nuestras mejillas y la mano de nuestra madre las seca.
Llorar es vivir. Lloramos por lo bueno y por lo malo. Las lágrimas corren por nuestras mejillas cuando algo nos divierte mucho y dejamos que resbalen, las notamos llegar hasta nuestra mandíbula y de ahí caer al suelo, no nos importa que nos vean, son lágrimas de felicidad, de diversión, de alegría.
Pero cómo cambian las cosas cuando las lágrimas son de tristeza; entonces no las dejamos tan apenas salir de nuestros ojos. Rápidamente las secamos, nuestro aliado, el pañuelo, las tapa y nosotros inclinamos la cabeza para que nadie nos vea.
¡Qué más da que sean de alegría o de tristeza!, ¡qué más da que seamos hombres o mujeres!. Nuestras lágrimas son señales de que estamos vivimos, de que sentimos, de que en una pequeña gota de agua que surge de nuestros ojos se concentra toda nuestra existencia como seres humanos, todos nuestros sentimientos.
Una película nos puede hacer llorar; con una canción derramamos lágrimas de emoción, de recuerdos, de alegrías, de penas; con un libro podemos llegar a humedecer sus páginas.
Cada lágrima que cae de nuestros ojos es señal de que estamos vivos y de que vivimos, de que nos alegramos y nos entristecemos, de que somos personas y no nos da vergüenza demostrarlo.

lunes, 5 de marzo de 2012

CAPÍTULO 1

1


Huesca, 1237

              La primavera empezaba a despuntar en los alrededores de la ciudad, después de un frío y largo invierno. El día se presentaba claro, y las gentes comenzaron a despertarse lentamente.
              El sol iluminaba con sus rayos los preparativos para dar inicio a la construcción de lo que sería la Catedral de la ciudad. Para el obispo Vidal de Canellas, recién nombrado tras la muerte de su antecesor García Pérez de Zuazo, era la labor más importante que le habían encomendado el Rey Jaime I y el Papa Gregorio IX.
              Todos se sorprendieron al escuchar el repicar de las campanas de las cercanas iglesias de San Pedro y de Santa María. Justo al lado de ésta última y en ese mismo instante, el imán, llamaba desde lo alto de la torre de la mezquita, pero no era llamada a la oración, sino a reunión. Y en la judería, el rabino corría de puerta en puerta para congregar a todos en la sinagoga.
              Nadie esperaba que aquel día el destino de la ciudad iba a cambiar.

              María era la segunda hija de Vicente y Marián. Vicente se dedicaba a las labores del campo y era propietario de amplios terrenos que se encontraban al este de la ciudad. Con ellos abastecía a los mercaderes de la ciudad de productos agrícolas, lo cuál le permitía llevar una vida desahogada, sin grandes lujos, pero sí confortable.
              En esas tareas le ayudaba su hijo mayor, Carlos. Era un chico fuerte y, desde pequeño, sabía que su destino era seguir con los negocios de su padre.
              Sus comienzos fueron como los de cualquier empleado. Tuvo que ir al campo a labrar, sembrar y recoger  cosechas. No entendía que siendo el hijo del amo tuviera que rebajarse a ese nivel. Pero ahora, con diecisiete años, se daba cuenta de que aquello era lo mejor que su padre había podido hacer por él. Desde su puesto de contable en el negocio familiar, sabía lo dura que era la vida en el campo, y comprendía cuando las cosechas eran malas porque el tiempo no acompañaba y los trabajadores temían que aquello rebajara su jornal.
              Marián era la esposa y madre cristiana perfecta. Inculcaba en sus dos hijos el amor a Dios y a la Iglesia, la unión con la familia y el respeto a los que no eran como ellos.
              Sabía de los escarceos amorosos de su marido, pero guardaba un resignado silencio que ya no provocaba en ella ningún sentimiento de resquemor. “Mientras a mí me siga queriendo…”, se consolaba muchas veces absorta en sus pensamientos.
              Su hija María era su viva imagen unos años antes: pelo castaño, ojos verdes y una piel blanca y fina.
              Aquello fue lo que hizo que su marido se enamorara de ella nada más verla. Era la viva imagen de la dulzura, de la virginidad, del amor puro.  Ahora María era su sucesora, pero aún era demasiado joven para pensar en el matrimonio, aunque su padre ya buscaba candidatos que fueran dignos maridos de su hija y, sobre todo, de su posición social.

