sábado, 21 de enero de 2012

ESE OLOR

Cuando eres padre o madre y tienes hijos, de vez en cuando pasas más allá de la frontera del patio de recreo en el que los dejas y los recoges, para adentrarte por los pasillos y acudir a tutoría con el profesor.
Una vez que dejas ese patio, en el que te apetece volver a correr y a jugar con ellos, te sumerges en los pasillos con puertas a un lado y un pequeño cartel en cada una de ellas indicando a que curso corresponden.
Hay algo que te hace volver a tu infancia y volver a repetirte en tu interior la a de araña, la e de elefante, la i de iglú, la o de oso, la u de uña..., volver a cantar las tablas de multiplicar, volver a decir definiciones que quedaron en tu mente y que, en su momento no entendías, pero que ahora comprendes perfectamente: "erosión: es la labor de desgaste que ciertos fenómenos geológicos y atmosféricos ejercen sobre la superficie de la corteza terrestre", volver a sentir el nerviosismo de los momentos previos a un examen y la alegría o la tristeza al saber las notas.
Tantos y tantos pensamientos y sentimientos que se concentran en uno: el olor; ese olor que tienen todos los colegios a humanidad creciendo, a libros, a pinturas,..., ese olor que ocupó gran parte de nuestra vida y que ahora nos hace recordar y, en cierto modo, añorar.
Todos los colegios tienen un  ambiente denso, un cierto microclima que pesa, único y maravilloso; y mientras esperas sentado a que el profesor te llame, saboreas y sonríes.
Llega el momento en que suena el timbre y comienzas a escuchar como se eleva el murmullo que había dentro de las clases;  las sillas arrastrándose por el suelo, las voces de los niños, el profesor intentando poner orden y, por fin, las puertas se abren y los pequeños estudiantes salen contentos por haber terminado el día y marchar a sus casas.
Es entonces cuando vuelves a tu papel de progenitor y comienzas la tertulia con el profesor de tus hijos.
Una vez que ésta termina, vuelves al pasillo para salir a la calle y, en cierta manera, te da pena abandonar ese lugar que te ha traído tan buenos recuerdos y que, por unos instantes, ha hecho que volvieras a un pasado feliz. 
Dejas atrás ese olor y vuelves a la vida cotidiana, deseando que llegue la próxima cita para imbuirte del aroma que tus hijos disfrutan todos los días y que tú echas de menos.

2 comentarios:

  1. Hola.Parece ser que soy el único en contestar por aquí. Pero no por ello quiero faltar a mi cita diaria de estos deliciosos relatos que me retrotraen a vivencias pasadas. Yo por mi trabajo he tocado mucho los colegios e incluso he entrado en sus aulas en tiempo lectivo par a llevarles algo. Hay mas cosas que los olores. Entrar en un aula de niños pequeños y hacerme sentir como los Reyes Magos. Es una algarabía indescriptible llevar muchísimo material y decir mándeme unos niños y salir todos en tropel para descargar ese material, siempre me ha recordado a la marabunta. Una barahúnda de críos,risas, empujones por llegar los primeros. Reñir porque uno coge mas que otro. Después entre risas y codazos arrimarse al profesor para ver lo que es.O aquél niño lloroso por que no ha sabido algo o le reñido el maestro Esas vivencias son únicas o ver como el maestro imparte una lección amén de una educación. En cuanto a los olores de la juventud o de la niñez como ese olor chocolate,o el olor de las comidas hechas a carbón y con cazuelas de hierro o barro. El olor que más me impactó fue hace años cuando estando en Salamanca nos dejaron entrar a unos cuantos entre los que tuve la suerte de encontrarme yo, a la biblioteca antigua donde se encontraban los libros mas viejos,la mayoría sin catalogar. El impacto (para mí) fue inenarrable por que olía a historia ,a saber,a una época pasada me dejar ojear algunos libros ,que por supuesto no entendía apenas pues eran de latín o castellano
    antiguo. Fue como navegar por el tiempo. Pilar gracias por hacerme entrar en esa niñez ya olvidada

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  2. Me ha encantado: el olor de libros, tizas, pinturas, ... el colegio siempre trae recuerdos especiales, distintos, más entrañables que casi cualquier otro. Tal vez porque uno añora la ingenuidad, la capacidad de ilusionarse, el entusiasmo por lo sencillo, ... es bueno aprender a vovler a la infancia.

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