EL “GRAN DÍA”
Se encontraba encerrado en un pequeño habitáculo en el que apenas podía moverse. Tenía agua y alimento, pero algo en su interior le presagiaba que las cosas no iban a ir bien. Oía un murmullo no muy lejano de voces que unas veces subía y otras descendía hasta quedar todo en completo silencio.
Ya no escuchaba a sus hermanos, no sabía nada de ellos desde por la mañana, cuando juntos habían estado en un corral. Las miradas eran tristes y ninguno decía nada.
Cuando los separaron, simplemente se miraron; todos sabían que era la última vez que se iban a ver.
Un ruido estridente lo sacó de sus pensamientos. Era una trompeta. La puerta se abrió y comenzó a caminar tranquilamente. Tenía miedo. Algo le decía que se acercaba el final.
De repente notó un fuerte pinchazo en el cuello. Le habían clavado algo. No sabía lo que era y movió la cabeza a un lado y a otro para quitárselo.
Otra puerta se abrió. Entonces salió corriendo. Quería huir de todo aquello.
Pero nada más lejos de la realidad: se encontró en un espacio redondo. El murmullo pasó a ser un griterío. Algo al fondo se movía y se dirigió hacia ahí. Era una tela que le animaba para que fuera.
Supo de inmediato que ahí iban a terminar sus días.
Acudió hacia aquella tela tantas veces como la tuvo delante. Tenía que escapar. Pronto la tela desapareció. Vio un caballo y creyó que aquel animal iba a intentar hacerle algo, así que con todas sus fuerzas se abalanzó sobre él; pero lo único que sintió fue un fuerte dolor en el lomo. Algo se le clavaba una y otra vez. Notó como la sangre corría por su piel y caía al suelo. Se separó de aquel animal que le proporcionaba tanto daño.
Dio una vuelta por aquel círculo, esta vez sin correr, el dolor no se lo permitía. De repente, frente a él, un hombre. Ambos se miraron. “Esta es mi oportunidad”, pensó. A pesar del sufrimiento, se dirigió con toda la rapidez que pudo contra aquel hombre. Muy pronto notó como dos aguijones enormes se le clavaron. No eran como en los tiempos en que pastaba en ricos prados. Aquello era insoportable.
Pronto volvió a ver la tela y se dirigió de nuevo hacia ella. “Por lo menos no me hace daño”, se dijo. Estaba medio mareado de tanto intentar alcanzarla, cuando, de repente, la tela dejó de moverse.
Se quedó quieto. La tela reposaba en el suelo. No se movía. Intentaba respirar, pero le costaba por las heridas que tenía. Al momento, la tela se movió y él se abalanzó sobre ella. Fue el peor movimiento de su vida. Algo se le introdujo por el lomo hasta las entrañas.
Consiguió dar unos pasos e intentó apoyarse en aquella extraña pared redonda. Sus fuerzas se agotaban y él lo sabía: era el final. Aparecieron varios hombres con muchas telas que las movían a su alrededor, pero ya no tenía fuerzas para moverlas.
Dejó que sus patas se doblaran y cayó al suelo tendido. Recordando a sus hermanos que habían padecido lo mismo que él, cerró los ojos y murió preguntándose ¿Por qué así?.
A petición de un buen amigo, estemos de acuerdo o no.