martes, 31 de enero de 2012

PENSANDO, PENSANDO

Lo lógico y natural es que todos, un día u otro nos moriremos, la vida es así. Pero ¿por qué hay que morirse para ser bueno?.
Hay personas que nacieron  con la maldad dentro de ellos, otras que cambiaron con los años y se convirtieron en seres inhumanos, otras que hicieron el bien, pero llegado el día en que todos nos despiden, pasamos a convertirnos en buenas personas.
Pero somos humanos, y una vez pasados los llamados días de duelo, volvemos a la realidad, y a esa persona que durante un tiempo la hemos tratado de buena, vuelve a nuestra mente en algún momento en que se portó de forma poco correcta, hizo algo que podríamos decir inapropiado. ¿Por qué somos así?. No sé si llamarlo hipocresía, humanidad ante el dolor de una familia o cómo definirlo.
Será por mi carácter o por mis genes, pero para mí todo el mundo es bueno mientras no se demuestre lo contrario, y estoy hablando de buenos en vida; eso sí, llega el día en que ves una actitud de una persona, un hecho, unas palabras, un comportamiento, y entonces lo pones en la lista negra, en esa que todos tenemos de aquellos seres que no queremos cerca de nuestra vida porque nos hacen daño, nos perjudican o, simplemente, no nos aportan nada positivo.
Nadie es perfecto, aunque algunos se lo crean. Todos tenemos personas a las que no les caemos bien, no comulgan con nuestras ideas o, simplemente, en algún momento de nuestra vida hemos hecho algo que no estaba bien, hemos hecho daño y, con toda seguridad, hemos sido incapaces de pedir perdón.
Creo que el ir a un tanatorio debería ser como ir a una boda: sólo acudir aquellos que realmente lo sientan, que su corazón les diga que tienen que estar ahí.
Me estoy poniendo demasiado trágica, así que espero que el día que yo falte los que quieran llorar que lloren, los que quieran reír que rían, los que quieran decir que era una buena persona que lo digan y los que me quieran criticar, por favor, que se abstengan de venir, prefiero que me lo digan ahora a la cara; aún estoy a tiempo de pedir perdón.

lunes, 30 de enero de 2012

LOS CUARENTA

Cuando cumplí los cuarenta no noté ninguna crisis ni nada por el estilo, pero a medida que va avanzando la decena, comienzo a pensar por qué se habla de esa dichosa crisis.
La verdad es que es una edad extraña: los que tienes por delante comienzan a irse y los que vienen detrás quieren independizarse: así que tú pasas a ser muy joven para tus antecesores, que suelen decirte que aún eres un crío, y muy viejo para tus descendientes, que te dicen que no te enteras de nada.
Sinceramente, yo me sigo sintiendo joven, con ilusiones, con sueños y con un futuro por delante que me traerá cosas maravillosas, o al menos, eso espero; pero siempre tropiezas con el gafe de turno que tiene que decir: los próximos en caer somos nosotros.
No te vistes con la misma ropa que tus hijos, porque sencillamente el cuerpo se ha desbordado y no encuentras tu talla, pero lo harías con mucho gusto; ni tampoco te vistes con la misma ropa que tus padres, porque no quieres parecer un@ abuel@; así que impones tu propio estilo y te pones lo que te da la real gana, que para eso tienes cuarenta y puedes hacer lo que quieras.
Si sales de juerga una noche, te cuesta varios días recuperarte, y ahí te das cuenta que el tiempo no ha pasado en balde; sin embargo, si te quedas en casa, el cuerpo te pide que lo muevas y que, alguna noche, se vuelva loco hasta el amanecer.
Comienzas a controlar el colesterol, el azúcar y hasta se te ocurre ir al médico a hacerte una revisión, de cuyos resultados terminas pasando olímpicamente y comes lo que te apetece.
En teoría es una edad en la que tienes libertad absoluta de movimientos, sin dar explicaciones a nadie de lo que haces, de donde estás, de con quien vas,..., pero tienes que estar pendiente de los mayores y de los pequeños, así que tú ejerces el control de todo sin nadie que te controle a ti, porque tampoco tienes tiempo para hacer lo que quieras.
Vuelves a recordar tiempos pasados en boca de los que te preceden y todas las asignaturas del colegio o del instituto en boca de los que te siguen. Mientras tú, intentas llenar tu cabeza  con nuevos conocimientos de las cosas que realmente te interesan.
Sigo sin creer en la crisis de la cuarenta, me parece una edad maravillosa en la que aún podemos aprender mucho, de los de antes, de los de después y de todo lo que nos rodea, eso que nosotros hemos elegido y a quienes hemos acercado a nosotros.

domingo, 29 de enero de 2012

ESTRELLAS, CON ESTRELLA Y ESTRELLADOS

Todos, alguna vez, no hemos sentido de estas tres formas, pero lo que importa es saber con cual nos quedamos.
Cuando nos ponemos una canción que nos gusta y con el palo de la escoba somos los mejores cantantes del mundo, con las paredes de nuestra casa como único público, pero que nos ovaciona, se vuelve loco con nuestra maravillosa voz y nuestros bailes, somos estrellas por un momento; un momento de intimidad, de gloria particular que no compartimos con nadie por aquello del miedo escénico o del miedo al ridículo.
Salimos a la calle y, un día, todo nos salen bien (cosa rara); somos personas con estrella y nos gusta ir por ahí con una sonrisa en la cara. Nadie sabe a ciencia cierta por qué sonreímos, pero nos gusta que, simplemente se fijen en nuestro rostro y disfrutar de esos momentos de felicidad en los que la vida nos está mostrando su imagen maravillosa.
Pero la vida no es así, con lo cual viene el tropezón de rigor y pasamos a estrellarnos, a que la sonrisa desaparezca del rostro y comiencen las preocupaciones y los problemas. Nuestro semblante ha cambiado y ahora está serio o no está, no hay expresión.
Todo tiene remedio y ser una persona estrellada también.
Una frase que no se me olvida es cuando me dijeron "tú sólo tienes suerte en esta vida para encontrar aparcamiento" y me lo dijo alguien que me conoce demasiado bien.
Así que, después de un mal día, encuentro aparcamiento a la primera y dejo de estar estrellada para tener estrella y, feliz por semejante estupidez, llego a mi casa, cojo la escoba y me pongo a cantar para ser una estrella.
Soy la estrella de mi soledad, tengo estrella cuando estoy con mi pequeña familia y estrellada cuando pongo los pies en la calle; pero eso no hace que me quede encerrada todo el día. No hay nada como que algo te haga sentir mal para que luego llegues a casa y poco a poco, te vayas levantando y termines por brillar.

sábado, 28 de enero de 2012

TARDE DE CHICAS

Podría sonar a una reunión de amigas quiceañeras alocadas, de mujeres que han dejado a sus maridos en casa y han decidido salir a tomar algo, de compañeras de trabajo que se van de marcha por un día, pero no.
En mi casa está establecido que los viernes por la tarde es "tarde de chicas".
Es triste que haya que poner un día para ello, pero los demás días hay que trabajar, hay que hacer los deberes del cole y es imposible.
Todos los viernes, después de recoger a mi hija del cole, vamos a casa a dejar su mochila y es entonces cuando empieza nuestra "tarde de chicas".
Salimos de casa y compramos dos bolsitas de bolitas de chocolate y emprendemos nuestro paseo por las calles de la ciudad.
Nunca sabemos adonde nos van a llevar nuestros pasos, pero nos da igual. Vamos de la mano, nos quitamos la palabra la una a la otra, nos paramos a ver escaparates y comentamos lo que nos gusta y lo que no. Me explica sus preocupaciones y yo intento ayudarla lo mejor que sé, yo le cuento las mías y ella hace lo propio.
Saludamos a las personas que conocemos y mi hija siempre dice: Estamos de tarde de chicas, y me encanta ver como la persona a la que se lo dice sonríe.
Continuamos nuestro camino durante un par de horas sin parar de hablar, de preguntar, de responder; ninguna de las dos sabe más que la otra, somos iguales y, al final, llamamos a su papá para que se junte con nosotras. Cuando nos pregunta qué hemos hecho, la respuesta es la misma: dar una vuelta: y él sonríe.
Es una tarde privada, sólo para las dos, para nuestras cosas, para que una niña de ocho años y una mujer de cuarenta y cuatro hablen, disfruten juntas, discutan.
Es una pena tener sólo una tarde para nosotras, el resto de los días se nos va en las tareas cotidianas: en mi trabajo y en sus estudios, pero la sociedad impone que sea así y, de momento y hasta que llegue la temida adolescencia, seguiremos disfrutando de estas maravillosas tardes.

