martes, 13 de agosto de 2013

OJOS QUE MIRAN Y VEN

Por azares del destino, hace un par de años conocí a una persona realmente especial.
Podría decir muchas cosas de él, pero me limitaré a señalar que es simplemente un hombre bueno; pocas personas hay, en esta sociedad, que merezcan que se diga  eso de ellas, pero mi amigo lo es.
Siempre tiene una buena palabra, un saludo cordial, una sonrisa, un gesto amable.
Siempre con su cámara de fotos colgada al cuello, dispuesto a sacar lo mejor de los que se colocan delante de su objetivo. Porque en sus ojos hay algo especial, porque sabe ver lo que los demás no vemos, pero sobre todo, porque sabe mirar.
Son muchas sus causas altruistas que, a golpe de clic en su cámara, quiere dar a conocer al mundo; su implicación en cualquier causa, por el mero hecho de ayudar, de que los mudos se hagan oír, de que los cojos puedan correr, de que los hambrientos sacien sus estómagos, es algo que me lleva a admirarle.
Hay algo en los ojos de Carlos que hacen que la vida sea mejor o, por lo menos, se vea de otro color. Unos ojos que miran y ven, que nos hacen darnos cuenta de que, al fin y al cabo, todos somos personas, con nuestras alegrías y nuestras penas, con nuestros triunfos y nuestros fracasos, con nuestras virtudes y nuestros defectos.
Si algo tiene Carlos es esa dedicación a ver y hacernos ver, a mirar y hacernos mirar. Porque él sabe entrar en el fondo de las personas con su cámara y desnudarnos, sacando lo mejor que hay en todos nosotros.


Sería incapaz de ponerme en su lugar y, a través de esa lente, plasmar los sentimientos de las personas como sólo él sabe hacer.
Recuerdo que un día me dijo: "Pilar, eres la escritora de los sentimientos". Ha llegado el momento en que yo le diga a él: "Eres el fotógrafo de la vida, de los sentimientos y de la verdad".
Ojalá pudiera ver como ven tus ojos y mirar como mira tu corazón; pero Carlos sólo hay uno y, por azares de la vida, puedo enorgullecerme de ser su amiga.

CON TODO MI CARIÑO A CARLOS MIGLIACCIO

viernes, 9 de agosto de 2013

UN CEMENTERIO BLANCO Y VERDE

Ayer fue uno de esos días en que las hormigas pululan por el estómago y no sabes bien el porqué. Seguramente porque anticipaban lo que hoy va a suceder: el comienzo de las fiestas de San Lorenzo.
Un paseo por mi ciudad para ver el ambiente que ya se respira a albahaca, a blanco y verde, fue lo que hice; quizá porque tenía ganas de meterme de lleno en la alegría que da ver a las gentes de mi tierra sentir el amor a una ciudad pequeña, casi olvidada en los mapas, pero que lleva en su corazón la alegría de unos días en honor a nuestro conciudadano San Lorenzo.
Durante mi paseo, mis pasos se dirigieron hacia la Basílica de San Lorenzo. Soy poco dada a entrar en iglesias, pero algo me dijo que lo hiciera. Ahí estaba la imagen de Lorenzo, preparada para su paseo por las calles de Huesca. Recordé lo mucho que mis padres disfrutaban de las fiestas; su ropa blanca y verde, el ramito de albahaca colgando de la pañoleta y la alegría de ver a la familia unida. Lo único que se me ocurrió fue encender unas velas para que su luz, en recuerdo a papá y mamá, brillara al lado de la imagen de San Lorenzo, y llorar. 
Mi hermano ya habrá llevado esas pañoletas al cementerio y las habrá colocado, junto con la albahaca, en esa tumba en la que descansan los dos. Una tumba como todas las demás: blanca y verde; porque así somos aquí, porque nuestros seres queridos, que ya descansan, tienen su pañoleta y su ramo de albahaca; porque, aunque parezca mentira, impresiona ir a ese lugar, que no quiero mencionar, y ver como sólo hay verde: verde albahaca, verde pañoleta, verde esperanza...


Papá, mamá: FELIZ SAN LORENZO ahí donde estéis