viernes, 23 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD

¿SÓLO HAY UNA NOCHEBUENA?
(Rescatado de mis escritos del año 1985)

La verdad es que nunca he comprendido a los humanos ni llegaré a comprenderlos: tanto hablar y hablar de proteger la naturaleza y todo el rato está pasando gente con un abeto debajo del brazo o en la baca del coche para que adorne un rincón de su casa. Creo que he tenido suerte, porque yo no pego mucho en esta época del año y nadie pretenderme arrancarme del suelo para llevarme a su casa. ¡Ah, perdón!, se me había olvidado decirlo: soy una palmera. Me siento un poco triste, porque ahora los niños no vienen a jugar a mis pies, ciertamente lo comprendo, porque hace frío y la noche cae muy pronto sobre la ciudad. Pero también soy muy feliz, porque cuando anochece todo se ilumina con un montón de lucecitas de colores que alegran la vista de la plaza donde me encuentro. Todo esto me recuerda lo que me ocurrió el año pasado, también en navidad.
No sabría decir que día fue, porque la verdad, yo no entiendo mucho de calendarios, sólo sé que la gente iba muy feliz por la calle y siempre se oía la misma palabra: Nochebuena. No sé qué querrá decir, porque para mí todas las noches del año son buenas, claro está, menos aquellas en las que hace tanto frío. El caso es que las calles se quedaron vacías más pronto de lo habitual y yo no comprendía el porqué. Estaba mirando las luces que iluminaban la calle cuando noté algo a mis pies: miré y vi a un niño pequeño sentado al lado de mi tronco, estaba llorando.
"¿Qué te pasa?, ¿por qué lloras?", le pregunté. Él se miró extrañado en todas las direcciones y como no vio a ninguna persona cerca, volvió a colocar su cabecita entre las manos.
"¿Por qué no me contestas?", le volví a repetir, "¿qué te pasa?. Mirando hacia arriba dijo: "¿Me estás hablando tú?".  "¡Claro!", respondí, "¿Quién si no?. Dando un respingo se levantó del suelo y corrió a esconderse detrás de un arbusto.
"¿Pero, por qué te escapas?, no voy a hacerte ningún daño, sólo quiero saber por qué lloras". El niño se frotó los ojos con fuerza mientras me miraba. Yo no comprendía a qué venía su asombro, entonces me di cuenta: los humanos no saben que nosotras también podemos comunicarnos y, después de tanto tiempo escuchándolo, yo ya había aprendido el lenguaje de los humanos.
"No tengas miedo pequeño", le dije, "quiero ser tu amiga y no quiero verte llorar, además creo que es una noche muy importante para vosotros".
No sé por qué dije eso, el niño comenzó a llorar más fuerte que antes y, corriendo, vino y se abrazó a mi tronco.
"Estoy solo", me dijo entre sollozos, "y tengo mucho miedo; no quiero pasar la Nochebuena en la calle, quiero volver a casa con papá y mamá, pero no sé hacerlo".
Bajé una de mis ramas y la pasé por alrededor de su cuerpo, al principio la rechazó, pero luego la aceptó de buen grado. Le dije que se tranquilizara, que yo le ayudaría a encontrar a sus padres.
Me dijo que si era tonta, que yo no me podía mover y que sería imposible encontrarlos.
Los dos nos quedamos en silencio, entonces se me ocurrió preguntarle qué quería decir eso de Nochebuena; "¿es que vosotros los humanos no vivís con alegría el resto de las noches"?. Me respondió que en Nochebuena se reúnen las familias y es una noche de paz y amor.
Comenzó a llorar de nuevo, "Pero yo estoy solo".
"Bueno, bueno, no te preocupes, siéntate junto a mi tronco y yo te cubriré con mis ramas para que no tengas frío. Mientras tanto miraré desde aquí arriba a ver si veo a tus padres".
Mi pequeño amigo pareció convencerse y sentándose se quedó profundamente dormido.
Al poco rato oí voces de adultos que llamaban a un niño. "Serán sus padres" pensé.
No sabía como avisarles; miré a un lado y a otro. Junto a mí un abeto lucía en todo su esplendor sus hermosas luces. "¿Me dejas que mueva tus ramas para que las luces se vean más?", le pregunté. Asombrado ante tal petición me dijo que sí. Con toda la fuerza que pude, comencé a moverlas para que las vieran. Y así fue, los padres del pequeño, extrañados ante aquel movimiento de mis ramas sin que soplara nada de viento, se acercaron a mí y cogiéndolo en brazos le abrazaron y besaron
Cuando ya se iba a marchar se volvió y me dijo: "No quiero dejarte aquí sola". "¿Con quién hablas?", preguntó su madre. "Con mi amiga la palmera", respondió. "Vamos hijo, estás asustado y cansado y debemos irnos a casa".
"No te preocupes", le dije mientras se alejaba, "soy muy feliz al verte con tus padres y piensa que ésta es mi vida y aquí tengo muchos amigos".
Me quedé muy contenta y satisfecha por haberle ayudado y, a partir de entonces, supe lo que quería decir Feliz Navidad y comprendí que yo había disfrutado de la Nochebuena sin saber lo que era.

1 comentario:

  1. bello cuento navideño lleno de ternura y cariño hacia el prójimo.Ojala fuéramos en alguna ocasión palmera y supiéramos apoyar al verdaderamente necesitado

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