miércoles, 5 de octubre de 2011

VIVIR EN LA CALLE

Me gustaba vivir en aquella calle. Siempre lo había hecho desde que me obligaron a abandonar la casa en la que había nacido.
Todos me conocían; eran demasiados años viviendo en el mismo sitio.
Prefería el verano a los fríos días de invierno, aunque éstos también tenían su encanto: ver a los niños jugando con las bolas de nieve y recibir de vez en cuando alguna, me gustaba.
En verano, todo eran risas en el parque que había enfrente de mi banco. Los peques se divertían en los columpios y los padres y madres hablaban en grupos y vigilaban que nada les ocurriera a sus hijos.
Por las noches, cuando el calor se hacía más llevadero, se sentaban personas en mi banco y mantenían agradables conversaciones que yo escuchaba atentamente. Casi siempre eran mayores, y contaban sus recuerdos de niñez y juventud.
Todas las mañanas me despertaban los rayos del sol y la persona encargada de la limpieza, que dejaba todo a mi alrededor completamente limpio.
Ya me conocían todos en la calle: los de la tienda, los del bar, los vecinos del número 23, que era el  que estaba frente donde yo “vivía”,…
Escribiendo esto, recuerdo una noche de verano: en el primer piso del número 23 vive una pareja joven. Sé perfectamente a que hora van y vienen a trabajar, los días de compra y llegar con el coche cargado; pero volvamos a aquella noche de verano: los vi a través de la ventana de su dormitorio. Aquello era lo que llamaban amor: besos, caricias, sonrisas. Yo nunca había recibido ninguna caricia; bueno, algún perro se me acercaba y me olisqueaba, o algún niño se me ponía detrás jugando al escondite; pero una caricia como aquella, nunca.
También acudían a mí los pájaros, pero porque les daba comida.
Muchas veces me había planteado irme a otro sitio. No podía. Aquella calle me tenía prendado y sabía que estaría ahí hasta que se acercara el final de mis días, cuando algún alma caritativa me llevara a algún sitio donde morir en paz; o quizá, y era lo que yo deseaba, moriría en la calle, donde siempre había vivido.
En mi calle, yo era el referente de las estaciones y de los cambios en el tiempo. Cuando se iba acercando el otoño comenzaba a sacar mi ropa de color marrón y poco a poco me la iba poniendo; en primavera, elegía tonos más alegres, por ejemplo un verde claro y en verano me extendía al sol para que me regara con sus rayos.
No puedo decir de mi vida que sea triste o alegre: es la que me ha tocado vivir y me conformo con eso, con vivir. No quiero que una noche alguien me clave una navaja y se recree en mi cuerpo, es el único miedo que tengo; lo demás, es todo soportable.
Al fin y al cabo, ¿qué más puede esperar un árbol como yo, nacido en un vivero y trasplantado a una calle?.

1 comentario:

  1. Caray,cada vez apuntas más alto para que no tenga argumentos para escribir. Ahora me toca pensar como un árbol a estrujarse el serrín para complacer a la vecina. Hay una en especial en la calle. Esa que veo todas las mañanas mirando por la ventana. Al principio de verla,veía sus hermosos ojos perdidos en el entramado de mi follaje,serios,profundos,tristes pero con sombras de anhelos por vivir. Me llamó la atención todas las mañanas se ponía cara a un artilugio pero indefectiblemente su mirada regresaba a mi. Y siempre de la misma manera empecé a conocer a su familia,solo eran una niña preciosa,alegre y pizpireta y un gato que se sentaba en su regazo y ella acariciaba de manera mecánica con la mirada perdida en mí. Poco a poco una tenue sonrisa aparecía de vez en cuando y sus ojos reflejaban una tenue sonrisa que cambiaba su cara completamente cuantas veces con mis ramas quise decirle ¡ve cobíjate bajo ellas te daré sombra y frescor en verano y el susurro de mis hojas apaciguará tu alma pero nunca supiste o quisiste entenderme .Tu seguías indefectiblemente todos los días en la ventana pero algo cambiaba en tu mirada,tu semblante temías algo nuevo,algo que paulatinamente iba cambiando da a da tu cara tu mirada. Era más firme,más serena como si te hubieses deshecho de un lastre.Eras (como decirlo) más abierta,mas franca,la mirada no tan huidiza.Algo había cambiado en ti y me alegré,mis ramas se estremecieron de gozo y las agite de alegría. A partir de entonces vi en tu mirada los avatares de la vida,alegrías tristezas profundas ambas eso si pero tu mirada era fuerte arrolladora decía que podías soportar eso con una entereza que antes carecías . A¡hora ya bajas al parque y te refigias en mis ramas y conversas tu voz es linda y me gusta.Gracias por acordarte de este viejo árbol

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