viernes, 27 de enero de 2012

REDES DE AMISTAD

Para muchos las redes sociales son sitios donde abunda el peligro, donde los delincuentes están a la espera de su presa, donde no puedes encontrar más que tonterías.
Yo pertenezco a una de esas redes sociales que tanto dan que hablar y, sinceramente, para mí es un sitio más de reunión entre conocidos y, hasta en algunos casos, de amigos.
Siempre tendemos a ver el lado negativo de las cosas; si nos enteramos de algún caso con final trágico, automáticamente todo pasa a ser igual.
Respeto a aquellos que no comparten la creencia de que las redes sociales son algo bueno, pero no estoy de acuerdo con aquellos que dicen que solamente son sitios para perder el tiempo.
A través de las redes sociales puedes encontrar a personas maravillosas, al igual que en la vida no virtual; puedes entablar lazos de amistad y conocer un poco más lo que ocurre en el resto del mundo.
Igual que en nuestra vida cotidiana huiríamos de una persona que va con un arma, que profiere insultos, que desprecia todo y a todos, en nuestra red social podemos borrar de un plumazo a aquellos que nos hacen sospechar de un comportamiento poco correcto.
Seguro que me recriminan que no podemos ver en persona a nuestro interlocutor; pero, en cierto modo, es una ventaja: conoceremos sus opiniones, sus gustos, sus ideas y no nos dejaremos engañar por su físico.
No quiero convencer a nadie para que entre en una red social; ya somos mayores para saber lo que debemos hacer y lo que no;  simplemente evitar que se realicen comentarios sobre algo que no conocemos y que, para muchas personas, es un lugar donde pueden encontrar la amistad que no hay en su vida “real” y que llena ese vacío que da la sociedad actual.

jueves, 26 de enero de 2012

LOS HOMBRES

Los hombres son esos seres que en tono jocoso describimos como personas de una sola neurona, pero que grande es esa neurona.
Los hombres son esos padres que han trabajado duro para que nosotros salgamos adelante.
Los hombres son esas personas que han llegado cansadas pero han tenido tiempo de preguntarnos cómo nos ha ido en el colegio.
Los hombres son esos amigos que entienden lo que no entienden las mujeres.
Los hombres son esos brazos fuertes en los que apoyarnos para no caernos.
Los hombres son esa parte fría que nos falta, en algunas ocasiones, a nuestro cerebro de mujer y nos hace reflexionar y contar hasta diez.
Los hombres son esa mano fuerte e incluso áspera que nos acaricia y nos tranquiliza.
Los hombres son esos ojos que nos dicen lo guapas que estamos y lo dicen de verdad, sin envidias.
Los hombres son esos amigos que guardan nuestras confidencias y no las analizan.
Los hombres son esos seres frágiles escondidos tras un caparazón y que, de vez en cuando, lloran a escondidas.
Los hombres son esos niños que han dejado de soñar con ser futbolistas y trabajan en lo que encuentran mientras siguen soñando.
Los hombres son esos hermanos o primos que nos enseñaron a defendernos.
Los hombres son esa mano fuerte que abre el bote que se nos resiste y nos dedica una sonrisa de complicidad.
Los hombres son rudos con alma frágil que se asoma en su mirada de niño.
Los hombres son esos aspirantes a cocineros de hogar que elaboran platos llenos de amor.
Los hombres son esos seres grandes con un alma enorme que llora cuando ve nacer a su hijo.
Los hombres son árboles amarrados a la tierra que tienden sus ramas a nuestro antojo.
Los hombres son frágiles pero se llenan de corazas para no mostrarlo.
Los hombres son los gigantes que necesitan abrazos y besos de niño.
Los hombres son esa mitad que encontramos en nuestra vida para ser un todo.

RATÓN PÉREZ

Hoy estamos de fiesta en casa: ¡ Ha venido el Ratoncito Pérez!.
Ayer por la noche hubo que dejar al gato con la puerta cerrada para que no lo asustara y así se pudiera llevar el diente y dejar alguna sorpresita. Nervios y más nervios y no poder dormir.
Todos en nuestra mente nos hemos imaginado cómo sería ese ratón que es capaz de traer desde una moneda hasta un cuento y a todos nos hubiera gustado ver su casa construida con los dientes que ha ido recogiendo por todo el mundo; y, por qué no, también nos hubiera gustado ser ese ratón capaz de, en una noche, recoger todos los dientes, como pequeños tesoros, y dejar cualquier pequeño detalle a cambio.
Luego nos hacemos mayores, y a algunos los ratones pasan a darles asco y pegan chillidos cuando ve alguno. ¿Ya no nos acordamos de la ilusión con que esperábamos al señor Pérez?.
Sería bonito poder dejar algo nuestro que ya no necesitamos y, a la mañana siguiente, encontrar una sorpresa maravillosa. Sería bonito no olvidar que alguien tuvo pequeños detalles con nosotros hace tiempo y ahora le damos de lado e incluso, si podemos, le damos hasta matarlo.
Dejamos marchar de nuestro lado a todos los Ratoncitos Pérez que han pasado por nuestra vida y, con ellos, se van muchas de nuestras ilusiones, poder dar y recibir, poder sentir ese cosquilleo en el estómago que dan las pequeñas sorpresas que alegran nuestra vida diaria, poder enseñar ese feo agujero en nuestra boca que es todo un símbolo de victoria.
Pequeñas cosas en un mundo de pequeños del que los adultos somos cómplices y no queremos que pierdan, pero que nosotros hemos perdido; pequeñas ilusiones como pequeño es el ratón.

miércoles, 25 de enero de 2012

NO TENGO TRASTERO

En mi casa no hay trastero; sí, ese cuarto que, como su propio nombre indica, sirve para guardar trastos.
La mayoría de las personas que conozco tienen trastero en su casa y, casi siempre, protestan por la cantidad de cosas que tienen acumuladas y que no sirven para nada; lo cual viene acompañado de la cantinela: "cualquier día bajo y lo tiro todo".
Así tendríamos que ser con nuestros sentimientos, esos que están guardados en un rincón y que, al fin y al cabo, no son más que trastos y que, de vez en cuando, salen al exterior y nos hacen daño.
Tendría que existir no un trastero sino un "maravilladero"; un lugar en el que sólo hubiera cosas bonitas que han pasado a lo largo de nuestra vida y que nos gusta ver, tocar; que nos traen sensaciones agradables de tiempos pasados: los dibujos de nuestros hijos cuando eran pequeños, ésos en los que los padres siempre salían con una sonrisa y no eran unos pesados; recuerdos de sitios que visitamos y que nos hicieron disfrutar; pequeñas cosas de nuestra infancia que fueron realmente importantes,...
En nuestro corazón y en nuestra mente sólo tendría que haber sitio para las cosas buenas; las personas que aportaron algo especial a nuestras vidas, aquellos pequeños momentos en que fuimos felices y no queremos que desaparezcan, los buenos momentos que pasamos en familia, con los amigos.
Suelo ser de las personas que lo guardan todo, pero de un tiempo a esta parte he aprendido que lo malo, lo desagradable, aquello que me hace daño, no tiene que tener cabida en el trastero de mi cuerpo; así que me he desprendido de todo y sólo guardo lo bueno. Es tarea difícil y complicada, pero es algo que ayuda a avanzar, a seguir creyendo en las personas y, sobre todo, en uno mismo.

martes, 24 de enero de 2012

DIVERSIÓN Y DIVERSIÓN

Después de un fin de semana,  cuando vuelves al trabajo, la pregunta de rigor es ¿qué tal el fin de semana?.
La mayoría solemos contestar que bien, al fin y al cabo han sido dos días en los que no hemos tenido que acudir a nuestras obligaciones fuera de casa, ni hemos tenido que madrugar.
Cuando el fin de semana coincide con alguna fiesta y se alarga por más de esos dos días, la pregunta ya cambia: ¿dónde has ido este fin de semana?.
Y yo me pregunto, ¿dónde está escrito que, porque sea puente tenga que ir a algún sitio?.
A mí me gusta quedarme en mi casa con los míos. Bastante poco nos vemos entre semana y disfrutamos de las cosas que tenemos entre estas cuatro paredes, como para empezar a liarnos con dónde vamos, qué haremos, qué veremos, ...
Pero la sociedad nos impone salir y después contarlo.
Me hizo gracia un comentario de un amigo que me dijo: ¿Tú no eres HTV?; indudablemente le pregunté que qué quería decir eso y me respondió: de Huesca de Toda la Vida; lo cual quería decir que el pasado lunes 23 me tenía que marchar a Zaragoza de tiendas, porque en Huesca era fiesta.
Me parece muy bien y respeto que sean muchos los que se vayan fuera cuando es fiesta, pero no somos bichos raros a los que nos gusta quedarnos en casa y disfrutar a nuestra manera.
Se nos impone divertirnos cuando son fechas señaladas: las fiestas de nuestro lugar de residencia, Navidad, etc, pero ¿y si en esos momentos no nos apetece divertirnos?, ¿y si tenemos un concepto distinto de la diversión?.
Yo he pasado un fin de semana maravilloso: juegos con la peque, largas tertulias con amigos y familia, y he disfrutado muchísimo y todo, como muy lejos, a tres manzanas de mi casa.


lunes, 23 de enero de 2012

¿DÓNDE ESTÁ?

