miércoles, 27 de junio de 2012

ROJA

Soy oscense, aragonesa y española, por este orden, pero sin llegar a extremismos. Amo mi tierra, ésa que hace años fue Reino de Aragón y que actualmente es "algo" olvidado entre el País Vasco y Cataluña. Me emociono al llegar las fiestas de San Lorenzo, reivindico el "Canto a la Libertad" del genial Labordeta como himno de Aragón, pero a la vez soy española, con todos sus pros y todos sus contras.
Estoy cansada de injusticias, de corrupciones, de un país, mi país, que se está yendo al garete a pasos agigantados. Se me revuelve el estómago con las noticias que se oyen cada día,  con la ya tan veces nombrada crisis que todos sufrimos y con los caraduras que sacan tajada de todo esto.
Pero es mi país, en el que me tocó nacer, ése que todos echamos de menos cuando estamos en el extranjero (o cuando podíamos ir), ése que decimos de botijo y pandereta. Me gusta la alegría de sus gentes, la cultura de la calle y de las relaciones con los demás, ése de diversidades culturales que, en lugar de enriquecernos  nos separa, ése que se une ante acontecimientos deportivos y se separa para salir adelante, ése en el que se reniega de su bandera y de su himno, un himno que muchos tararearemos hoy antes de comenzar el partido de fútbol.
Estamos en los días de "la roja" y roja debería ser nuestra sangre para luchar contra tanta corrupción, contra tanta tomadura de pelo. Pero lamentablemente, la roja son sólo once jugadores de fútbol que consiguen unir a un país y no la sangre que, ardiendo por nuestras venas, debería unirnos para luchar contra todos aquellos que quieren destruirlo.
No soy amiga del fútbol, pero hoy me vestiré de rojo y me iré a disfrutar de noventa minutos durante los cuales olvidaré que tengo problemas, que hay crisis, que hay caraduras, que hay extremismos y que JUNTOS podríamos hacer por nuestro país (nos guste o no pertenecer a él) muchas más cosas de las que hacemos, porque protestar lo hacemos muy bien, pero unirnos es una asignatura pendiente.

lunes, 25 de junio de 2012

HÉROES DE CARNE Y HUESO



Pocas cosas en esta vida son tan difíciles como ser padres. Cuando nuestros hijos son bebés o tienen pocos años de vida es fácil alimentarlos, cuidarlos cuando están enfermos, jugar con ellos,…, pero pasan los años y esos pequeños enanos crecen y comienzan a preguntar, comienzan a enfrentarse con un mundo, algunas veces cruel, que les enseña que no todo es alegría y risas, que, de vez en cuando, llegan bofetadas que nadie espera y que, en sus aún pequeñas cabezas, no tienen respuesta.
Entonces recurren a nosotros y simplemente nos dicen “¿por qué?”. ¿Quién es capaz de decirles que, superados los cuarenta nos seguimos haciendo la misma pregunta?.
Siempre había creído que el punto principal en la educación de un hijo es no desautorizar a su padre o a su madre; pero esas pequeñas cabecitas no paran de funcionar y lloran intentando comprender las injusticias de la vida, buscando en nosotros la solución a todos sus problemas, la garantía de que papá y mamá lo pueden arreglar todo.
No hay mayor dolor para un padre o una madre que el sufrimiento de un hijo, y de ese dolor se sacan las fuerzas, creces hasta convertirte en un gigante y le dices a tu hijo que luche, que se enfrente a los problemas, que la vida es difícil, que el dolor existe, y él te mira con cara de incomprensión: sus papás no tienen la solución para todo. Y es entonces, cuando ves ese rostro desamparado, incrédulo, cuando salen las palabras del corazón y dices: “Papá y mamá siempre estarán contigo y te apoyarán, te querrán, te levantarán cuando te caigas y te enseñarán a hacerte mayor”. En ese momento tu hijo sonríe, vuelves a ser su héroe o su heroína, a tener el remedio a todos sus problemas, a pesar de que, por dentro, sabes que no es así y que sus héroes son de carne y hueso y también lloran y se preguntan ¿por qué?

