sábado, 7 de enero de 2012

UN SUEÑO

Los sueños solo mueren cuando muere el soñador a no ser que el soñador haya hecho testamento y había ocurrido así.
Él era el único heredero de la inmensa fortuna de su padre, un hombre hábil en los negocios y con visión de futuro pero, a la vez, con una perspectiva de la vida poco práctica.
Acababa de morir con 90 años y las facultades mentales intactas; hasta el día de antes había acudido a la empresa que regentaba. Saludaba a los empleados que se cruzaba a su paso con una sonrisa hasta que llegaba a su despacho. 
Era un hombre apreciado por todos; siempre amable, siempre una buena palabra. Pero nadie sabía el inmenso dolor que le estaba partiendo el alma. Ahora su hijo era el encargado de que aquel corazón, que acababa de dejar de latir, pudiera recomponerse de años y años de una silenciosa pena.
El notario leyó el testamento; todo era claro y conciso: obtendría la cuantiosa herencia de su padre si realizaba el sueño que él no pudo conseguir en vida.
En un principio pensó que era una estupidez, que su padre había sido un blando toda su vida, pero algo en su interior le decía que debía hacerlo en su memoria, sin olvidar que económicamente no tendría ningún problema por muchos años que viviera.
Estuvo varios días pensando; por un lado no era algo tan difícil de hacer, por otro, su posición social le frenaba.
Tras mucho meditar decidió que el lunes siguiente sería un buen día para comenzar a realizar el sueño de su padre. Sabía que le iba a costar unos diez meses terminar ese proyecto, pero lo iba a hacer.
El domingo por la noche se acostó intranquilo, le costó conciliar el sueño. La mañana del lunes llegó sin darse cuenta. Se levantó, se puso el traje que su padre había dejado preparado y, con un hatillo al hombro, salió a la calle.
Al principio se sintió un poco ridículo, pero prosiguió; los niños lo miraban y sonreían, los mayores se mostraron reticentes, pero poco a poco, fue ganándose su confianza y, cada día, el sueño de su padre se iba convirtiendo en realidad y, aunque no sabía por qué, se iba convirtiendo también en su sueño.
No sólo estuvo diez meses recorriendo todas las ciudades de su país, sino que decidió ir a otros países y seguir con aquello que había comenzado como el sueño de un anciano y ahora era su felicidad.
El dinero de la herencia ya no importaba; prefería ser uno más de la calle, con una mochila en la espalda y un letrero en el que había escrito: Regalo abrazos. Ahora el número de abrazos era mayor que el de monedas y la felicidad que le daba cada uno era infinitamente mayor a cualquier billete. Ahora comprendía por qué su padre buscaba cariño y despreciaba el dinero. Ahora sabía cual era su verdadero destino. El sueño había encontrado otro soñador.

(Frase de Eugenia Gómez Montañés)

2 comentarios:

  1. Bendito sea el sueño de cada persona. El recibir el cariño de la gentes algo maravilloso ,es un hito importante en una vida, una sonrisa sincera, un abrazo o tan siquiera un golpecito en la espalda en señal de reconocimiento por una acción desinteresada. Eso para el que recibe esa sonrisas esa mirada, no tiene precio

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  2. Bonito sueño. La realidad es más complicada, más "interesada". Pero ¿porqué no soñar?, ¿porqué no regalar sonrisas y abrazos en lugar de vender falsas altanerias y ramplonas actitudes?.
    Alguien dijo, en su momento, que el mundo es de los soñadores. Que el mundo se nutre y avanza por los soñadores. Que el mundo, sin ellos, se detendría...

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