¿Por qué tenemos que crecer y perder la inocencia infantiles?, la respuesta es evidente: si seguimos siendo inocentes la sociedad se nos come. Pero no hay nada como las respuestas claras y sin maldad de los niños.
Desde la mayor tontería hasta algún problema grave, todo tiene una solución contundente en el mundo de los pequeños.
Cuando a un niño se le pregunta si las cebras son negras con rayas blancas o blancas con rayas negras, no recurren a ningún biólogo o veterinario para que le dé la respuesta, lo tienen muy claro: "Como los pasos de cebra, negras y les pintan las rayas", y tranquilamente continúan con sus juegos.
Creo que el mundo sería mucho mejor si, por un tiempo, lo gobernaran los niños.
Ellos son capaces de discutir y a los dos minutos estar dándose abrazos; de decir las cosas a la cara sin plantearse si es o no políticamente correcto y no molestarse por ello.
¿Cómo se nos ha podido olvidar tan pronto que nosotros también fuimos niños?
Hemos archivado en algún lugar recóndito de nuestra mente que las cosas eran sencillas, que todo tenía solución, que si alguien no quería jugar con nosotros siempre había otro que sí, que hablar en un parque con otro niño desconocido no era ningún problema, que soñar con los ojos abiertos era lo más normal del mundo.
Crecemos y todo se vuelve complicado, no vemos salida a ninguno de nuestros problemas, nos sentimos solos en un mundo lleno de gente, intentamos esquivar conversaciones y hasta hemos creado el término "conversaciones de ascensor", no soñamos porque creemos que nunca se van a hacer realidad.
Y todos lo sabemos, y ninguno hacemos nada.
Si soñamos, nos tachan de ilusos; si no le damos importancia a los problemas, somos unos dejados; si intentamos entablar una conversación con algún desconocido, somos unos tarados.
¿Dónde está lo que un día fuimos?. Lo hemos dejado morir y, para desgracia nuestra, seríamos mucho más felices si aún estuviera con nosotros.

domingo, 22 de enero de 2012

RIDÍCULO Y RISA

Cuántas veces nos hemos tropezado por la calle y lo primero que hemos hecho ha sido mirar a ver cuántas personas nos habían visto y se habían reído de nosotros. Y cuántas veces hemos dícho "maldita sea" porque no hemos visto la caída de una persona en la calle.
Al igual que tenemos sentido del ridículo, tenemos ese maligno sentido de reírnos de los males ajenos.
Soy la primera que se ríe cuando tropiezo, cuando resbalo y me caigo sentada; quizá sea porque tengo un trabajo cara al público y estoy acostumbrada a que me miren; pero también soy la primera que se ríe cuando alguien se cae en la calle y, lamentablemente, es una pena tener que reconocerlo.
Inculcamos a nuestros hijos que no deben reírse de las desgracias ajenas, que algún día les puede pasar a ellos, pero son simplemente palabras, no lo hacemos con nuestro ejemplo.
Programas y programas de televisión muestran caídas de personas que nos hacen partirnos de la risa, pero ¿cuántos quisiéramos ser esa persona?, creo que ninguno.
Existe una línea muy fina entre el ridículo y el ego: no puedo permitirme ni un solo tropezón, ni siquiera en plena vía pública; no puedo meter la pata en ningún momento porque se reirán de mí.
Desgraciada o afortunadamente somos humanos y vamos a tropezar, nos vamos a caer, vamos a meter la pata y nos levantaremos, recobraremos el equilibrio y aprenderemos a cerrar la boca.
¿Pero qué se sentirá siendo la parte contraria? Esa que ve que nos estamos riendo de ella y no con ella. Nadie quiere ser esa persona, pero todos en algún momento de nuestra vida lo somos.
Ambas palabras comienzan por la misma sílaba ridículo y risa, quizá porque no son tan diferentes, quizá porque van parejas, quizá porque haciendo el ridículo comprenderemos lo que es la risa.

sábado, 21 de enero de 2012

ESE OLOR

Cuando eres padre o madre y tienes hijos, de vez en cuando pasas más allá de la frontera del patio de recreo en el que los dejas y los recoges, para adentrarte por los pasillos y acudir a tutoría con el profesor.
Una vez que dejas ese patio, en el que te apetece volver a correr y a jugar con ellos, te sumerges en los pasillos con puertas a un lado y un pequeño cartel en cada una de ellas indicando a que curso corresponden.
Hay algo que te hace volver a tu infancia y volver a repetirte en tu interior la a de araña, la e de elefante, la i de iglú, la o de oso, la u de uña..., volver a cantar las tablas de multiplicar, volver a decir definiciones que quedaron en tu mente y que, en su momento no entendías, pero que ahora comprendes perfectamente: "erosión: es la labor de desgaste que ciertos fenómenos geológicos y atmosféricos ejercen sobre la superficie de la corteza terrestre", volver a sentir el nerviosismo de los momentos previos a un examen y la alegría o la tristeza al saber las notas.
Tantos y tantos pensamientos y sentimientos que se concentran en uno: el olor; ese olor que tienen todos los colegios a humanidad creciendo, a libros, a pinturas,..., ese olor que ocupó gran parte de nuestra vida y que ahora nos hace recordar y, en cierto modo, añorar.
Todos los colegios tienen un  ambiente denso, un cierto microclima que pesa, único y maravilloso; y mientras esperas sentado a que el profesor te llame, saboreas y sonríes.
Llega el momento en que suena el timbre y comienzas a escuchar como se eleva el murmullo que había dentro de las clases;  las sillas arrastrándose por el suelo, las voces de los niños, el profesor intentando poner orden y, por fin, las puertas se abren y los pequeños estudiantes salen contentos por haber terminado el día y marchar a sus casas.
Es entonces cuando vuelves a tu papel de progenitor y comienzas la tertulia con el profesor de tus hijos.
Una vez que ésta termina, vuelves al pasillo para salir a la calle y, en cierta manera, te da pena abandonar ese lugar que te ha traído tan buenos recuerdos y que, por unos instantes, ha hecho que volvieras a un pasado feliz. 
Dejas atrás ese olor y vuelves a la vida cotidiana, deseando que llegue la próxima cita para imbuirte del aroma que tus hijos disfrutan todos los días y que tú echas de menos.

viernes, 20 de enero de 2012

DICHOSA RUTINA

No voy a reproducir aquí las palabras que pensé cuando sonó el despertador, todos las pueden imaginar.
Cada vez le cogía más manía al dichoso aparatejo. 
Con lo bien que estaba durmiendo y tocaba ir a trabajar.
Me levanté intentando no hacer ruido y despertar a mi mujer, cogí la ropa que me había dejado preparada la noche de antes y me dirigí al cuarto de baño.
Me metí en la ducha pensando en lo bien que se estaría de fiesta, pudiéndome levantar a la hora que me diera la gana, pero de momento tocaba seguir la rutina. Ya un poco más despierto, me afeité y me peiné, me puse la ropa y me fui a la cocina a tomarme un desayuno rápido; todo cronometrado.
Tras lavarme los dientes me senté en el ordenador a leerme los titulares del periódico, más que nada por estar informado y poder participar en la tertulia con mis compañeros de trabajo.
Apagué el ordenador y, mientras me ponía el abrigo, oí murmullos y risitas en el cuarto de mis hijos, abrí la puerta de la habitación y les dije que se callaran y que aún les quedaba una hora hasta las ocho, momento en que mi mujer los levantaría para ir al colegio.
Salí a la calle. De noche, como siempre. Hacía frío. Entonces empecé el camino hacia mi trabajo. 
Se me hizo un poco raro no encontrarme a los de siempre, las mismas caras somnolientas, los mismos "güenmññmm" en lugar de buenos días, pero no le di más importancia y continué caminando.
Iba absorto en mis pensamientos: lo que tenía que hacer hoy en el trabajo, lo que haría al salir, ..., y cual fue mi sorpresa cuando llegué al trabajo y la puerta estaba cerrada. Me había pasado alguna vez; siempre he sido demasiado puntual, así que esperé....
Esperé y esperé y, por fin, se me ocurrió la "genial" idea de  mirarme el reloj: ¡ las cuatro y diez de la madrugada!.
Por un momento no reaccioné, pero al poco, me vinieron a la cabeza mis hijos y sus risas. "Los voy a matar", pensé. 
De vuelta para casa iba trazando planes maquiavélicos para esos enanos que habían cambiado la alarma de mi despertador, aunque algo me hizo reaccionar: siempre me preguntaban por qué hacía las mismas cosas, por qué nunca cambiaba mis rutinas y, en el fondo, tenían razón. La rutina se había apoderado tanto de mí, que ni me molestaba en mirar el reloj.
Cuando llegué a casa encontré a mis hijos junto a mi mujer en el comedor, todos sonrientes, todos esperando mi reacción. No pude, por menos, reírme con ellos, aunque por un momento mi semblante cambió cuando me dijeron que era sábado, pero pronto volví a las risas.
Después nos volvimos a acostar y decidí que, a partir de aquel momento, mi vida iba a cambiar y dejaría de ser una rutina.


