martes, 24 de abril de 2012

TEN, FAL

Domingo. Doce del mediodía. Plaza del mercado.
Es la cita ineludible de todos los fines de semana para ir a cambiar cromos. Ahí nos juntamos padres e hijos para intentar completar las colecciones y conseguir ese cromo que nunca aparece por muchos sobres que compremos.
Si nos centramos sólo en eso, las cosas no han cambiado tanto desde que yo misma coleccionaba los cromos de Heidi o de Marco que regalaban con los yogures. Pero sí que han cambiado: ahora si no tenemos más cromos repetidos podemos comprarlos o venderlos a otro niño por un módico precio, con lo cual salimos de la plaza con los cromos que nos faltan más una cantidad de monedas de céntimos en nuestro bolsillo.
Recuerdo la primera vez que subí con mi hija a cambiar cromos. Le conté que yo también los cambiaba con mis amigas y vecinas en el colegio o en la calle, pero que no los comprábamos. No le tuve que contar la historia de Heidi porque ya la había visto en capítulos que, como la mayoría, bajé de internet; pero cual fue mi sorpresa cuando, tras contarle la historia de Marco, y casi soltar una lágrima recordando las desventuras del pobre niño y lo que lloramos todos al verlo, mi hija me dijo: "¿Y por qué no llamó a su madre por el móvil?". Aquella respuesta me hizo ver que realmente el tiempo pasa, y demasiado rápido, con lo cual decidí hacer una colección de cromos ajena a la de mi hija y, en cierto modo, hacernos la competencia para ver quien de las dos la terminaba primero.
Es una emoción extraña volver a salir a la calle con los cromos repetidos en un bolsillo y la lista de los que nos faltan en otro. 
Como buenos niños, ellos saben perfectamente cuales tienen y cuales les faltan sólo con verlos, mientras que los padres nos dedicamos a consultar una y otra vez la lista para asegurarnos de que no nos equivocamos al cambiar; lo que hace la edad con nuestra memoria visual.
Lo mejor de todo es poder volver a la infancia durante un rato y repetir el sonsonete que tarareábamos hace ya muchos años y escucharlo en boca de nuestros hijos; ese "ten, ten, ten, fal, ten, fal, ten, ten" que nos hace revivir lo que un día nosotros hicimos y que, por unos instantes, vuelve a salir de nuestros labios y nos hace sonreír cada vez que decimos: "FAL".

2 comentarios:

  1. Pues nada, Pilar, Este año se impone un paseo hasta Monzón, a REPLEGA, una de las ferias de coleccionismo más importantes de Europa. Yo no colecciono; bueno sí, atesoro imágenes de niños de todas las edades a golpe de FAL.

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  2. CMI, yo sí que colecciono, pero es algo extraño. De todas formas , y si las obligaciones lo permiten, acudiremos a REPLEGA.

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