Una mañana, al despertar, me di cuenta que nada era como antes y sonreí.
Era el primer año que pasaba conociendo la cruda realidad de que los Reyes Magos no eran esos seres que venían de Oriente a traerme regalos, sino que eran mis padres. No les había dicho nada a ellos; a pesar de tener tan sólo nueve años, la picaresca ya se había despertado en mí y pensaba que, si no lo decía, seguirían trayéndome todo lo que había pedido.
Por momentos hasta yo me creía mi propia mentira, y seguía confiando en que esos tres maravillosos seres vinieran a mi casa y dejaran junto a mi zapato los juguetes que había pedido, pero rápidamente venía a mi mente el momento en que vi a mis padres intentando ocultar un paquete de color naranja en su armario y oír sus voces diciendo: "Esto su regalo del día de Reyes".
La noche anterior me era imposible conciliar el sueño; algo dentro de mí me decía que tenía que seguir creyendo, que no podía ser verdad que mis padres sustituyeran a tres poderosos magos..., y así ocurrió.
Me levanté muy pronto, casi ni había amanecido y corrí al salón, donde la noche anterior había dejado mi zapato. Al entrar di la luz y ante mí se presentó un maravilloso mundo de pequeñas cajas de regalo, todas exactamente iguales, menos una: el paquete de color naranja.
Corrí a despertar a mis padres, que, aún somnolientos, se levantaron con una sonrisa cómplice en sus labios.
Fuimos los tres juntos a ver lo que habían traído.
No puedo describir la cara de asombro de mis padres cuando vieron los pequeños paquetes todos iguales; se miraron el uno al otro sorprendidos.
Pregunté si podía comenzar a abrirlos y ellos, expectantes como yo, me dijeron que sí.
Abrí el primero: una pequeña cajita se escondía tras el papel de regalo; la abrí y ante mis ojos había una pequeña nota que decía: sueños
Abrí el segundo: otra cajita y otro papel: ilusión.
Tercero: esperanza.
Cuarto: bondad.
Quinto: familia.
Sexto: salud.
Séptimo: felicidad.
Octavo: alegría.
Noveno: amistad.
Con aquél, todas las cajitas ya habían sido abiertas. Ya ni me acordaba de que, detrás del árbol de navidad asomaba algo: era el paquete de color naranja. Lo cogí y lo abrí. No era una caja pequeña, era un peluche en forma de corazón del que colgaba una cadenita con otro corazón aún más pequeño; la cogí, me la puse al cuello y fui al espejo a mirar lo guapa que estaba. Cuando volví, vi a mis padres sentados y preguntándose el uno al otro de quién eran todas esas cajitas. Cogí el peluche y entonces leí lo que ponía en él bordado en letras de oro: amor.
Hace muchos años que ocurrió todo aquello, pero hoy, aún me levanto todos los días con la cadenita colgada al cuello y el ya roñoso y viejo corazón de peluche sigue presidiendo mi cama.
Siempre he recordado esas palabras escritas en aquellas tarjetas y he procurado que estuvieran presentes todos los días de mi vida. Fue algo maravilloso lo que me ocurrió: Una mañana, al despertar, me di cuenta que nada era como antes.
(Frase de María Pilar P G )
Hermosa la inocencia en estado puro, cuando aún podemos creer que todo es posible!
ResponderEliminarOlaf, nunca tenemos que perder la inocencia; dejemos vivir al niño que todos llevamos dentro.
ResponderEliminarEs que los Reyes Magos deberían existir.
ResponderEliminarModestino: EXISTEN !!!!!!
ResponderEliminarSin duda¡¡¡¡¡
ResponderEliminarDebo de ser un bicho raro ,yo aun creo en los reyes.Son seres montados en los caballos de mis sueños que vienen a hacerme la vida lo mas agradable posible. En este día me dejan ilusión para todo el año. Ilusión de vivir,ilusión de hacer felices a los demás,ilusión de arrancar una sonrisa en esa mirada triste. Me gusta tener esas ganas de seer algo par alguien y que por un momento ver en su cara el asomo una sonrisa
ResponderEliminar