              María disfrutaba de su inocencia junto a sus amigas: Ruth y Salmah. Todos los días, tras terminar las tareas de la casa, salían a pasear y se alejaban de los muros de la ciudad hasta llegar a la ermita de Salas. Aquel edificio les imponía respeto: su fachada abriéndose a la sierra de Guara en medio de aquellos campos; su rosetón, como gran ojo que las observaba.
              Nunca se acercaban del todo, siempre permanecían a unos metros y se sentaban a conversar sobre lo sucedido, sus inquietudes. Ya tenían doce años y, en ellas, comenzaban a surgir las primeras luces del amor.
              María sabía que su hermano Carlos estaba perdidamente enamorado de Salmah y, que a su vez, Ruth amaba a su hermano Carlos.
              Era un triángulo amoroso divertido, pensaba;  pero de sus labios nunca salió ninguna palabra, no quería perder la amistad de Ruth y Salmah por culpa de su hermano.

              Salmah era la única hija de Ghalib y de Nehan. Fue un parto difícil, largo y tremendamente doloroso. Nehan  quedó sin poder tener más hijos y sin darle a su marido el varón que tanto ansiaba. Pero Ghalib nunca le había dicho nada y veía en Salmah su futuro, la continuación de su estirpe, pese a su religión.
              En todas las familias era costumbre que el hijo varón heredara todas las posesiones de su padre y las hijas consiguieran buenos maridos, a cambio de una sustanciosa dote, y se separaran de su familia de origen.
              Ghalib decidió que sería su hija Salmah la que siguiera el negocio familiar junto a su marido; ya se encargaría él de buscar al hombre idóneo para que no pusiera ningún impedimento a tales planes de futuro.
              Ghalib estaba muy bien considerado entre los musulmanes que vivían en  Huesca. Era la mano derecha del imán, y sus palabras eran escuchadas en la mezquita con gran interés por parte de todos sus correligionarios. Había seguido con el negocio familiar de venta de especies agrícolas, sedas y otros productos procedentes de oriente; no en vano, su padre le había enviado a Turquía, a casa de unos familiares, para que aprendiera de dónde provenía su cultura y los productos que vendían. Eran tiempos ya pasados que cada día se hacían presentes en su cabeza con el olor de las plantas, de las lanas con que hacían las alfombras y, sobre todo, de las hierbas que empleaban para las infusiones o para ambientar la mezquita.
              Salmah estaba muy unida a su padre. Sus primeros recuerdos de infancia siempre eran entre telas y sacos junto a él. Desde muy pequeña su padre la introdujo en el conocimiento de las especies agrícolas, incluso la había llevado con él en uno de sus viajes a Al-Ándalus a visitar los Reales Jardines Botánicos creados por Ibn Wadif para el rey Al-Mamun doscientos años antes. Así Salmah comenzó a distinguir cada una de las plantas y, lo principal, para qué servía cada una y cómo había que tratarla: regaliz, bananeros, moreras, azamboas, sésamo, coloquíntidas, etc.
              Le gustaba moverse en aquel mundo de hombres vetado para las mujeres y saber que, algún día, ella lo dirigiría todo, con lo cual tenía que estar muy bien preparada para ello y no se separaba de su padre, preguntándole siempre lo que desconocía.
              Salmah tenía la piel morena y unos profundos ojos negros que delataban su estado de ánimo. El cabello siempre cubierto por un pañuelo era de color azabache y ella lo cepillaba con suavidad cada día, a pesar de tener que llevarlo oculto.
               “El día que tenga un marido me acariciará el pelo”, se decía mientras pensaba en aquel hombre que algún día sería su compañero y padre de sus hijos. No sabía que ya existía ese hombre que se moría por acariciarle aquel pelo imaginario escondido tras el pañuelo.
              Salmah disfrutaba de los paseos con sus amigas, sabía que podía confiar en ellas y, alguna vez, cuando estaban seguras de que no había nadie más en los alrededores de la ermita de Salas, se quitaba el pañuelo y dejaba su magnífico pelo al viento.
              Ruth la miraba con cierta envidia, le hubiera gustado tener ese pelo tan liso y brillante y no la maraña de rizos que poblaban su cabeza. Todas las mañanas se mantenía una brutal lucha entre el cepillo y aquellos bucles que, por más y más cepillados que les dieran, siempre volvían a su estado original.

