jueves, 19 de enero de 2012

CAFÉ PARA TODOS

La cafetería estaba situada en la planta baja del hotel y ahí se reunían todos los hombres de negocios de las oficinas cercanas para tomar el café de media mañana.
Siempre se juntaban las mismas personas, era un grupo de seis hombres, todos con traje de chaqueta y corbata, bien afeitados y con un trato hecho entre ellos: no hablar de trabajo en la media hora que tenían para almorzar.
Habían llegado a ese acuerdo para desconectar un poco del trabajo y, por qué no, para conocerse un poco más entre ellos.
Después de tantos años juntos, sabían de sobra la vida de los demás, pero les gustaban esas tertulias en las que podían arreglar las cosas de su ciudad, de su país, incluso del mundo.
Pero un día las cosas cambiaron. Seguían acudiendo los seis al café: seis hombres perfectamente preparados para la vida diaria, seis hombres con familia, seis hombres de una ciudad cualquiera; la diferencia era que uno de ellos se quedó en el paro.
La empresa había hecho regulación de empleo y le había tocado a él dejar de trabajar.
Al principio fue un mazazo terrible; tantos años de experiencia, tanto tiempo sin ver a la familia para dedicarse al trabajo y, ahora, se veía en la calle, sin perspectivas de encontrar nada.
Sus compañeros intentaron que la empresa lo readmitiera, pero recibieron un no tajante por respuesta. Buscaron en otros sitios para conseguirle un trabajo nuevo, pero en todos decían lo mismo: "la cosa está muy mal".
Pasados los años y ya todos jubilados, seguían encontrándose en el mismo lugar y a la misma hora; siempre con el traje y la corbata, siempre impolutos, menos uno: el que llevaba un traje desgastado por el tiempo. Pero hoy se encontraba feliz; por fin y, después de mucho tiempo, iba a poder invitar a sus amigos a café.
Durante unos meses cobró el paro y después pasó a un subsidio por desempleo que apenas le daba para vivir, su familia lo abandonó porque comenzó a beber para aliviar su pena, pero lo que nunca dejó de hacer fue acudir al café diario y tragarse el orgullo de que fueran sus amigos los que pagaran siempre.
Marchó a vivir a una habitación que le prestaron unos familiares y en la que tenía que pagar poco; así que con el tiempo fue ahorrando un poco de dinero y aquel día decidió que había llegado la hora de corresponder a aquellos que no le habían dejado de lado.
Pidió un gran almuerzo y todos compartieron su alegría; por un momento se olvidaron de sus achaques, propios de la edad, y devoraron todo con entusiasmo. Se sintió feliz cuando pudo pedir la cuenta y pagar. Sus amigos sonrieron y, como siempre, comenzaron a arreglar el mundo, con un café en la mano, en el mismo lugar de siempre: en la cafetería situada en la planta baja del hotel.

(Frase de Mª Pilar P G )

1 comentario:

  1. Que terrible es dedicar la vida a un objetivo y por pundonor y ganas decdicarte en cuerpo y sacrificándote en cuerpo y alma incluida la familía y que la empresa de un plumazo deje de reconocer esos méritos y por las circunstancias que sean te veas en la calle, sin nada que hcaer y con una familia que quizás ni conozcan ni te conozcan lo suficente. Ya que se ha dedicado mas al trabajo que a la familia y que todas esas puertas que creías fáciles de abrir estén cerradas.Conclusión se hacer todo el mundo la cuenta que hay que trabajar para vivir y no al revés. Dedicarle mas tiempo a los tuyos y dsifrutar de la vida mientras se tenga salud y ganas de hacer cosas. A veces la riqueza no está en las cosa materiales si no por ejemplo en esa cálida tertulia de seis personas en la cafetería situada en la planta baja del hotel

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