lunes, 3 de octubre de 2011

UN AMOR

Cuando se hizo de noche se alegró.
Por fin había terminado otro día; no es que se hubiera aburrido, pero se le hacían muy largos.
Se levantaba pronto por la mañana y desayunaba un poco de leche y algo para comer. Casi siempre era lo mismo, pero le gustaba. Después iba al pequeño baño que tenía en la galería y procuraba dejarlo limpio, igual que se lo había encontrado. Desde muy pequeño lo había hecho, era algo innato en él.
Unas veces pasaba las mañanas en su habitación y otras, cuando hacía buen tiempo, salía al balcón y miraba los coches y la gente que pasaba.
Echaba de menos la otra casa; en ella había un patio de luces al que podía bajar y hablar con otros vecinos. Pero desde que se habían mudado a la casa nueva, y ya hacía cuatro años, no había sitio para poder bajar y hablar un poco.
Después de comer le gustaba sentarse junto a ella. No miraba la tele. Creo que ni la escuchaba. Pero ella estaba ahí, había vuelto del trabajo, aunque sabía que más pronto o más tarde se tendría que ir.
Había desarrollado un sexto sentido y no necesitaba mirar el reloj para saber la hora en la que ella llegaba a casa.
Cuando abría la puerta, él estaba ahí, esperando.
Ella le hablaba, le preguntaba cómo le había ido la mañana y le gastaba bromas sobre lo sucias que había traído las botas del trabajo, sabiendo como sabía que él no salía de casa.
Pero a él esas bromas le encantaban. Siempre venían acompañadas de caricias de besos, y aquello era lo que más le gustaba.
Por la tarde, cuando ella volvía al trabajo, se refugiaba en su habitación. Solía dormir una siesta y después merendaba.
Recordaba los días de tormenta con miedo. En cuanto sonaba el primer trueno, iba corriendo a esconderse y, a pesar de que ella lo llamaba y le decía que no ocurría nada, nunca salía de su escondite.
Por eso le gustaba tanto la noche: ella siempre estaba ahí. Y sabía que ya no se iba a ir, que iba a estar con él.
Cenaban a la vez, él su comida especial, ella la suya. Siempre era así. A veces, compartían algún trocito de pollo o, en días especiales, alguna gamba.
Y por fin llegaba la mejor parte del día: cuando se iban a la cama. Ella se metía y él se acurrucaba en sus pies y entonces oía sus palabras. “Buenas noches, mi peludo amor” y él contestaba: “Miau”.

1 comentario:

  1. A las personas que les gustan los animales,como los miman,cuidan¡conviven con ellos y se llegan a tratar como seres humanos llegando a ser una simbiosis cuasi perfecta. Esta actitud vista desde fuera parece ridícula. ¡Que equivocados están!. Nadie de ese tipo de gente puede llegar a entender cuan importante es esa compañía que cubre esa soledad.Cuando se tiene un animal en casa se adquieren uno hábitos saludables.Has de hacerles la comida,a unos los has de bañar asear,sacar de paseo para que puedan solazarse corriendo y brincando.Otros sin embargo son caseros. Te esperan con alegría tu llegada pues también necesitan atención y cariño,suelen devolver ese cariño en un tanto por ciento muy elevado.Siempre están dispuestos a complacerte . La gente que de niños no ha cuidad de una mascota jamás tienen la sensibilidad que tienen los que se crían con perros,gatos u otros animales DE COMPAÑÍA. Esa compañia que nos salva de la soledad

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