martes, 10 de enero de 2012

DICHOSO CACHARRO

Llegó el día de mi cumpleaños y mis hijos me regalaron lo que nunca había querido: un teléfono móvil.
No les iba a decir que aquello no me gustaba y que lo consideraba algo inútil, así que les dije que para qué se habían gastado tanto dinero. Muy sonrientes me contestaron que no era tanto, que por el "programa de puntos" , que vete tú a saber lo que es eso, les había salido muy barato y que era de los últimos modelos.
Me alegré al ver que se preocupaban por mí. Me dijeron que así, cuando saliera a pasear, estaría localizado, porque a través del GPS se podría saber dónde estaba.
Mi alegría se fue a tomar viento en un segundo; ¿se enterarían entonces de mis almuerzos con los amigos a pesar de tener prohibido por el médico todo lo que llevaba colesterol?.
Antes de ponerlo en marcha, ya le tenía manía al cacharro delator. 
Mi nieto mayor (mayor porque fue el primero en nacer, ya que sólo tenía catorce años), lo puso en funcionamiento con una rapidez pasmosa. Me dijo que tenía que aprenderme el "pin" para ponerlo en marcha. Lo que me faltaba, a mi edad y tener que memorizar números; menos mal que me dijo que lo podía cambiar y poner algún número de cuatro cifras que me resultara fácil de recordar. Como la mayoría, según me dijeron después, opté por poner la fecha de nacimiento de mi mujer, eso era algo que nunca olvidaba.
En fin, que el aparato en cuestión se puso en marcha. Muy bonito, una pantalla con unos dibujos preciosos, pero ¿dónde estaban los números para llamar?. Me dijeron que no me preocupara, que me iban a poner la "marcación por voz" y que sólo tendría que acercarme el aparato a la boca y decir el nombre de la persona a la que quería llamar, todo un alivio....
Después de decirme dónde tenía que tocar en la pantalla para contestar y recordarme ponerlo a "cargar" por las noches para no quedarme sin batería, se dedicaron a escribir sus números de teléfono y a poner la dichosa "marcación por voz".
Pasadas las celebraciones de mi cumpleaños volví a la vida normal y, en mi primer paseo, decidí llevarme el teléfono que me habían regalado. Conseguí ponerlo en marcha a la primera y salí a la calle muy orgulloso de mí mismo.
Cuando me encontraba a una distancia prudencial de casa, me decidí a llamar a mi mujer; acercándome el teléfono a los labios dije: "Maruja" y nada; pensé que no se me había oído bien la voz, así que me acerqué todo lo que pude y grité: "Maruja". Nada de nada.
Pensé que igual no habían puesto el número y opté por llamar a mi hijo mayor. Misma operación: "Toño". Mismo resultado: nada. Segundo hijo: "Nano"; segunda respuesta: nada. Mi última oportunidad era mi hija: "Chiqui". Última respuesta: nada.
Decidí ponerme el aparatejo aquel en el bolsillo y seguir caminando; además la mañana estaba fría y no apetecía permanecer mucho rato parado.
Al poco rato oí una música; comencé a mirar en todas las direcciones, hasta que me di cuenta de que procedía de mi bolsillo. Saqué el teléfono y leí: "Antonio"; era mi hijo. Me habían dicho que con el dedo deslizara hacia un lado el círculo de color verde. Y lo intenté, juro que lo intenté, pero entre los guantes y los nervios aquello no se movía ni un ápice.
Alterado como estaba decidí alargar mi paseo, mientras la música del dichoso cacharro seguía sonando. Cada vez aparecía un nombre distinto: "casa", "Antonio", "Fernando", "Ana". Pero ¿qué manía les había dado a todos por ponerse sus nombres completos si siempre habían sido Toño, Nano y Chiqui".
Opté por apagar el teléfono móvil e irme a almorzar mi ración de colesterol.
Cuando llegué a casa estaba mi mujer con mis tres hijos con una cara de susto de las que hacen historia; me riñeron por apagar el teléfono, por no contestar a sus llamadas,...
Dejé que se callaran. Cuando por fin lo hicieron les dije: He estado como un idiota en la calle repitiendo vuestros nombres: Maruja, Toño, Nano y Chiqui, y esta porquería no ha funcionado; cuando me habéis llamado he intentado contestar, pero con los guantes la cosa verde esa no se movía y al final, lo he apagado.
Entonces comenzaron a reírse.
Me sentí ridículo, como un viejo que no sabe adaptarse al mundo actual, como algo inservible.
Les dije que se llevaran aquel dichoso cacharro de mi vista para siempre y que, si hasta ahora había podido vivir sin él, lo que me quedaba de vida también lo haría.
Así que Antonio y no Toño, Fernando y no Nano y Ana y no Chiqui comprendieron el daño que habían hecho a su padre y desaparecieron con el trasto.
Sabes, le dije a mi mujer, si me quieren volver a regalar algo que sea una foto de ellos tres para llevar en la cartera, sólo con verlos los tendré a mi lado.

1 comentario:

  1. Jajajajaja.Dichoso,pesado pero útil cacharro y tambien soy poco amigo de él,pero no dejo de rconocer su utilidad. Verdad que hasta ahora hemos vivido sin él.Pero si nos l quitaran no sabríamos vivir sin ese "dichoso cacharro".Una noticia inesperada, un "en vez de ir a casa vé a...",¿donde estás y nos encontramos? en fín situaciones que hace la vida mas fácil. Se que hay situaciones mas graves pero esas ya las sabemos todos.Cuantos pasos inútiles no habríamos dado.Cuantas cosas habríamos sabido a tiempo. La ciencia trae estos logros,con sus ventajas e inconvenientes. Como decía aquél no puedo vivir contigo pero sin ti menos

    ResponderEliminar