              Ruth era la más mayor de las tres; ya tenía trece años y se creía en la obligación de cuidar a sus amigas de tan solo doce. Al igual que ocurría en su casa: era la mayor de cuatro hermanos. Su padre era un prestigiado orfebre y sus obras en plata eran las más afamadas de la ciudad.
              Residían en el barrio de la judería en una gran casa con patio interior que servía para los juegos de los niños. Ruth ya era mayor para estas cosas y prefería sentarse a la sombra de la higuera y pensar en Carlos, su amado.

              Las tres amigas conversaban aquella tarde sobre lo que sería el día siguiente: toda la ciudad llena de gente para ver la colocación de la primera piedra de lo que sería la catedral. Vendrían personas de muchos lugares, nobles, caballeros,… María soñaba con que entre alguno de ellos estuviera su futuro esposo; Salmah ya se veía con sus mejores galas en aquel acontecimiento, que ni a ella ni a Ruth les importaba, y ésta última esperaba ver a Carlos con su mejor traje como correspondía a un muchacho de su condición.

              Las campanas seguían tocando, el imán congregaba a sus gentes a reunión y la sinagoga ya estaba casi repleta.
              Toda la ciudad estaba expectante; ¿por qué en un día tan especial se les convocaba de aquella manera?; la mayoría pensó que era para dar los últimos retoques a todo el protocolo que conllevaba la colocación de la primera piedra de la catedral y al hecho de que fueran tantos y tantos los magnos visitantes que iban a acudir.
              Pero nada más lejos de la realidad. A la misma hora, en los tres templos, se anunció: María, Salmah y Ruth habían aparecido muertas junto a la ermita de Salas.


MI AMIGA

Hoy va a ser tu gran día amiga mía. Seguramente esta noche no habrás podido dormir pensando en lo que puede pasar, en el futuro quizá incierto que se presenta. Pero te conozco, somos amigas hace muchísimos años, siempre hemos estado ahí la una junto a la otra, sobre todo en los momentos difíciles, y hoy es uno de ellos.
Y hoy estaré contigo, como tú has estado conmigo cuando te he necesitado.
Poco podré hacer, sólo intentar que no pienses, que te distraigas; decir alguna tontería para que tu mente se evada.
Pero he conocido a pocas personas tan fuertes como tú, de las que realmente sacan valor de donde ya no queda, y esta vez también lo vas a hacer, no puedes dejar que un cáncer te venza, cuando nada lo ha hecho en esta vida.
Ayer vi tu otro rostro, el del miedo, ése que siempre has ocultado tras tu coraza de mujer fuerte, de las que se come el mundo y no permite que el mundo se la coma.
Lo vas a conseguir cariño. Esto es sólo un susto de la vida, una forma más de querer atemorizarte, de querer que te dobles cuando tú siempre has estado firme. Pero se va a quedar en eso, en un susto, estoy convencida.
Nuestro abrazo y nuestras lágrimas de ayer en el hospital ya no volverán a serán de miedo, de maldecir esa terrible palabra, a partir de hoy serán de alegría porque lo vas a vencer, porque tú siempre has sido así: una vencedora y una ganadora, porque egoistamente te sigo necesitando y porque nos queremos y aún tenemos mucho por lo que pelear juntas.