Duro, difícil y doloroso es intentar comprender lo ocurrido para los que nos hemos quedado aquí; pero en cierto modo, resulta gratificante y digno de ejemplo ver lo que hicieron.
Primero se fue él, rápido, sin avisar, dándonos tiempo a decirle adiós, a que las palabras "te quiero" salieran de nuestra boca y llegaran a sus oídos, a que hiciera planes para un futuro que se iba desvaneciendo sin que ninguno nos diéramos cuenta, a que quedaran pocas cosas qué decir.
Ella tardó tan sólo un año en acompañarle. Los médicos lo querrán llamar como quieran, yo simplemente diré que fue morir de amor.
En esta vida deshumanizada, egoísta, en la que sólo nos miramos el ombligo, yo tuve la suerte de tener unos padres que se quisieron hasta más allá de la muerte. Tanto fue su amor que no consiguieron estar separados más de un año y fue la misma muerte la que les volvió a unir.
Ahora volverán a sonreír el uno junto al otro, seguirán sus paseos, sus planes, su preocupación por sus hijos, pero juntos, como ellos querían.
Debo quitarme de la cabeza la idea de que los necesito, de que aún tendrían que estar a mi lado, de que sigo siendo pequeña y me tienen que proteger. El corazón manda más y me manda que sea feliz por ellos, porque hace muchos años se unieron y decidieron que fuera para siempre y ese siempre continúa más allá de este mundo.
Estoy convencida de que serán felices, de que su amor habrá traspasado lo inimaginable y que ese amor llenará mi corazón, como siempre vi, como siempre escuché, como siempre quise que me pasara a mí.