lunes, 18 de junio de 2012

CINCO SENTIDOS



Los niños en el colegio aprenden los cinco sentidos y para lo que se emplea cada uno.
Los adultos nos hacemos selectivos y los empleamos a nuestro antojo.
Vemos lo que queremos ver, todo aquello que no nos es agradable a nuestros ojos lo apartamos de un plumazo, con un efectivo giro de cuello o con un rápido movimiento en nuestras manos que nos colocan las gafas de sol.
Escuchamos las palabras agradables y nos ponemos unos tapones imaginarios en nuestras orejas para no escuchar a aquellos que nos buscan, a aquellos que realmente necesitan ser escuchados.
Olemos los perfumes, las flores, el aire fresco de una tormenta, pero huimos del olor a podredumbre de la sociedad que nos rodea, ésa cada vez más corrompida y putrefacta.
Saboreamos los alimentos que nos gustan, el sabor de un beso de amor y nos alejamos de lo que pueda dejar en nuestros labios un amargo gusto a infelicidad.
Tocamos los cuerpos hermosos, las obras increíbles que la naturaleza pone a nuestros pies y nos guardamos las manos en los bolsillos ante todo lo que resulte áspero a nuestro tacto.
¿Alguna vez hemos pensado que podemos ser nosotros los que estemos al otro lado y necesitemos todos y cada uno de los cinco sentidos de otra persona?
Si de niños nos enseñaron, de adultos no olvidemos. El sexto sentido que todos tenemos de ser humanos, de ser personas, es el que debe prevalecer por encima de los otros cinco y demostrar y, a la vez, demostrarnos, que no somos insensibles, porque ante el dolor, la soledad, la miseria, la tristeza y la amargura de las personas todos nuestros sentidos se han de poner en marcha y reaccionar. Todos hemos necesitado alguna vez de los demás y algunos seguimos necesitando. Somos personas: vemos, oímos, olemos, saboreamos y tocamos, pero ante todo, sentimos.

lunes, 11 de junio de 2012

HE GANADO UNA BATALLA

La tarde tocaba a su fin y las pocas personas que habían acudido comenzaban a marchar hacia sus casas. Y ahí estaba sentada yo, esperando que alguien más se acercara, esperando a los que sabía que no iban a llegar, esperando lo inesperable.
Había sido un día lleno de emociones, una mañana inmersa en el maravilloso mundo de los libros, una mañana de hablar con aquellos que se acercaban a que les firmara el libro que había escrito, una mañana de conversar con escritores hasta entonces desconocidos para mí, una mañana en el cielo.
Pero. Siempre hay un pero. Coincidió todo con el tenis, el fútbol y la fórmula 1. ¿Cómo podía esperar que acudiera alguien?. Me enfrentaba al enemigo más poderoso que existe en nuestra sociedad: la televisión. Ella tiene ese poder del que muchos carecemos y que muchas veces envidiamos; atrae a las masas, deja las ciudades desiertas y sólo unos pocos conseguimos escapar de su hechizo y dedicarnos a otras cosas.
Cual fue mi sorpresa, cuando ya dispuesta a levantarme y marcharme del sitio que me habían reservado para que firmara mi libro, llegó un señor acompañado de su esposa. Me preguntó donde podía comprar mi libro para que se lo dedicara; se lo indiqué y procuré que de mi bolígrafo salieran esas palabras que le hicieran esbozar una sonrisa en su rostro. 
Le escribí lo que el corazón me dijo, su mujer leyó la dedicatoria en voz alta y aquel señor me dio dos besos y un abrazo con lágrimas en los ojos. "Mi mujer me lo leerá", me dijo agarrándose a su bastón de invidente.
Ayer le gané la batalla a la televisión, y la soledad que sentí por unos momentos,  desapareció desde que aquel hombre ciego prefirió un libro, unas palabras leídas por otro, unos relatos que un día imaginé.

HAZME COSQUILLAS



Yo, como todos, también necesito reír. También necesito esas manos que se acercan sigilosas a mí y me atacan, me hacen soltar las carcajadas más grandes que haya recordado, hacen que me duela el abdomen y crea que la comisura de mis labios se vaya a romper en dos.
Yo, como todos, también necesito tumbarme. También necesito que mi cuerpo se relaje y que disfrute del silencio hasta que alguien lo interrumpa para hacerme reír, para disfrutar, para volver a ser una niña.
Yo, como todos, un día fui pequeña, y probablemente, cuando alguien me vio en mi sillita de paseo se acercó y me hizo una cosquillita, a la que yo seguro que respondí con una sonrisa. Fui creciendo y me seguían gustando las cosquillas, incluso llegaba a hacer batallas, a ver quien aguantaba más sin reír.
Ahora buscamos quien nos las haga; quien sepa meter esos dedos en nuestro corazón y en nuestro pensamiento y nos haga un simple gesto, algo parecido a una cosquilla, que nos alegre un pequeño rato de nuestras vidas. ¿Por qué no podemos volver a las batallas de cosquillas? ¿Por qué tenemos que ser adultos serios y respetables, sin buscar ese espacio para disfrutar, para sonreír, para soltar una carcajada?.
Quizá nos veamos demasiado “mayores” para que venga alguien a hacernos cosquillas, como cuando éramos pequeños; pero se las pueden hacer a nuestro corazón con una palabra amable, con un gesto bonito, con una sonrisa cómplice, con un beso robado,…
Hagamos cosquillas a los demás y dejemos que nos las hagan; quizá nuestro perfecto mundo de adultos se verá lleno de alegría y de risas que por un momento nos harán ver lo equivocados que estamos en tantas y tantas ocasiones.

