viernes, 16 de diciembre de 2011

CAJA DE BOMBONES

Forrest Gump tenía razón: "La vida es como una caja de bombones, nunca sabes cuál te va a tocar".
Pero lo que se le olvidó decir es que no sabes si te va a tocar comerte el que nadie quiere o te va a tocar ser a ti el que nadie quiere.
Desde que nacemos ya nos viene impuesta una familia que, en algunos casos, no es la que nosotros hubiéramos querido, si no que le pregunten a todos los que pasan hambre y sufrimiento; en otros casos, somos nosotros el bombón amargo de la familia, el que es distinto al resto de la caja y al que siempre dejan para el final.
Otros tienen la suerte de nacer en familias acomodadas y son siempre el plato dulce de todo.
Cuando nos desvinculamos de nuestra familia y formamos la nuestra, somos nosotros los que elegimos a los bombones que queremos que formen parte de nuestra caja: nuestra pareja y nuestros amigos; pero nuestros hijos vuelven a repetir el ciclo y ellos no eligen, les venimos impuestos.
Tal cual están los tiempos, no podemos elegir quiénes deben compartir nuestro trabajo, al igual que tampoco elegimos a nuestros vecinos de comunidad.
En contadas ocasiones tenemos la suerte de entrar a formar parte de un grupo de trabajo en el que nos sentimos a gusto, bombones de nuestro trabajo que nos apetece ver todos los días, porque sencillamente hemos tenido la suerte de ir a parar a una caja en la que todos somos iguales y nos tratan como a iguales.
En las comunidades de vecinos siempre está el bombón-cotilla, el bombón-antipático, el bombón-que-pone-pegas-a-todo y el bombón-que-pasa-de-todo. Visto como vivimos en la actualidad, tampoco tenemos mucha relación con los bombones-vecinos, cada uno vamos a nuestro aire y, si podemos evitar encontrarnos con alguno, mejor; para eso se hicieron los ascensores: para salir corriendo a cogerlo y no tener que esperar a alguien a quien no queremos darle conversación.
Lo único cierto que tiene pertenecer a una caja de bombones es que, tarde o temprano, a todos nos comerán ya seamos dulces o amargos. Y por qué no decirlo: no está mal que, por un día y sin que sirva de precedente, alguien nos llame bombón.

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