domingo, 1 de enero de 2012

UN MUNDO DE DOS

Ya era de madrugada cuando llegaron a la casa completamente helada porque sus ingresos no les permitían mantener la calefacción encendida todo el día.
Había pasado otro día en el que todo había resultado como siempre: las largas esperas sentados cada uno en una silla dándose la mano, el miedo a que aquella vez fuera la definitiva y los separaran para siempre.
Él se quito el viejo chaquetón de paño y lo dejó cuidadosamente sobre el respaldo de una silla y fue a encender el pequeño hornillo que había debajo de la mesa. Se sentó e intentó calentarse las manos levantando las faldas de la mesa y colocándolas sobre sus piernas.
Ella se dirigió a la cocina, sin quitarse el abrigo raído por el tiempo y, encendiendo uno de los quemadores, colocó una pequeña cazuela con agua para hacer una sopa que calentara sus helados cuerpos.
"¿Por qué no te vuelves a poner el abrigo hasta que entre en calor?", le dijo ella. "No hace falta", respondió, "ya me estoy calentando con el brasero".
Lo miraba como si fuera un niño pequeño, preocupada por su salud y asustada por el miedo a quedarse sola.
La vida no les había concedido hijos y los familiares más directos ya habían muerto; se encontraban solos, pero para ellos el mundo se reducía a ser el uno del otro.
Habían pasado la tarde y parte de la noche en las urgencias del hospital: él sufría de una enfermedad pulmonar que lo mantenía atado a la vida con un hilo que, en tardes como aquella, parecía que se iba a romper. Ella se limitaba a sonreírle, a decirle que todo iba bien, que era un susto como otro cualquiera cuando él le mostraba las manchas de sangre en su pañuelo.
Tenía miedo, no quería que en uno de esos ataques él se fuera y tuviera que enfrentarse al mundo, su mundo estaba ahí, sentado en esa mesa camilla. Sabía que quedaba poco, que el médico le había dicho que ya no superaría el siguiente ataque y con aquello no podía vivir.
Tras servir la sopa y comerla los dos lentamente, se acostaron; como hacía más de cuarenta años él la rodeó con su brazo y ambos cayeron en el sueño de no despertar.
"Alguien ha dejado las faldas de la mesa encima del hornillo y eso ha provocado el incendio", dijo el jefe de bomberos a los periodistas, "han muerto por asfixia". En la cara de él tranquilidad, en la de ella una sonrisa. Nada ni nadie los iba a separar.
Tras recibir el aviso del fuego, los bomberos se pusieron en marcha para llegar cuanto antes, pero ya era de madrugada cuando llegaron a la casa.

(Frase de Oscar Lázaro Alvarez Felice)

2 comentarios:

  1. Tristes vidas como las de tantos y tantos que no conocemos,vidas que son de otro mundo,que quizás por comodidad no queramos ver.No queramos entrar en esas miserias,pero detrás de esos rostros macilentos ,sucios a veces hay miradas directas,,profundas de gente que esta ahí por causas que no sabemos y se resisten a dar lástima. No quisiera que e sa madrugada,metocara jamas

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  2. Bello texto. De los que hieren y emocionan a partes iguales

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