domingo, 12 de febrero de 2012

COSAS QUE PASAN

Demos por supuesto que no está bien reírse de los demás y que lo correcto es reírse con los demás; pero hay ocasiones en las que no puedes evitar hacerlo, siempre y cuando te hayas reído antes de ti mismo.
Sin ir más lejos el otro día y, para no variar, me encontraba en la puerta de mi lugar de trabajo fumando antes de entrar, cuando vi una chica que se acercaba corriendo; sacó las llaves del coche y, a la carrera le dio al botón de apertura. Me fijé en que había dos coches prácticamente iguales y, en el primero, las luces se encendieron como señal de que había sido abierto. Cuál fue mi sorpresa cuando la chica, tras pasar corriendo por delante de mí, se dirigió hacia el segundo coche e intentó abrir la puerta. Indudablemente no se abrió y ella siguió aporreando el botón del mando a distancia y la puerta sin abrirse, mientras el coche que tenía delante seguía encendiendo y apagando sus luces. 
La chica se me miró y yo, como aquel que no quiere la cosa, le hice un gesto con la cabeza señalándole el coche de delante. Su rostro se puso rojo como un tomate y, tranquilamente se dirigió hacia él y se  montó. Ya no hubo miradas entre nosotras; yo intenté disimular y ella salió como alma que lleva el diablo dentro de su coche; esta vez sí, en su coche. Indudablemente me eché a reír cuando desapareció de mi vista.
Todo eso me hizo recordar un día en que yo tenía mi coche aparcado y me había  ido a dar una vuelta por el mercadillo, haciendo hora para entrar a trabajar. La calle que tenía que tenía que cruzar para llegar a mi coche era un poco amplia, de cuatro carriles, y no había pasos de cebra, así que, apretando el botón de apertura corrí y abrí la puerta del coche, me senté y cuál fue mi sorpresa al descubrir que me habían robado el volante...., el volante, los pedales, el cambio de marcha, todo. Fueron unos segundos de agonía, de no saber qué era lo que estaba pasando. Al momento me di cuenta de que me había sentado en el asiento de atrás. 
Tenía el tiempo justo para llegar al trabajo, pero no me impidió permanecer un rato sentada ahí, disimulando, como esperando a que llegara el conductor. Al final no me quedó otra que salir y entrar por la puerta correcta y esta vez sí, ahí estaban el volante, los pedales, la palanca de cambio, todo. 
Me miré hacia los lados para ver si alguien me había visto, y sí, uno de los vendedores ambulantes me sonreía, creo que me sonreía conteniéndose las carcajadas, así que yo comencé a reírme y él lo hizo conmigo. Arranqué el coche, le dije adiós con la mano y me fui.
Creo que, por lo menos, le hice pasar un rato divertido y, a pesar de los primeros síntomas de vergüenza, me fui riendo todo el camino hasta mi trabajo, para llegar y contarlo.
Una vez que pierdes la vergüenza a contar las cosas más ridículas que te pasan, has ganado mucho en considerarte un ser humano, porque todos, absolutamente todos hacemos el ridículo alguna vez y debemos aprender a reírnos de nosotros y con nosotros.

1 comentario:

  1. y gente que tiene un enorme miedo al ridículo,a que se rían de ellas. Ello se debe a la inseguridad de la persona.Cuando en algo nos equivocamos,o tropezamos. Si en ese momento nos reímos de nosotros mismos ese sentimiento desaparece. Solo entonces somos conscientes de que la situación no era tan grave como parece. aprendamos a ser justos con nosotros mismos así lo seremos con los demas. Todos hemos hecho el ridículo alguna vez. Yo mas de una

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