jueves, 19 de enero de 2012

CAFÉ PARA TODOS

La cafetería estaba situada en la planta baja del hotel y ahí se reunían todos los hombres de negocios de las oficinas cercanas para tomar el café de media mañana.
Siempre se juntaban las mismas personas, era un grupo de seis hombres, todos con traje de chaqueta y corbata, bien afeitados y con un trato hecho entre ellos: no hablar de trabajo en la media hora que tenían para almorzar.
Habían llegado a ese acuerdo para desconectar un poco del trabajo y, por qué no, para conocerse un poco más entre ellos.
Después de tantos años juntos, sabían de sobra la vida de los demás, pero les gustaban esas tertulias en las que podían arreglar las cosas de su ciudad, de su país, incluso del mundo.
Pero un día las cosas cambiaron. Seguían acudiendo los seis al café: seis hombres perfectamente preparados para la vida diaria, seis hombres con familia, seis hombres de una ciudad cualquiera; la diferencia era que uno de ellos se quedó en el paro.
La empresa había hecho regulación de empleo y le había tocado a él dejar de trabajar.
Al principio fue un mazazo terrible; tantos años de experiencia, tanto tiempo sin ver a la familia para dedicarse al trabajo y, ahora, se veía en la calle, sin perspectivas de encontrar nada.
Sus compañeros intentaron que la empresa lo readmitiera, pero recibieron un no tajante por respuesta. Buscaron en otros sitios para conseguirle un trabajo nuevo, pero en todos decían lo mismo: "la cosa está muy mal".
Pasados los años y ya todos jubilados, seguían encontrándose en el mismo lugar y a la misma hora; siempre con el traje y la corbata, siempre impolutos, menos uno: el que llevaba un traje desgastado por el tiempo. Pero hoy se encontraba feliz; por fin y, después de mucho tiempo, iba a poder invitar a sus amigos a café.
Durante unos meses cobró el paro y después pasó a un subsidio por desempleo que apenas le daba para vivir, su familia lo abandonó porque comenzó a beber para aliviar su pena, pero lo que nunca dejó de hacer fue acudir al café diario y tragarse el orgullo de que fueran sus amigos los que pagaran siempre.
Marchó a vivir a una habitación que le prestaron unos familiares y en la que tenía que pagar poco; así que con el tiempo fue ahorrando un poco de dinero y aquel día decidió que había llegado la hora de corresponder a aquellos que no le habían dejado de lado.
Pidió un gran almuerzo y todos compartieron su alegría; por un momento se olvidaron de sus achaques, propios de la edad, y devoraron todo con entusiasmo. Se sintió feliz cuando pudo pedir la cuenta y pagar. Sus amigos sonrieron y, como siempre, comenzaron a arreglar el mundo, con un café en la mano, en el mismo lugar de siempre: en la cafetería situada en la planta baja del hotel.

(Frase de Mª Pilar P G )

miércoles, 18 de enero de 2012

MAQUILLAJE

En los grandes almacenes y supermercados ya podemos ver maquillajes de todo tipo y color para embellecernos o para tapar aquellas partes de nuestro rostro que no nos gustan.
Pero, ¿dónde venden maquillaje para el corazón?.
Todos tenemos algo en nuestro corazón que desearíamos tapar, que no lo notáramos y, a ser posible, emplear una crema que lo hiciera desaparecer, como las manchas de la piel.
Necesitamos un protector que no deje salir esos sentimientos tristes que están ahí escondidos y no queremos que nadie conozca; pero cuando estamos felices, empleamos un rímel imaginario que alarga esa alegría hasta fuera de nuestro ser y la hace extensible a los demás.
Maquillamos nuestras palabras y nuestros actos, por no herir, por no decir la verdad,  por ser como los demás quieren que seamos, y terminamos siendo como nuestro rostro: un escaparate en el que se ven los colores de moda del momento.
Si yo tengo un día gris, no tengo porqué maquillarlo de rojo simplemente porque los demás lo tengan y, si mi día es rojo, no puedo consentir que nada ni nadie lo pinte de gris.
Tenemos una amplia gama de colores para nuestro corazón y, al igual que para nuestra cara, unos nos favorecen más que otros, aunque deberíamos desterrar los que son fríos y pintarnos sólo con los cálidos.
Sinceramente creo que deberíamos desterrar todo tipo de maquillaje en nuestro interior y mostrarnos a los demás tal cual somos, simplemente lavados con el agua y el jabón que nos ha dado la vida: nuestras vivencias , ya sean buenas o malas, nuestro aprendizaje y nuestros valores. Pero en esta sociedad en la que vivimos, debemos maquillarnos muchas veces para no ser débiles y que los demás nos aplasten, para no ser sinceros y que los demás no nos lo recriminen, para ser como no somos y tener la aprobación de todos.
No me gustan los maquillajes ni externos ni internos, me gustan las personas tal cual son: simplemente eso, personas.

TENGO UN VICIO

Bueno vale, estoy mintiendo, si cuento lo del tabaco tengo dos vicios, pero como últimamente los fumadores estamos mal vistos, me lo callo.
Mi vicio es sentir el contacto ajeno: una mano en el hombro, una palabra bonita, un gesto sincero, ....
Cualquier motivo es bueno para sentir el contacto con otras personas; si hace frío, se le da un abrazo; si está triste, le muestras una sonrisa. No son cosas caras si les queremos poner un precio en metálico, pero para algunos son cosas muy caras si no les salen del corazón.
Mi vicio me lleva a buscar cariño, a hablar con todo el mundo, a ser una persona transparente y eso, a la larga, muchas veces se paga muy caro. Pero siempre vuelve, siempre espero esa mano amiga o esa palabra.
Como creo que cada uno obtiene lo que da, me gusta tener siempre una sonrisa en la cara, una palabra bonita, un gesto que haga que otros se sientan bien, aunque uno no lo esté.
Quizá muchos piensan que son maduros, demasiado mayores para que alguien, sin más ni más, les haga una caricia en la cara, les de un beso de amistad o les diga algo bonito; para mí eso no es madurez, es no dejar salir los sentimientos que todos llevamos dentro y que, de vez en cuando, necesitamos que salgan.
Igual que reímos cara al público, podemos y debemos llorar y, cuando menos lo esperemos, habrá una mano amiga que se posará sobre nuestro hombro y nos dará la fuerza para que nuestras lágrimas se sequen.
Al igual que mi gato se sienta en mis piernas para que le acaricie y después se va tan contento, yo también necesito esas caricias, las que se ven y las que no.
Probablemente mi vicio, para algunos, sea una tontería, pero sé que para muchos es una necesidad diaria y sé que no hay dinero en el mundo para pagarlo, tan sólo intentar devolverlo.

martes, 17 de enero de 2012

DROGA SANA

Quería tenerlo todo y su cabeza le decía: más, más, más, y continuaba buscando y haciendo lo imposible por tener ese más.
Nunca salió en las listas de las personas más ricas del mundo; nunca lo nombraron en ningún programa como alguien digno de admiración; nunca nadie llamó a su puerta, porque en su casa no había puertas.
Vivía en un parque, debajo de un puente, en un portal,..; daba igual el sitio. Por la mañana, tras levantarse, cogía su viejo y raído maletín por el paso del tiempo y se dirigía a cualquier plaza en la que sabía que iba a haber muchas personas.
Tras llegar y ocupar un sitio "estratégico", abría el maletín y esperaba.
La gente ya se había familiarizado con él; llevaba más de cincuenta años en aquella ciudad haciendo siempre lo mismo: abrir el maletín y dejar que se leyera el cartel: "Cambio un abrazo por una moneda".
A lo largo de tanto tiempo, había acumulado una importante cantidad de dinero, con la que había podido construir varias casas en las que, personas indigentes como él, tenían un techo bajo el que dormir y, con la caridad de otros, un plato de comida caliente.
Pero él seguía queriendo más y más, más y más abrazos. Había perdido la cuenta de los que había dado y recibido, pero con creces superaban el millón, sin embargo, necesitaba más; era su droga, su dosis diaria; ya no podía pasar sin ellos. El dinero no importaba, los abrazos sí.
Era codicioso, estaba enganchado y necesitaba su "chute" diario, lo demás era secundario.

LA VERDAD NO ES MALA


Por todos es de sobra sabido que el gordo de la lotería de navidad cayó en mi tierra, no estoy descubriendo nada nuevo.
Todos nos alegramos por esas personas, que con apuros económicos, recibieron un buen empuje para sanear sus maltrechas cuentas bancarias y, quien más quien menos, conoce a alguien que fue agraciado con el premio.
He hablado con muchas personas sobre el tema, pero sólo con una, con la que me unen muchos años de amistad hemos dicho realmente la verdad de lo que sentimos: tenemos envidia.
¿Quién no la tiene? A todos nos iría bien un extra de dinero como se suele decir “para tapar agujeros”, o simplemente para darnos un capricho.
No sé por qué nos cuesta tanto decir que nos da envidia el hecho de que personas cercanas a nosotros hayan tenido suerte; ¿tan malo es decir la verdad?. Somos humanos, somos egoístas, vivimos en una sociedad que se centra en el yo primero, yo después y para terminar yo.
Hablamos con los demás de a quién le ha tocado la lotería; en una ciudad tan pequeña como ésta, sabemos hasta la cantidad que le ha correspondido; pero en nuestro interior pensamos en lo que haríamos nosotros con ella.
No creo que sea tan malo reconocer que nos molesta que la suerte nos haya dado la espalda. Podemos seguir diciendo que nos alegramos por esas personas que han sido afortunadas, pero del mismo modo, podemos decir que nos da envidia no haber sido una de ellas. No es tan malo decir la verdad de lo que sentimos.

