viernes, 21 de octubre de 2011

MI HERMANA

Doce años de diferencia parecen mucho, pero cuando uno es adulto no son nada.
Mi hermana y yo jugábamos de pequeñas, eso sí, algunas veces.
Nos gustaba coger la ropa de los mayores y disfrazarnos. En el pueblo era más divertido: podíamos bajar por las escaleras como grandes vedettes del Moulin Rouge y mamá miraba desde abajo cómo su ropa se transformaba: un vestido pasaba a ser un top, una falda se convertía en un turbante, y así hasta que le dejábamos el armario patas arriba.
Esperábamos el verano para estar juntas, para ir a la recién estrenada piscina del pueblo, para pasear hasta la estación, esa casa ruinosa que se caía en mil pedazos y aquellas traviesas llenas de hierbajos por los que hacía años que no pasaba ningún tren. Todas las tardes eran iguales; todas eran divertidas.
Cuando mi hermana comenzaba la adolescencia y yo ya me iba a marchar de casa, mamá se nos fue, el maldito cáncer se la llevó de nuestro lado. Creo que ahí fue nuestro último gran abrazo, en la puerta del cementerio, sin atrevernos a entrar, sin querer decir adiós a quien había unido nuestras vidas.
La vida y la distancia nos separaron. Nos juntábamos y recordábamos los días pasados. No había confidencias, no había secretos,....
Ahora las dos somos adultas. Las dos tenemos nuestra familia. Ahora volvemos a hablar, a recordar.
Somos dos mujeres que se han hecho mayores en la distancia y es en estos momentos, al ser adultas, cuando más hablamos. Sabemos todo la una de la otra. Los problemas se solucionan por teléfono. Las alegrías se comparten de la misma manera. Creo que nunca en nuestra infancia nos dijimos tantas veces "te quiero" como ahora.
No volverán las tardes de disfraces, de paseos, de baños; los hemos sustituido por las llamadas telefónicas, por las conversaciones eternas en el ordenador. Nos separan cientos de kilómetros de distancia, pero si cierro los ojos, la tengo a mi lado y le acaricio los rizos del pelo.
Es triste pensar en los años que no hemos estado más unidas; años que casi hemos pasado como desconocidas. Las dos sabemos que no los vamos a recuperar, pero lo que nos queda lo haremos juntas, en la distancia, pero unidas.
No es mi hermana. No tengo hermanas. Ella tampoco. Pero es mi pequeña, la niña a la que abracé en la puerta del cementerio, la niña que me imitaba, la niña a la que me atan lazos de sangre lejanos, la niña que fue, es y será mi tata.

1 comentario:

  1. Bello comentario, ahí si que me ha llegado hondo. Yo tampoco tengo hermanos y la verdad es que si hubiese deseado tener uno para reñir,pelear, hablar,decir,comentar y poder vivir con alguien que te entiende y que sabes que pase lo que pase ( en un contexto normal ) tendrás un apoyo cuando lo necesites tanto es así que yo he tenido dos hijos y los veo separados en lo intascendental y muy unidos en las cosas serias. Se quieren y soy feliz por ello.Yo he tenido siempre esa espina y la verdad me ha hecho falta con todo lo que ello conlleva

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