miércoles, 6 de junio de 2012

EL CARRITO

A POLONIO BERNUÉS Y SU ALMA DE NIÑO

La señora Mercedes está triste. Su marido murió y tuvieron que dejar el carrito que colocaban todos los días, hiciera frío o calor, lloviera o hubiera sol, en la plaza Inmaculada de Huesca.
Ahí iba Polonio como tantos y tantos niños oscenses a comprar chucherías. Ante nosotros aparecía aquel mágico y maravilloso mundo de pequeñas urnas de madera, tapadas con un cristal, en las que se podíamos encontrar todos los colores del mundo en forma de pequeños caramelos, regaliz, chicles y las cuatro cosas que alegraban nuestra pequeña cara.
Por lo general nos aupaba papá o mamá para que pudiéramos descubrir ese mundo, y con una perra gorda en nuestras manos, comenzábamos a pedir: cuatro caramelos de nata, cuatro balines, cuatro caramelos de colores, cuatro regalices. 
Todo era cuatro, porque con cuatro completábamos la peseta.
Difícil elección la que se nos ponía delante de las narices desde el momento en que nuestros pies se levantaban del suelo.
Fuimos creciendo y continuábamos acercándonos a comprar "chuches". Llegados los primeros años de la adolescencia, nuestro amable vendedor se fue haciendo mayor, aunque a veces creo que siempre fue mayor, y el pulso le fallaba. Entonces llegaban esos pequeños traviesos o, mejor  dicho, burlones y malintencionados que, tras pedirle cuatro cosas de un producto le decían que no, que querían de otro, y el pobre señor abnegado a su labor de darnos felicidad a los pequeños, recogía con su temblequeo lo que había servido y sacaba otro.
Él marchó y con él el carrito. Ese que de vez en cuando aún creemos ver en la plaza y al que, cerrando los ojos, nos acercamos para volver a pedir cuatro de lo que sea, pero que sabemos con seguridad, que va a alegrar nuestra cara.

lunes, 4 de junio de 2012

MENTIRAS



Desde pequeños nos enseñas que no debemos decir mentiras, que es algo muy feo. Conforme vamos creciendo nos hablan de las “mentiras piadosas”, ésas que no nos hacen sentir culpables de lo que decimos, pero que, al fin y al cabo, son mentiras.
Llegamos a ser padres y volvemos a inculcar a nuestros hijos que no deben decir mentiras, que hay que ir con la verdad por delante.
Es extraño, pero somos nosotros los que nos decimos mentiras y nos las creemos; creemos que el día va a ser mejor, que los problemas se van a solucionar, que todo volverá a los tiempos en que no existía ningún contratiempo y éramos felices.
Seguimos mintiendo, no a los demás, pero sí a nosotros mismos, quizá por ese deseo que todos albergamos de ser felices, de olvidar las preocupaciones cotidianas, de por unos instantes hacer que nuestros sueños se hagan realidad.
Quien no se ha dicho “hoy me va a ir bien”, “esta situación va a cambiar”, “hoy nada me va a fastidiar el día”, y lo hacemos aún a sabiendas de que todo va a seguir igual, que la rutina nos invade, que los sueños se quedan en eso: en meros anhelos.
No es bueno mentir; estoy en contra de cualquier tipo de mentira, pero no estoy en contra de los sueños, de intentar hacernos la vida más feliz con ilusiones, con planes de futuro. Es difícil separar esa pequeña línea que hay entre la mentira y la ilusión, entre crearnos sueños y creernoslos, entre mentir y soñar. ¿Quién sabe si siendo mentirosos somos más felices o más desdichados? Lamentablemente sólo el tiempo nos lo dirá; yo, por si acaso, seguiré soñando y diciéndome alguna que otra mentira piadosa.