Sentada delante de la pantalla de mi ordenador, e
intentando escribir alguna cosa coherente, miro por la ventana y veo esa calle
que me ha traído a la cabeza tantas historias que he escrito y publicado y que,
en estos momentos, han desaparecido por arte de magia.
Todo ha cambiado. Todo lo veo distinto. Las
personas que pasan siguen siendo las mismas, pero yo las veo con otros ojos.
Los niños siguen yendo al colegio con sus mochilas
llenas de sueños, pero probablemente algunos de ellos irán con el estómago
vacío porque no hay nada en su casa para poder desayunar y esperarán, ya no la
hora del recreo para jugar, sino la hora de comer para tener algo que echarse
al estómago.
Los adultos pasan de uno en uno, algunos mirando al
suelo, otros a un horizonte perdido y los menos a su puesto de trabajo, ese
bien preciado que algunos tenemos la suerte de poseer y suspiramos porque dure
mucho tiempo.
Desde este refugio que es mi ordenador, sigo
leyendo las protestas de las personas por la situación en que nos encontramos;
protestas individuales llenas de hartazgo. Sigo leyendo la tristeza de aquellos
que no tienen un trabajo y sobreviven, porque vivir es algo difícil en estos
tiempos, pero siguen conectados a esas redes sociales que les hacen compañía y
en donde encuentran alguna palabra amable, algún chiste que les hace esbozar
una sonrisa, algún comentario que les aparta, por unos instantes, de la cruda
realidad que les rodea.
Todo ha cambiado tanto que me es difícil reconocer
la visión que tenía de personas que disfrutaban de la vida, que sonreían al
futuro, que querían creer en un mundo mejor.
La realidad me demuestra todo lo contrario: sólo
hay palabras, y en muchas ocasiones, las palabras no sirven de consuelo.
Da miedo cerrar esta pantalla y lanzarse a la calle
a contemplar cómo todo va cayendo, cómo no hay sonrisas, cómo no hay hechos,
cómo se ha implantado la ley de la selva y el más fuerte gana, siendo todos los
demás testigos impasibles de este caos.
Soy una persona que lucha por aquello en lo que
cree, que busca la felicidad propia y ajena, pero todo lo que veo a mi
alrededor, hace que me refugie en este teclado e intente encontrar en mi mente
palabras que desaparecieron y hechos que no tuvieron respuesta.