miércoles, 6 de junio de 2012

EL CARRITO

A POLONIO BERNUÉS Y SU ALMA DE NIÑO

La señora Mercedes está triste. Su marido murió y tuvieron que dejar el carrito que colocaban todos los días, hiciera frío o calor, lloviera o hubiera sol, en la plaza Inmaculada de Huesca.
Ahí iba Polonio como tantos y tantos niños oscenses a comprar chucherías. Ante nosotros aparecía aquel mágico y maravilloso mundo de pequeñas urnas de madera, tapadas con un cristal, en las que se podíamos encontrar todos los colores del mundo en forma de pequeños caramelos, regaliz, chicles y las cuatro cosas que alegraban nuestra pequeña cara.
Por lo general nos aupaba papá o mamá para que pudiéramos descubrir ese mundo, y con una perra gorda en nuestras manos, comenzábamos a pedir: cuatro caramelos de nata, cuatro balines, cuatro caramelos de colores, cuatro regalices. 
Todo era cuatro, porque con cuatro completábamos la peseta.
Difícil elección la que se nos ponía delante de las narices desde el momento en que nuestros pies se levantaban del suelo.
Fuimos creciendo y continuábamos acercándonos a comprar "chuches". Llegados los primeros años de la adolescencia, nuestro amable vendedor se fue haciendo mayor, aunque a veces creo que siempre fue mayor, y el pulso le fallaba. Entonces llegaban esos pequeños traviesos o, mejor  dicho, burlones y malintencionados que, tras pedirle cuatro cosas de un producto le decían que no, que querían de otro, y el pobre señor abnegado a su labor de darnos felicidad a los pequeños, recogía con su temblequeo lo que había servido y sacaba otro.
Él marchó y con él el carrito. Ese que de vez en cuando aún creemos ver en la plaza y al que, cerrando los ojos, nos acercamos para volver a pedir cuatro de lo que sea, pero que sabemos con seguridad, que va a alegrar nuestra cara.

1 comentario:

  1. Que bellos aquellos momentos en los que rememoramos nuestra niñez, Agrandados los recuerdos quizás por el paso del tiempo, Benditos sean aquellos que lo recuerdan pues ellos siguen siendo niños

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