viernes, 30 de septiembre de 2011

MIRADAS

No tenía un trabajo complicado, de esos de alta responsabilidad, pero para ella lo era todo.
Se levantaba temprano y acudía feliz. Al llegar, se ponía su uniforme y observaba que todo estuviera en su sitio; si faltaba algo, que era lo habitual, lo colocaba. Disfrutaba haciéndolo, porque sabía que su trabajo era alegría para muchos.
Sabía que por las mañanas el trabajo era escaso, pero que cuando llegara el mediodía y la tarde, los clientes acudirían en masa.
Así que se sentó a esperar a que dieran las doce.
Todo estaba en su sitio, bien ordenado, como a ella le gustaba. Era una meticulosa del orden.
Las horas pasaron lentas y se entretuvo haciendo un sudoku. Le atraía el conjugar los números para que formaran la estructura perfecta.
Por fin dieron las doce. Guardó el cuadernillo de sudokus y esperó.
Al poco comenzaron a llegar los clientes. Por lo general iban siempre de dos en dos, en pequeños grupos y rara vez iba alguno solo.
Todos miraban lo que había en la tienda. Sus ojos se iluminaban al ver aquella variedad de productos.
Ella se sentía orgullosa, sabía que cada día hacía feliz a muchas personas. Pero se decidió a hacer lo que hacía cada día: observar.
Las miradas lo decían todo: la alegría al encontrar lo que se buscaba, la tristeza al no encontrarlo, la rabia cuando la respuesta era un “no” a la pregunta “¿puedo?”,…
Lo mejor de todo era cuando se acercaban a ella a pagar el producto: ver si el dinero era suficiente y podían llevárselo, era ver una luz especial en aquellos ojos; cuando el dinero no era bastante, veía la frustración en las miradas (alguna vez había dicho: “Da lo mismo, para otro día”) y aquella frustración cambiaba rápidamente a una mirada de alegría incontenible.
Se sentía la reina en un país de miradas felices, de vivos colores, de aromas intensos…
¿qué más podía pedir?
Cuando algún cliente llegaba solo lo observaba con más intensidad que a los demás. Sabía de sus dudas, de elegir entre esto o aquello y, al final, aparecía ese rayo de felicidad en los ojos cuando había encontrado lo que quería. Casi le daban ganas de aplaudir.
Al terminar el día de trabajo se quitaba el uniforme, cerraba la verja y se iba a su casa contagiada de la alegría de sus clientes. Sus ojos resplandecían por el camino y la vida se le presentaba en colores, como los que tenía en su trabajo.
Nunca pensó que vender chucherías a los niños sería un trabajo tan especial…

1 comentario:

  1. ¡ Que tiempos aquellos que salías del cole ,al quiosco de enfrente a por las gominolas,puro moros,o piruletas. Te cogías de la mano de tu madre y ibas a casa feliz y contento.Despues los años pasan y viene la adolescencia,ya no vas de la mano de tu madre si tienes suerte vas al lado de una chica y, tienes muchísima suerte de la mano de élla dando paso a sensaciones nuevas,ya no son chucherías (¡¡éso es para niños !) es unos chicles para ella y para ti un cigarrillo, Ohhhh ¿ya fumas? ¡¡sii !! y ves en ella esa mirada de admiración y te sientes en la gloria aunque te aguantes las toses y el sabor endiablado del tabaco.¡Pero ya eres un hombre ! Pasan los años y las miradas son otras de complicidad con los amigos,de miedo ante el trabajo y la vida. De amor si tienes suerte de tener una pareja.Luego vienen las miradas de ternura,cariño,indecisión, preocupación por los hijos.Después ya vienen las miradas risueñas,tiernas ,de complicidad y te ves otra vez a por chuches cogido de la mano ,pero esta vez de tu nieto

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