lunes, 16 de enero de 2012

Y YO CON ESTOS PELOS

Creo que actualmente la moda es llevar la melena suelta y, a ser posible, mover la cabeza de un lado a otro para quitarnos los mechones de pelo que caen sobre nuestros ojos y no nos permiten ver nada.
Quizá esto sea para las jóvenes de hoy en día, pero una vez superados los cuarenta, tienes que tener un estilo de peinado "más acorde" con tu edad.
Como siempre en mi caso, y esta vez no por rebeldía, no sigo estos cánones de belleza implantados en nuestra sociedad.
La naturaleza y los genes me han dotado con una abundante mata de pelo completamente rizado que para muchos es motivo de alabanzas pero, para mí, era motivo de problemas.
Recuerdo el día en que fui a hacerme la foto para la orla de fin de carrera; por primera vez, después de mucho tiempo llevando el pelo sujeto en una coleta, decidí dejar los rizos al viento, en lo que yo creía que era una bonita melena, pero al llegar al estudio del fotógrafo encargado de realizar la foto inmortal, cual fue mi sorpresa cuando, dispuesta a retocarme un poco con el lápiz de labios le dije: "Si no le importa, voy a arreglarme un poco" y, ese señor que desde entonces es un antipático, me dijo: "Eso, y así te peinas".
A partir de aquel momento comenzó el calvario en busca de una solución que hiciera que mis rizos desaparecieran de una vez. Creo que él fue el que dio el pistoletazo de salida a todas las demás personas que hasta entonces no habían dicho nada. Desde aquel momento, cuando tras unos días de llevar el pelo suelto me lo recogía, siempre estaban las palabras del gracioso de turno que decían: "Hombre, hoy te has peinado".
Comencé más tarde que el resto de las personas mi época de rebeldía en lo que se refiere a peinados: rapados inusuales en una mujer, trozos de pelo a colores, tijeretazos a mechones que molestaban,... Si Sansón hubiera estado en mi pellejo, habría perdido la fuerza muchas veces.
Con el tiempo te acostumbras a todo, incluso a ir siempre despeinada, porque aunque me digan "¿dónde vas con esos pelos?", sé perfectamente adonde voy y ellos forman parte de mi persona y de mi personalidad, le guste a quien a le guste y a quien no.

viernes, 13 de enero de 2012

UN ARTE OCULTO



Durante mucho tiempo he creído que el arte más difícil de todos era la música; me maravillaba que con tan sólo siete notas se pudieran llegar a crear composiciones tan fantásticas que, unas veces te alegran y otras te hacen soltar alguna que otra lágrima.
A medida que pasa el tiempo mis sentimientos han ido cambiando y, en el restringido mundo de las artes, creo que falta una y que, desde mi punto de vista, es la más esencial: el arte de escuchar.
Todos tenemos la necesidad de que nos escuchen, de poder decir aquello que pensamos o que sentimos sin esperar nada a cambio, sin respuestas, tan sólo tener cerca esa persona que es capaz de estar atenta a aquello que le decimos y, en sus ojos, vemos que realmente nos oye y nos escucha..
Hay veces en la vida en que te das cuenta que las personas tienen las orejas simplemente para llevar pendientes, para sujetar las gafas y, en los casos más extremos, para separar la cabeza; pero llega un día, en que sin darte cuenta, encuentras a una persona que realmente tiene las orejas para escuchar y, lo que es mejor, para escucharte.
No hay nada más digno de agradecimiento en este mundo que poder expresarte y que alguien te escuche, pero para ello debemos ser los primeros en escuchar y eso no lo enseñan en ningún sitio.
Vivimos en el mundo del yo y sabemos conjugar muy bien los verbos: yo digo, yo me quejo, yo protesto, yo pido,... pero ¿dónde está yo escucho?, seguramente perdido en alguna parte de nuestro cerebro.
Como personas deberíamos buscar la licenciatura en el arte de escuchar y, al final de nuestra vida, poder decir que la hemos conseguido; no es tan difícil, todos lo llevamos dentro, simplemente tiene que salir al exterior y dejar de oír para comenzar a escuchar.

jueves, 12 de enero de 2012

UN TECLADO, UN AMIGO


Sentada un día frente a la pantalla de su ordenador intentó colocar sus dedos sobre aquel teclado que tantas veces le había servido de ayuda; ahí donde había tecleado sus pensamientos, sus sentimientos y, sobre todo, había hablado con otras personas que no conocía cara a cara, pero que a través de la pantalla, le habían abierto su corazón y, entre todos, habían construido una familia en la distancia.
Hoy su mente estaba bloqueada; intentaba escribir todo lo que pasaba por su cabeza, pero era imposible.
Había reducido sus gastos al máximo; tan apenas comía y todo lo que había ocupado las paredes de aquella casa ya había sido vendido.
Ahora estaba sentada en el suelo intentando expresar con palabras lo que significaba decir adiós a esas personas que, cada día y a lo largo de unos años, habían compartido sus momentos de alegría y de tristeza, la habían apoyado cuando creía que ya no podía más y se habían alegrado cuando conseguía algún logro.
Llevaba casi dos años en paro y, por más que buscaba, no encontraba ningún sitio en el que la aceptaran. Para la mayoría era una persona con demasiada edad y eso que apenas superaba los cincuenta, para otros tenía muy buena experiencia, pero no había ningún título que lo demostrara.
Así habían transcurrido esos últimos meses de su vida: buscando un trabajo que la sacara del pozo en el que estaba sumida  y encontrando la tranquilidad en aquellos amigos que estaban al otro lado de la pantalla.
Hoy era el último día. Se había pasado la noche despierta hablando con unos y con otros a través del teclado. Ninguno sabía nada. Aquella mañana iban a ir a echarla de su casa, ésa que no podía seguir pagando y, con ello, terminarían los ratos de conversación. Sólo le quedaba ese teclado que ya tenía comprador y cuyo dinero iba a emplear en trasladarse a otra ciudad e intentar comenzar de nuevo.
No quiso esperar a que llegaran. Volvió a mirar las cuatro paredes que habían sido su vida y escribió: "Gracias y adiós". Cerró el ordenador y poniéndolo bajo el brazo, marchó en busca del dinero que le podría dar la oportunidad de volver a empezar.


miércoles, 11 de enero de 2012

¿QUÉ HUBIESE PASADO SI....?

En nuestras vidas ha habido encrucijadas a las que, una vez a toro pasado, nos hemos dicho en nuestro fuero interno ¿qué hubiese pasado si...?, pero realmente todos sabemos que ya no podemos retroceder y cambiar.
Si pudiera volver atrás en el tiempo no creo que fueran tantas las cosas que cambiaría; por suerte para mí me crié en una familia feliz; siempre había algo para comer en la mesa, y eso que eran tiempos de posguerra, pero mis abuelos se las habían apañado para que a mí y a mis primos no nos faltara de nada en la mesa.
Sé que para ellos sí que fueron tiempos difíciles en los que luchar por sacar adelante a tres niños huérfanos por una maldita guerra y, cuando ésta terminó, por la ausencia de las respectivas madres, emigrantes en otros países en busca de algo de dinero; madres que iniciaron una nueva vida y nunca más volvieron.
No puedo decir lo que fue sufrir la crueldad de otros niños en el colegio, porque no tuve posibilidad de ir, pero puedo presumir de tener un oficio y haber podido aportar algo a la economía de mi casa.
La relación con mis primos fue buena, hasta el momento en que fallecieron los abuelos; entonces se dieron cuenta de que yo, en cierto modo, era una carga para ellos y decidieron dejarme a mi suerte y emprender nuevos rumbos con el poco dinero que habían dejado los abuelos.
Yo me quedé en la casa y, con mi trabajo de ayudante de zapatero, en el que comprendí la crueldad ya no de los niños en el colegio, sino de los adultos,  iba reuniendo dinero para vivir y poder hacer algún arreglo en la casa.
Cuando conocí a mi mujer y me aceptó tal cual era fue uno de los momentos en que crees que has tocado el cielo y, no puedo por menos olvidar el día que nacieron mis hijos, dos hermosas criaturas que colmaron mi felicidad, pero con las que nunca pude jugar a fútbol, a pillarnos, a ver quién era el más rápido.
Ahora, en el final de mis días, sigo viviendo en aquella casa que dejaron mis abuelos y que poco a poco fuimos arreglando; de mis años de ayudante de zapatero he pasado a tener varias tiendas que colman, con mucho, nuestras necesidades económicas.
La familia ha aumentado con la llegada de mis nietos y actualmente mis hijos son los encargados de la empresa.
Tan sólo me hago una pregunta, ¿qué hubiera pasado si esa bomba no me hubiera arrancado la pierna?; hubiera podido jugar con mis hijos y mis nietos a otras cosas, pero probablemente no hubiera valorado a las personas de la forma en que lo hice y, aunque suene jocoso, podría haberme puesto un par de los miles de zapatos que fabriqué.

