lunes, 9 de abril de 2012

CHOCOLATE FELIZ

Reconozco que me gusta seguir las tradiciones que se crearon en casa de mi padres. Por desgracia ahora ellos ya no están conmigo y llegan esos días señalados en que recuerdas que siempre tenían un detalle pequeño contigo, algo que convertía ese momento en maravilloso.
Desde que yo recuerdo todos los Domingos de Resurrección, a la hora del postre, mis padres me "sorprendían" con un conejo de chocolate; según fueran los tiempos el tamaño era mayor o menor, pero nunca faltó en la mesa y nunca dejé de hacerme la sorprendida.
El año pasado mi hermano pequeño me sorprendió, esta vez sí, cuando al repartir las monas de pascua entre los pequeños de la casa y, tras haber terminado de darlas todas, se dirigió hacia mí y ante mis ojos sacó un conejo de chocolate, que colocó en mi plato sin decir nada, con una mezcla de sonrisa y llanto en su rostro.
Este año ha sido mi pareja, no ha sido un conejo, ha sido un gatito de chocolate, porque para él, nadie puede sustituir a mis padres y los conejos se han transformado en gatos. Porque sabe que me gustan estas tonterías que me hacen sentir pequeña otra vez y volver a ver la vida con ojos curiosos, expectantes, con ganas de comerse el mundo.
No me avergüenza reconocer que me gusta sentirme niña, que de vez en cuando sienta bien olvidarse de las preocupaciones diarias y dejar que nos mimen; sentir que la vida es algo más que el trabajo, la casa, las obligaciones, los problemas y todo lo que conlleva ser adulto y un animalito de chocolate es capaz de conseguir todo eso y mucho más.

1 comentario:

  1. Bendita esa ilusión que auna a la vez llanto,alegría nostalgia y felicidad. Enhorabuena por ser asi

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