jueves, 12 de abril de 2012

TRES EN UNO

A lo largo del día puedo llegar a ser muchas más personas de lo que pensaba.
Cuando suena el despertador, lo cual ocurre siempre que estás en lo más profundo de tus sueños, te vuelves a sentir el niño al que despertaban para ir al colegio, y te dices a ti mismo: "Cinco minutos más, porfa", te estiras en la cama y te repites varias veces que no te apetece, que no. En ese momento aparece el adulto que todos llevamos dentro y nos recuerda nuestras obligaciones, esa agenda que llevamos en el cerebro y que está repleta de cosas por hacer. Así que con cara de niño cabreado, metida en un cuerpo adulto, nos dirigimos a la ducha para intentar encontrar un equilibrio. El adulto gana: el agua nos hace darnos cuenta de la realidad y comenzamos a organizar todo lo que tenemos que hacer, solucionamos problemas y nos planteamos otros.
Una vez preparados para salir a la calle, llega el momento de ser mamá o papá, y nos dirigimos con paso firma a la habitación de nuestros hijos dispuestos a despertarlos para ir al colegio. Viendo esas caras tan relajadas vuelve a nosotros ese niño que sueña con mundos maravillosos, con colecciones de cromos, con dibujos animados; pero el mamá o la papá se miran el reloj y comienzan a despertar a los bellos durmientes.
A lo largo del día somos adultos que cumplen con sus obligaciones y que, de vez en cuando, se gastan alguna broma entre ellos, por aquello de distraerse un poco de tanta madurez.
Cuando nuestros hijos vuelven a casa del colegio, volvemos a ser niños repasando las tablas de multiplicar, la historia, los países, pero terminamos por ser el papá o la mamá que dice: "Yo ya me lo aprendí hace años, ahora te toca a ti" y pasamos a ser el adulto que pregunta, con cara muy seria, la lección. 
Volvemos a ser niños en el poco rato que nos queda para jugar con nuestros hijos, hasta que el papá o la mamá que llevamos a cuestas nos dice que es la hora de baños, de hacer cenas y de ir a dormir.
Cuando los peques duermen, es nuestro momento de relax en el sillón y buscamos algo en la tele con que distraernos y olvidar que somos adultos y padres y madres y sólo queremos ser niños que disfrutan soñando con los ojos abiertos. Pero los ojos están cansados y nos piden ir a dormir, así que nos acurrucamos entre las sábanas y, procurando dejar en la mesilla al adulto que somos, esperamos soñar con juegos, sorpresas y nubes de colores.

1 comentario:

  1. La verdad el titulo me ha descolocado, me recuerda al aceite afloja todo. Yo la verdad es que dejé de ser miño hace muchos años. Mi padre era muy mayor y siempre he vivide rodeado de personas muy mayores y aunque jugab en la calle mis modales y maneras eran de persona de mas edad que yo. Yo he sido un padre viejo, mi educación y formación me ha llevado a ello. He jugado con los míos pero como padre mayor. se que es producto de mi educación pero asi es la vida. Mis hijos han tenido un padre serio,demasiado diria yo. En mis sueños no hay tiempo para ser niño

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