(Frase de Sergio Martínez Mas)

martes, 10 de enero de 2012

DICHOSO CACHARRO

Llegó el día de mi cumpleaños y mis hijos me regalaron lo que nunca había querido: un teléfono móvil.
No les iba a decir que aquello no me gustaba y que lo consideraba algo inútil, así que les dije que para qué se habían gastado tanto dinero. Muy sonrientes me contestaron que no era tanto, que por el "programa de puntos" , que vete tú a saber lo que es eso, les había salido muy barato y que era de los últimos modelos.
Me alegré al ver que se preocupaban por mí. Me dijeron que así, cuando saliera a pasear, estaría localizado, porque a través del GPS se podría saber dónde estaba.
Mi alegría se fue a tomar viento en un segundo; ¿se enterarían entonces de mis almuerzos con los amigos a pesar de tener prohibido por el médico todo lo que llevaba colesterol?.
Antes de ponerlo en marcha, ya le tenía manía al cacharro delator. 
Mi nieto mayor (mayor porque fue el primero en nacer, ya que sólo tenía catorce años), lo puso en funcionamiento con una rapidez pasmosa. Me dijo que tenía que aprenderme el "pin" para ponerlo en marcha. Lo que me faltaba, a mi edad y tener que memorizar números; menos mal que me dijo que lo podía cambiar y poner algún número de cuatro cifras que me resultara fácil de recordar. Como la mayoría, según me dijeron después, opté por poner la fecha de nacimiento de mi mujer, eso era algo que nunca olvidaba.
En fin, que el aparato en cuestión se puso en marcha. Muy bonito, una pantalla con unos dibujos preciosos, pero ¿dónde estaban los números para llamar?. Me dijeron que no me preocupara, que me iban a poner la "marcación por voz" y que sólo tendría que acercarme el aparato a la boca y decir el nombre de la persona a la que quería llamar, todo un alivio....
Después de decirme dónde tenía que tocar en la pantalla para contestar y recordarme ponerlo a "cargar" por las noches para no quedarme sin batería, se dedicaron a escribir sus números de teléfono y a poner la dichosa "marcación por voz".
Pasadas las celebraciones de mi cumpleaños volví a la vida normal y, en mi primer paseo, decidí llevarme el teléfono que me habían regalado. Conseguí ponerlo en marcha a la primera y salí a la calle muy orgulloso de mí mismo.
Cuando me encontraba a una distancia prudencial de casa, me decidí a llamar a mi mujer; acercándome el teléfono a los labios dije: "Maruja" y nada; pensé que no se me había oído bien la voz, así que me acerqué todo lo que pude y grité: "Maruja". Nada de nada.
Pensé que igual no habían puesto el número y opté por llamar a mi hijo mayor. Misma operación: "Toño". Mismo resultado: nada. Segundo hijo: "Nano"; segunda respuesta: nada. Mi última oportunidad era mi hija: "Chiqui". Última respuesta: nada.
Decidí ponerme el aparatejo aquel en el bolsillo y seguir caminando; además la mañana estaba fría y no apetecía permanecer mucho rato parado.
Al poco rato oí una música; comencé a mirar en todas las direcciones, hasta que me di cuenta de que procedía de mi bolsillo. Saqué el teléfono y leí: "Antonio"; era mi hijo. Me habían dicho que con el dedo deslizara hacia un lado el círculo de color verde. Y lo intenté, juro que lo intenté, pero entre los guantes y los nervios aquello no se movía ni un ápice.
Alterado como estaba decidí alargar mi paseo, mientras la música del dichoso cacharro seguía sonando. Cada vez aparecía un nombre distinto: "casa", "Antonio", "Fernando", "Ana". Pero ¿qué manía les había dado a todos por ponerse sus nombres completos si siempre habían sido Toño, Nano y Chiqui".
Opté por apagar el teléfono móvil e irme a almorzar mi ración de colesterol.
Cuando llegué a casa estaba mi mujer con mis tres hijos con una cara de susto de las que hacen historia; me riñeron por apagar el teléfono, por no contestar a sus llamadas,...
Dejé que se callaran. Cuando por fin lo hicieron les dije: He estado como un idiota en la calle repitiendo vuestros nombres: Maruja, Toño, Nano y Chiqui, y esta porquería no ha funcionado; cuando me habéis llamado he intentado contestar, pero con los guantes la cosa verde esa no se movía y al final, lo he apagado.
Entonces comenzaron a reírse.
Me sentí ridículo, como un viejo que no sabe adaptarse al mundo actual, como algo inservible.
Les dije que se llevaran aquel dichoso cacharro de mi vista para siempre y que, si hasta ahora había podido vivir sin él, lo que me quedaba de vida también lo haría.
Así que Antonio y no Toño, Fernando y no Nano y Ana y no Chiqui comprendieron el daño que habían hecho a su padre y desaparecieron con el trasto.
Sabes, le dije a mi mujer, si me quieren volver a regalar algo que sea una foto de ellos tres para llevar en la cartera, sólo con verlos los tendré a mi lado.

EL VIAJE

Las noticias no eran las mejores, pero el viaje ya había comenzado y, siendo que ya teníamos todo preparado, decidimos iniciar nuestra odisea e intentar llegar a nuestro objetivo.
Todos los que participábamos en aquel viaje sabíamos que nos tacharían por locos, por eso habíamos decidido mantenerlo en silencio; ni siquiera nuestras familias sabían cuál era nuestro destino. Habíamos dicho que nos íbamos a recorrer algún país de la vieja Europa para conocer otras culturas.
Nos informamos del parte meteorológico y, muy a nuestro pesar, anunciaba buen tiempo, cielos despejados y un brillante sol en unos cuantos días. Pero aquello no nos hizo cejar en nuestro empeño y, con alegría emprendimos el camino.
No empleamos ningún vehículo; todo el viaje iba a ser a pie; no nos podíamos arriesgar a que nuestro objetivo se encontrara en algún lugar al que no pudiéramos acceder en coche.
Éramos un grupo heterogéneo de personas: desde niños hasta adultos, desde niñas sumidas en su más tierna infancia hasta hombres que ya peinaban canas.
Días y más días duró nuestro periplo entre montañas, valles y algún que otro pueblecito abandonado. Sabíamos que nuestra dirección tenía que ser el norte y nos guiábamos con una brújula.
Pronto comenzaron a surgir las desavenencias y las discusiones entre unos y otros, hasta que alguien recordaba el motivo de nuestro viaje, y todo parecía volver a la calma.
Fueron días duros. El cielo seguía completamente despejado y comenzábamos a temer lo peor: tener que dar la vuelta sin haber alcanzado nuestra meta.
Llevábamos dos semanas de viaje cuando alguien gritó: "Una nube". Todos miramos al cielo: ahí estaba, diminuta, del tamaño de un garbanzo, pero era una nube. Una sonrisa invadió nuestros rostros; las peleas que cada vez se habían hecho más frecuentes desaparecieron desde aquel día. Aquella nube vino acompañada por muchas más y, al cabo de muy pocos días comenzó a llover. Era lo que todos habíamos estado esperando. 
Ahora ya nadie hablaba de quien comía más o menos, de algo que le había desaparecido de su mochila; ahora todos esperaban que un pequeño rayo de sol asomara entre aquellas nubes. Y lo hizo, y, por fin, vimos nuestro objetivo: ahí estaba el arco iris en todo su esplendor.
Nos quitamos las mochilas y corrimos; queríamos llegar al lugar en donde nacía, porque ahí, según la leyenda, había un caldero de monedas de oro.
Mientras corríamos, nos ayudábamos los unos a los otros: dábamos ánimos al que decía que ya no podía más, cogíamos en brazos a los más pequeños para que no se rezagaran y, entre unos y otros, llegamos hasta la falda de una escarpada montaña imposible de escalar.
Era el final. El arco iris se escondía por detrás de ella. Nunca lo alcanzaríamos.
Y allí estábamos todos, abrazados los unos a los otros, viendo como nuestro final se alejaba, sin darnos cuenta que habíamos alcanzado la meta: ser uno solo; ser felices y ayudar sin pedir nada a cambio; ser personas. Al fin y al cabo, ¿qué son unas monedas de oro en comparación a la felicidad?.

(Frase de Oscar Lázaro Alvarez Felice)

lunes, 9 de enero de 2012

VER Y TOCAR

Ir por la vida con la cabeza inclinada se había convertido en algo habitual para mí  y ya estaba acostumbrado a ello.
Nunca fui una persona huraña y solitaria; me gustaba estar con más gente y disfrutar de largas conversaciones alrededor de una mesa, pasar las tardes de domingo en el bar viendo algún partido de fútbol y comentando las jugadas con los demás y, sobre todo, tener algún que otro "bis a bis" con mis más íntimos, siempre mirándonos a los ojos, una conversación franca y sin tapujos.
Pero la vida en ocasiones, nos depara lo que nunca queremos, y nos sorprende con sus puñaladas traicioneras que terminan para siempre con nuestras ilusiones.
El día en que el médico me dijo que me quedaba muy poco tiempo de visión, que pasados tres meses ya no podría ver absolutamente nada y la más profunda oscuridad me invadiría, fue el más terrible de mi vida.
Aproveché aquellos meses en mantener conversaciones con mis amigos y ver sus ojos llenos de entusiasmo, de vida, de verdad; quise mantener en mi mente las miradas de las personas a las que aún podía ver por la calle y observar sus inquietudes, sus miedos, sus alegrías; ver el futuro en los ojos alegres de los niños y la nostalgia en los de los ancianos.
Llegó el día en que me levanté de la cama y todo era oscuridad. Me senté y pensé: "Ya no podré saber si me mienten o me dicen la verdad cuando me hablan".
En aquel momento tomé la decisión de inclinar siempre la cabeza hacia el suelo y, con ayuda de un bastón, caminar solo por las calles, sin hablar con nadie; no podía ver esos ojos que expresan todo, que nunca mienten y preferí retirarme de la sociedad.
Pero la vida siempre nos sorprende con algo nuevo. Un día, caminando por un parque oí una pequeña voz que me decía: "Señor, puede ayudarme, me he perdido de mis papás". En un principio le dije que no y comencé a andar de nuevo, pero aquel pequeño retuvo mi mano y repitió: "Por favor". Pude notar el temblor y el frío de aquellos deditos que se apretaban fuertemente a los  míos.
Decidí ayudarle y, tras un rato andando de la mano, aparecieron sus padres; pude oír los gritos de alegría. El padre del pequeño se acercó a mí y me dio un apretón en la mano a modo de agradecimiento; fue sincero, contundente. La madre me abrazó y después cogiendo mis dos manos, con mucho cuidado para que yo no perdiera el bástón, me dijo: "Muchísimas gracias". En aquel momento me di cuenta que las miradas sobraban; que la candidez con que cogía mis manos era suficiente.
Me di la vuelta y me dirigí al bar, al que hacía tiempo que no iba. Cuando llegué, mis antiguos compañeros de tertulia salieron a recibirme: me abrazaron, incluso alguno me besó, pero lo mejor es que pude notar las manos de todos estrechando la mía y comprendí que mis ojos tenían ahora diez dedos. Desde aquel día ya no iba a ir por la vida con la cabeza inclinada.


