viernes, 20 de enero de 2012

DICHOSA RUTINA

No voy a reproducir aquí las palabras que pensé cuando sonó el despertador, todos las pueden imaginar.
Cada vez le cogía más manía al dichoso aparatejo. 
Con lo bien que estaba durmiendo y tocaba ir a trabajar.
Me levanté intentando no hacer ruido y despertar a mi mujer, cogí la ropa que me había dejado preparada la noche de antes y me dirigí al cuarto de baño.
Me metí en la ducha pensando en lo bien que se estaría de fiesta, pudiéndome levantar a la hora que me diera la gana, pero de momento tocaba seguir la rutina. Ya un poco más despierto, me afeité y me peiné, me puse la ropa y me fui a la cocina a tomarme un desayuno rápido; todo cronometrado.
Tras lavarme los dientes me senté en el ordenador a leerme los titulares del periódico, más que nada por estar informado y poder participar en la tertulia con mis compañeros de trabajo.
Apagué el ordenador y, mientras me ponía el abrigo, oí murmullos y risitas en el cuarto de mis hijos, abrí la puerta de la habitación y les dije que se callaran y que aún les quedaba una hora hasta las ocho, momento en que mi mujer los levantaría para ir al colegio.
Salí a la calle. De noche, como siempre. Hacía frío. Entonces empecé el camino hacia mi trabajo. 
Se me hizo un poco raro no encontrarme a los de siempre, las mismas caras somnolientas, los mismos "güenmññmm" en lugar de buenos días, pero no le di más importancia y continué caminando.
Iba absorto en mis pensamientos: lo que tenía que hacer hoy en el trabajo, lo que haría al salir, ..., y cual fue mi sorpresa cuando llegué al trabajo y la puerta estaba cerrada. Me había pasado alguna vez; siempre he sido demasiado puntual, así que esperé....
Esperé y esperé y, por fin, se me ocurrió la "genial" idea de  mirarme el reloj: ¡ las cuatro y diez de la madrugada!.
Por un momento no reaccioné, pero al poco, me vinieron a la cabeza mis hijos y sus risas. "Los voy a matar", pensé. 
De vuelta para casa iba trazando planes maquiavélicos para esos enanos que habían cambiado la alarma de mi despertador, aunque algo me hizo reaccionar: siempre me preguntaban por qué hacía las mismas cosas, por qué nunca cambiaba mis rutinas y, en el fondo, tenían razón. La rutina se había apoderado tanto de mí, que ni me molestaba en mirar el reloj.
Cuando llegué a casa encontré a mis hijos junto a mi mujer en el comedor, todos sonrientes, todos esperando mi reacción. No pude, por menos, reírme con ellos, aunque por un momento mi semblante cambió cuando me dijeron que era sábado, pero pronto volví a las risas.
Después nos volvimos a acostar y decidí que, a partir de aquel momento, mi vida iba a cambiar y dejaría de ser una rutina.


1 comentario:

  1. Maldita sea la rutina que nos lleva a ser autómatas de nuestra propia vida. Los accidentes pasan por estar inmersos en una rutina una tupinadora (una de las mas peligrosas máquinas que conozco)en cuanto entres de manera rutinaria te juegas los dedos ,si no es la mano. El hecho de conducir,en cuanto te confías por que conoces esa carretera como la palma de tu mano. Ahí es cuando estás abocado al accidente. Por actuar de una manera rutinaria. A mi me ha pasado de levantarme con sobresalto y arreglarme ,desayunar y al bajar a la calle darme cuenta por el poco tráfico de que era domingo. Eso es rutina y algo de despiste tambien .Lo reconozco Es bueno conocer a la perfección las cosas. Pero es malo actuar de manera rutinaria

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