lunes, 9 de enero de 2012

VER Y TOCAR

Ir por la vida con la cabeza inclinada se había convertido en algo habitual para mí  y ya estaba acostumbrado a ello.
Nunca fui una persona huraña y solitaria; me gustaba estar con más gente y disfrutar de largas conversaciones alrededor de una mesa, pasar las tardes de domingo en el bar viendo algún partido de fútbol y comentando las jugadas con los demás y, sobre todo, tener algún que otro "bis a bis" con mis más íntimos, siempre mirándonos a los ojos, una conversación franca y sin tapujos.
Pero la vida en ocasiones, nos depara lo que nunca queremos, y nos sorprende con sus puñaladas traicioneras que terminan para siempre con nuestras ilusiones.
El día en que el médico me dijo que me quedaba muy poco tiempo de visión, que pasados tres meses ya no podría ver absolutamente nada y la más profunda oscuridad me invadiría, fue el más terrible de mi vida.
Aproveché aquellos meses en mantener conversaciones con mis amigos y ver sus ojos llenos de entusiasmo, de vida, de verdad; quise mantener en mi mente las miradas de las personas a las que aún podía ver por la calle y observar sus inquietudes, sus miedos, sus alegrías; ver el futuro en los ojos alegres de los niños y la nostalgia en los de los ancianos.
Llegó el día en que me levanté de la cama y todo era oscuridad. Me senté y pensé: "Ya no podré saber si me mienten o me dicen la verdad cuando me hablan".
En aquel momento tomé la decisión de inclinar siempre la cabeza hacia el suelo y, con ayuda de un bastón, caminar solo por las calles, sin hablar con nadie; no podía ver esos ojos que expresan todo, que nunca mienten y preferí retirarme de la sociedad.
Pero la vida siempre nos sorprende con algo nuevo. Un día, caminando por un parque oí una pequeña voz que me decía: "Señor, puede ayudarme, me he perdido de mis papás". En un principio le dije que no y comencé a andar de nuevo, pero aquel pequeño retuvo mi mano y repitió: "Por favor". Pude notar el temblor y el frío de aquellos deditos que se apretaban fuertemente a los  míos.
Decidí ayudarle y, tras un rato andando de la mano, aparecieron sus padres; pude oír los gritos de alegría. El padre del pequeño se acercó a mí y me dio un apretón en la mano a modo de agradecimiento; fue sincero, contundente. La madre me abrazó y después cogiendo mis dos manos, con mucho cuidado para que yo no perdiera el bástón, me dijo: "Muchísimas gracias". En aquel momento me di cuenta que las miradas sobraban; que la candidez con que cogía mis manos era suficiente.
Me di la vuelta y me dirigí al bar, al que hacía tiempo que no iba. Cuando llegué, mis antiguos compañeros de tertulia salieron a recibirme: me abrazaron, incluso alguno me besó, pero lo mejor es que pude notar las manos de todos estrechando la mía y comprendí que mis ojos tenían ahora diez dedos. Desde aquel día ya no iba a ir por la vida con la cabeza inclinada.


(Frase de Mari Mar Sánchez García)

1 comentario:

  1. El sentido de la visión perderlo siendo vidente es algo terrible.Se a de ser muy fuerte para no caer en una profunda depresión,no debe de ser nada fácil. Gestos como eñl del niño y cuando entra en el café habitual ese olor a cafe,a cocina,a humanidad le reunión con los habituales lpos abrazos apretones de manos y algunos besos devuelven al protagonista ala creencia de que no todo es visión,sinio que la percepción tambien existe.Por que para LO QUE HAY QUE VER

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