(Frase de Mari Mar Sánchez García)

domingo, 8 de enero de 2012

DEMASIADO NORMAL

Pilar eres fantastica y un ser muy especial que calas en los corazones de las personas que aparecemos por tu vida. Te amamos. Era una frase demasiado especial que me había dicho en un momento cualquiera de mi vida, pero que me hizo sentirme la persona más feliz del mundo.
Cuando la leí sentí miedo; miedo a no saber corresponder a ese amor que me estaban brindado; miedo a dejar de ser un bicho raro y ser alguien comprendido; miedo a tener que enfrentarme a mí misma y a mis sentimientos.
Sentada frente a la pantalla de mi ordenador me quedé bloqueada; mis dedos se habían paralizado y mi mente, creo que por primera vez en mi vida, se quedó en blanco.
Para muchos es difícil entender que una persona sólo quiera en su vida que le den cariño, que a pesar de que pasen los años sigue necesitando abrazos, besos, alguna palabra amable y que todos sus anhelos se reduzcan a eso. Es poco, pero en el mundo en que vivimos es muchísimo.
Siempre he creído que no pertenecía a esta época en la que me ha tocado vivir, en la que el dinero y las apariencias es lo más importante, en la que dejamos de ser nosotros para ser lo que los demás quieren que seamos, en la que nos deshumanizamos y somos seres que sobreviven pero no viven.
Somos muchos los que seguimos siendo soñadores, ilusos en un mundo demasiado práctico y nos toman por locos, por personas que perdemos el tiempo en tonterías.
No tenemos grandes metas, buscamos la felicidad limpia, ésa que no se paga con dinero, ésa que simplemente se consigue oyendo de vez en cuando un ¿qué tal estás?, ésa que nos proporcionan nuestros sueños, ésa que nos permite seguir permaneciendo ocultos en nuestro anonimato y saber que alguien nos quiere, ésa que nos llega cuando alguien nos sonríe.
De pequeña siempre me decían: "Como no se te endurezca el corazón, qué mal lo vas a pasar". Y doy gracias porque no se ha endurecido; porque sigo llorando al oír una canción, porque sigo sintiendo mariposas en el estómago cuando veo al hombre que amo, porque me sigue emocionando oír de mi hija la palabra mamá, porque sigo pensando que todo el mundo es bueno,  porque la vida me da bofetadas pero me levanto y continúo, porque sigo luchando cada día por ser quien soy: simplemente yo, demasiado ilusa, demasiado tonta, demasiado ingenua, demasiado miedosa, demasiado cobarde, pero a la vez demasiado querida, demasiado esperanzada y demasiado normal.

(Frase de Manuel Romeo)

sábado, 7 de enero de 2012

UN SUEÑO

Los sueños solo mueren cuando muere el soñador a no ser que el soñador haya hecho testamento y había ocurrido así.
Él era el único heredero de la inmensa fortuna de su padre, un hombre hábil en los negocios y con visión de futuro pero, a la vez, con una perspectiva de la vida poco práctica.
Acababa de morir con 90 años y las facultades mentales intactas; hasta el día de antes había acudido a la empresa que regentaba. Saludaba a los empleados que se cruzaba a su paso con una sonrisa hasta que llegaba a su despacho. 
Era un hombre apreciado por todos; siempre amable, siempre una buena palabra. Pero nadie sabía el inmenso dolor que le estaba partiendo el alma. Ahora su hijo era el encargado de que aquel corazón, que acababa de dejar de latir, pudiera recomponerse de años y años de una silenciosa pena.
El notario leyó el testamento; todo era claro y conciso: obtendría la cuantiosa herencia de su padre si realizaba el sueño que él no pudo conseguir en vida.
En un principio pensó que era una estupidez, que su padre había sido un blando toda su vida, pero algo en su interior le decía que debía hacerlo en su memoria, sin olvidar que económicamente no tendría ningún problema por muchos años que viviera.
Estuvo varios días pensando; por un lado no era algo tan difícil de hacer, por otro, su posición social le frenaba.
Tras mucho meditar decidió que el lunes siguiente sería un buen día para comenzar a realizar el sueño de su padre. Sabía que le iba a costar unos diez meses terminar ese proyecto, pero lo iba a hacer.
El domingo por la noche se acostó intranquilo, le costó conciliar el sueño. La mañana del lunes llegó sin darse cuenta. Se levantó, se puso el traje que su padre había dejado preparado y, con un hatillo al hombro, salió a la calle.
Al principio se sintió un poco ridículo, pero prosiguió; los niños lo miraban y sonreían, los mayores se mostraron reticentes, pero poco a poco, fue ganándose su confianza y, cada día, el sueño de su padre se iba convirtiendo en realidad y, aunque no sabía por qué, se iba convirtiendo también en su sueño.
No sólo estuvo diez meses recorriendo todas las ciudades de su país, sino que decidió ir a otros países y seguir con aquello que había comenzado como el sueño de un anciano y ahora era su felicidad.
El dinero de la herencia ya no importaba; prefería ser uno más de la calle, con una mochila en la espalda y un letrero en el que había escrito: Regalo abrazos. Ahora el número de abrazos era mayor que el de monedas y la felicidad que le daba cada uno era infinitamente mayor a cualquier billete. Ahora comprendía por qué su padre buscaba cariño y despreciaba el dinero. Ahora sabía cual era su verdadero destino. El sueño había encontrado otro soñador.

(Frase de Eugenia Gómez Montañés)

viernes, 6 de enero de 2012

UN PAQUETE NARANJA

Una mañana, al despertar, me di cuenta que nada era como antes y sonreí.
Era el primer año que pasaba conociendo la cruda realidad de que los Reyes Magos no eran esos seres que venían de Oriente a traerme regalos, sino que eran mis padres. No les había dicho nada a ellos; a pesar de tener tan sólo nueve años, la picaresca ya se había despertado en mí y pensaba que, si no lo decía, seguirían trayéndome todo lo que había pedido.
Por momentos hasta yo me creía mi propia mentira, y seguía confiando en que esos tres maravillosos seres vinieran a mi casa y dejaran junto a mi zapato los juguetes que había pedido, pero rápidamente venía a mi mente el momento en que vi a mis padres intentando ocultar un paquete de color naranja en su armario y oír sus voces diciendo: "Esto su regalo del día de Reyes".
La noche anterior me era imposible conciliar el sueño; algo dentro de mí me decía que tenía que seguir creyendo, que no podía ser verdad que mis padres sustituyeran a tres poderosos magos..., y así ocurrió.
Me levanté muy pronto, casi ni había amanecido y corrí al salón, donde la noche anterior había dejado mi zapato. Al entrar di la luz y ante  mí se presentó un maravilloso mundo de pequeñas cajas de regalo, todas exactamente iguales, menos una: el paquete de color naranja.
Corrí a despertar a mis padres, que, aún somnolientos, se levantaron con una sonrisa cómplice en sus labios.
Fuimos los tres juntos a ver lo que habían traído.
No puedo describir la cara de asombro de mis padres cuando vieron los pequeños paquetes todos iguales; se miraron el uno al otro sorprendidos.
Pregunté si podía comenzar a abrirlos y ellos, expectantes como yo, me dijeron que sí.
Abrí el primero: una pequeña cajita se escondía tras el papel de regalo; la abrí y ante mis ojos había una pequeña nota que decía: sueños
Abrí el segundo: otra cajita y otro papel: ilusión.
Tercero: esperanza.
Cuarto: bondad.
Quinto: familia.
Sexto: salud.
Séptimo: felicidad.
Octavo: alegría.
Noveno: amistad.
Con aquél, todas las cajitas ya habían sido abiertas. Ya ni me acordaba de que, detrás del árbol de navidad asomaba algo: era el paquete de color naranja. Lo cogí y lo abrí. No era una caja pequeña, era un peluche en forma de corazón del que colgaba una cadenita con otro corazón aún más pequeño; la cogí, me la puse al cuello y fui al espejo a mirar lo guapa que estaba. Cuando volví, vi a mis padres sentados y preguntándose el uno al otro de quién eran todas esas cajitas. Cogí el peluche y entonces leí lo que ponía en él bordado en letras de oro: amor.
Hace muchos años que ocurrió todo aquello, pero hoy, aún me levanto todos los días con la cadenita colgada al cuello y el ya roñoso y viejo corazón de peluche sigue presidiendo mi cama.
Siempre he recordado esas palabras escritas en aquellas tarjetas y he procurado que estuvieran presentes todos los días de mi vida. Fue algo maravilloso lo que me ocurrió: Una mañana, al despertar, me di cuenta que nada era como antes.

