sábado, 8 de octubre de 2011

DE LA MANO

Siempre me paraba a descansar en el mismo sitio.
Cuando llegábamos a casa yo ya tenía mi lugar adjudicado, no había otro.
Él era mi fiel compañero, y no me estoy refiriendo a ningún perro. Salíamos juntos de casa a pasear.
Por las mañanas después del desayuno no íbamos a comprar el periódico juntos, de la mano; algún día entrábamos a tomar un café, sólo se lo tomaba él porque a mí no me sentaban muy bien. Comprábamos el pan y de vuelta para casa.
A mí me ayudaba a colocarme en mi sitio y ahí me quedaba mientras él hacía las cuatro cosas de casa, porque entre los dos no ensuciábamos mucho y después se sentaba a leer el periódico. Así pasábamos las mañanas.
Después de comer se echaba una pequeña siesta en el sofá y, si el calor no era muy apremiante, nos íbamos a la calle otra vez , siempre de la mano.
Por la tarde era más divertido. Nos acercábamos hasta el parque y ahí nos encontrábamos con otras parejas que charlaban animadamente.
A mí me gustaba escucharles hablar cómo arreglaban las cosas que funcionaban mal en su ciudad, en su país o, incluso, en el mundo; cómo volvían a ellos los recuerdos de la juventud y de la infancia y, hablaban de fulanito o de menganito como si hubieran pasado dos días.
Nos conocíamos desde hacía más de 30 años. Aún recuerdo aquel día: yo estaba en una tienda y él entró. Me miró fijamente y yo a él y supe que nuestros caminos ya seguirían unidos para siempre.
Nunca me importó su cojera tan pronunciada, es más, casi me gustaba que fuera así porque eso nos permitía ir de la mano a todas partes.
Lo compartíamos todo: nuestras salidas a la calle, algún pequeño viaje, los acontecimientos familiares,….
Un día yo me caí y me hice una pequeña rotura que él amorosamente tapó y cuidó hasta que quedó totalmente curada. De vez en cuando me acariciaba la pequeña marca que había dejado.
Los dos éramos felices, porque éramos uno.
Aquel día no pude imaginar que él iba a morir, que me iba a dejar. Fue en plena calle; íbamos paseando y cayó fulminado en el suelo. Pero no soltó su mano de mí, y yo caí con él.
Cuando llegó la ambulancia nos separaron, pero un amigo suyo me cogió de la mano y me ayudó a llegar a casa.
Pensé que no volvería a verle y para mí aquello era el final, un final que yo también deseaba.
Y ocurrió lo inesperado. Su amigo volvió y cogiéndome de la mano me llevó hasta el tanatorio en que se encontraba. Levantándome del suelo me colocó en sus manos.
 ¡ Volvíamos a estar juntos!. Y así, en aquel ataúd, nos enterraron a los dos: a mi amigo y a mí, su bastón. Juntos. De la mano.

3 comentarios:

  1. Muy bonito, quiera Dios que aprendamos a hacer de bastón de los otros. Feliz fin de semana.

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  2. Joer niña como aprietas,tu dejas volar tus dedos y escribes lo que te sale del....moño y quieres que los demás comentemos,como si fuese tan fácil el comentar la vida de un bastón ¡Ay que fastidiarse con ésta!,pero hay que decir en su descarga que la que escribe nos sirve de bastón en muchas ocasiones con sus frases de aliento,sus consejos y su apoyo incondicional.Sirve de bastón para mucha gente,entre ellos yo. Por todo esto y otros muchos detalles que son nuestros.Gracias bastón. Digo Pilar

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  3. Esto es lo que me ocurre por mirar por la ventana y ver a la gente que pasa

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