jueves, 2 de mayo de 2013

LA SOLEDAD DE UN PARADO

1 de mayo. Manifestación. No hay más de mil personas. Y ahí, entre medio de esa pequeña muchedumbre que grita por sus ideales, que protesta, que reclama, ahí en medio me lo encontré.
Estaba solo. De su boca no salían gritos. Ninguna protesta, ninguna indignación.
Nos saludamos y lo único que me dijo fue: "¡Qué día más triste!".
Comprendí sus palabras. Yo tengo la suerte de tener un trabajo, de poder acudir cada día a mi rutina y salir de un infierno que se alarga años y años y no tiene ninguna perspectiva de solución.
Hablamos durante un rato. Procuré sacar temas sin importancia y encontrar en mi cabeza alguna que otra tontería con la esperanza de que sus labios esbozaran una sonrisa. Ardua tarea.
Nos volvimos a ver por la tarde. Creo que los amigos están para eso. Después de un rato de conversación sobre temas sin importancia, por fin exclamó: "Qué solo me he sentido hoy".
Estaba convencido de que nadie iba a ir a esa manifestación a darle un puesto de trabajo; que no habría nadie que le ayudara a encontrar rápidamente un sitio en el que escapar de su infierno, pero confiaba en que fueran muchas las personas que hubieran salido a protestar  por lo que él y no sólo él, sino más de seis millones de personas de este país están viviendo.
Llegar a fin de mes o no ya no importaba. Poder salir o no a tomar algo a algún bar tampoco. Lo que realmente importaba era la soledad con la que se había encontrado. Ver que a la mayoría de las personas les daba exactamente igual el gran problema que nos rodea. Saber que pocas entienden la desesperación de sentirse aislado en un mundo en el que la comunicación une, pero también separa. Saber que no existe un apoyo moral a una situación insostenible que te va mermando y te hunde como persona.
Poco puedo hacer yo por ayudarle. No tengo para darle un trabajo; pero sabe que puede contar conmigo en esos momentos en que la soledad y la frustración se hagan más y más grandes.
Espero que tomemos conciencia de que un parado es, ante todo, una persona con sentimientos, con inquietudes, con ganas de vivir, con una alegría perdida que quizá un día no muy lejano vuelva a encontrar.
Mientras tanto, seamos ese hombro en el que apoyarse y démosle unos minutos de comprensión, de sonrisa y, sobre todo, de solidaridad en su tristeza y en su soledad.

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