(Frase de María Pilar P G )

jueves, 5 de enero de 2012

VOLVER

Muchas veces me ha llegado a resultar más que difícil poder alegar lo que siento y pienso, todo lo estoy recordando al estar estos días por estos lares y que nunca se olvida. Aún recuerdo muchos días, muchas noches, en los que los recuerdos amargos llegaban a marchitar mi sonrisa y otros momentos en que mi sonrisa afloraba sin ningún motivo.
He vuelto a mi tierra, con mi gente, con aquellos que aún siguen acordándose de mí después de tantos años de ausencia y con aquellos que me han olvidado, a pesar de que su recuerdo sigue vivo en mi memoria.
Fui yo el que abandonó todo; fue un adiós forzoso motivado por un desamor que me sumergió en la más profunda de las tristezas, en un pozo sin salida y que me mantuvo varios meses encerrado en casa, hasta que tomé la decisión de marcharme en busca de una vida nueva.
Pero aquel amor de juventud me seguía acompañando donde quiera que fuera, siempre en mi mente y en mi corazón.
Intenté encontrar una nueva vida y un nuevo amor, y lo hice, pero la muerte se la llevó y sé que ella siempre tuvo presente que mi corazón aún latía por aquella joven que había conocido en mis tiempos de adolescencia.
Ahora, con la nieve tiñendo mi pelo de blanco y las arrugas surcando mi cara, he vuelto a la tierra en la que viví esos momentos de alegría; en la que un beso a escondidas era alcanzar el cielo por unos segundos; en la que las mariposas revoloteaban en mi estómago cada vez que la veía.
Estoy solo en esta playa gris, las olas van y vienen como las personas: unas mojan mis pies descalzos y me dejan algo, otras simplemente se acercan sin llegar a tocarme.
Hoy las mariposas vuelven a mi estómago y la sonrisa a mi cara. Sé que la voy a ver de nuevo, que sus ojos negros se fijarán en los míos y los harán brillar como hace tantos y tantos años.
Esta vez no habrá nadie que nos diga que somos personas distintas, que yo no soy el hombre que debe acompañarla el resto de su vida, que las diferencias sociales no existen, que lo único importante es el amor.
¡Ya la veo!. Viene hacia mí con paso cansino; pero yo sigo viendo a aquella niña que me enamoró hace más de sesenta años y que aún consigue acelerarme el pulso.
Nos hemos sentado en la playa cogidos de la mano; no ha habido besos; un abrazo profundo nos ha devuelto a los quince años y, ahora, estamos juntos otra vez. Probablemente será por poco tiempo; porque la vida es así de cruel y el tiempo ha pasado. Pero ahora estamos los dos y, por fin, puedo expresar con palabras lo que siento.
Algunos pensarán que estamos locos, que no podemos iniciar una nueva vida pasada la frontera de los setenta, pero cuando el amor es puro y verdadero no hay barreras.
Muchas veces me ha llegado a resultar más que difícil poder alegar lo que siento y pienso, todo lo estoy recordando al estar estos días por estos lares y que nunca se olvida. Aún recuerdo muchos días, muchas noches, en los que los recuerdos amargos llegaban a marchitar mi sonrisa. Hoy, sesenta años después, todo ha cambiado.

(Frase de Bencomo Artemi Semidan)

lunes, 2 de enero de 2012

BYE

CONVERSACIÓN FINAL

" Ave María Purísima. - Sin pecado concebida. ¿De qué quieres confesarte?. - Quiero confesar que he perdido la fe en la confesión...". No podía entender lo que estaba escuchando; después de tantos años como cura en aquel lugar, era lo último que se podía esperar.
"¿Y por qué no crees en la confesión?", le preguntó..
"Porque usted no es quién para determinar si yo he hecho bien o he hecho mal", respondió, "a mí ya se me ha juzgado y condenado, ¿de qué me sirve ahora esto?".
"Quizá sea para aliviar un poco tu alma".
"Mi alma está aliviada y tranquila. Estoy en paz conmigo mismo, pero siento pena por mis padres".
"Entonces, quizá por ellos, deberías decirme qué es lo que te ocurre".
"Lo que  tenía que decirles ya lo he hecho cara a cara".
"¿Para qué has hecho que viniera si no tienes nada que decirme?".
"No lo sé. Seguramente ha sido el hecho de tener que enfrentarme a algo que no quiero, pero que sé desde hace tiempo que va a ocurrir".
"Tú buscaste este camino; tú provocaste todo lo que está sucediendo; ahora sólo te queda arrepentirte y esperar el perdón de Dios".
"¿De Dios?, ¿de su Dios o de mi Dios?".
"¿Qué diferencia hay entre uno y otro?".
"De pequeño me hablaron de un Dios que castigaba a los pecadores y que a la vez perdonaba los pecados; un Dios todopoderoso que conducía a su rebaño por el buen camino, y ese camino me ha traído aquí".
"No es Dios el que te ha traído, eres tú el que ha confundido la dirección".
"Usted mismo me lo está diciendo, no existe ese Dios que nos lleva por el buen camino".
"Nadie dice que lleva por el buen camino, sino que quiere que su rebaño vaya por él y tú te has desviado, ¿quieres pedirle perdón por ello?".
"No. No tengo que pedir perdón por nada. Mi destino era éste y está cumplido. No tengo más que hablar con usted".
"¿Quieres que te acompañe hasta la salida?".
"No, gracias. Ya lo harán mis amigos de estos últimos años. Los que han estado conmigo día y noche y saben realmente de mis temores y mis sentimientos".
"Entonces, hijo mío, ve con Dios y que el guíe tus pasos hacia tu destino".
"Adiós padre".
El cura se levantó y se marchó. Cuando se alejaba por el pasillo vio a los "amigos" de aquel hombre que venían en dirección contraria a buscarlo. 
Se preguntó cómo alguien podía llamar amigo a quien te va a llevar a la sala de ejecución; pero mirando los ojos de aquellos seis hombres uniformados se dio cuenta que la confesión ya había sido hecha y que los seis eran los confesores de alguien que no tenía perdón.

(Frase de Germán Pueyo)

domingo, 1 de enero de 2012

UN MUNDO DE DOS

Ya era de madrugada cuando llegaron a la casa completamente helada porque sus ingresos no les permitían mantener la calefacción encendida todo el día.
Había pasado otro día en el que todo había resultado como siempre: las largas esperas sentados cada uno en una silla dándose la mano, el miedo a que aquella vez fuera la definitiva y los separaran para siempre.
Él se quito el viejo chaquetón de paño y lo dejó cuidadosamente sobre el respaldo de una silla y fue a encender el pequeño hornillo que había debajo de la mesa. Se sentó e intentó calentarse las manos levantando las faldas de la mesa y colocándolas sobre sus piernas.
Ella se dirigió a la cocina, sin quitarse el abrigo raído por el tiempo y, encendiendo uno de los quemadores, colocó una pequeña cazuela con agua para hacer una sopa que calentara sus helados cuerpos.
"¿Por qué no te vuelves a poner el abrigo hasta que entre en calor?", le dijo ella. "No hace falta", respondió, "ya me estoy calentando con el brasero".
Lo miraba como si fuera un niño pequeño, preocupada por su salud y asustada por el miedo a quedarse sola.
La vida no les había concedido hijos y los familiares más directos ya habían muerto; se encontraban solos, pero para ellos el mundo se reducía a ser el uno del otro.
Habían pasado la tarde y parte de la noche en las urgencias del hospital: él sufría de una enfermedad pulmonar que lo mantenía atado a la vida con un hilo que, en tardes como aquella, parecía que se iba a romper. Ella se limitaba a sonreírle, a decirle que todo iba bien, que era un susto como otro cualquiera cuando él le mostraba las manchas de sangre en su pañuelo.
Tenía miedo, no quería que en uno de esos ataques él se fuera y tuviera que enfrentarse al mundo, su mundo estaba ahí, sentado en esa mesa camilla. Sabía que quedaba poco, que el médico le había dicho que ya no superaría el siguiente ataque y con aquello no podía vivir.
Tras servir la sopa y comerla los dos lentamente, se acostaron; como hacía más de cuarenta años él la rodeó con su brazo y ambos cayeron en el sueño de no despertar.
"Alguien ha dejado las faldas de la mesa encima del hornillo y eso ha provocado el incendio", dijo el jefe de bomberos a los periodistas, "han muerto por asfixia". En la cara de él tranquilidad, en la de ella una sonrisa. Nada ni nadie los iba a separar.
Tras recibir el aviso del fuego, los bomberos se pusieron en marcha para llegar cuanto antes, pero ya era de madrugada cuando llegaron a la casa.

(Frase de Oscar Lázaro Alvarez Felice)